Las
primeras lluvias del invierno habían llegado, la humedad salía con ferocidad de
la tierra y ahogaba todo aquel entre las nubes y el suelo.
Dante
se había situado todo el verano en su tierra natal, Muisne.
Regresaba
en su auto a la ciudad donde llevaba viviendo después de la muerte de su padre,
si así podía nombrarlo solo por la mera obligación de tener su apellido y un
anillo suyo.
Su
infancia fue dura como la de muchas pobres criaturas de familia de clase baja,
su madre era una lavandera que se casó con el borracho de la cuadra donde
vivía, su padre apenas ganaba dinero como pintor y albañil, aunque la mayoría
de este era gastado en mujeres y trago.
La
familia vivía en un cuarto alquilado que estaba arrimado a la casa de su abuela
materna, dormían en la misma habitación toda y solo disponían de un baño, para
poder comer y preparar algo tenían que ir a la casa principal.
Durante
su niñez recordaba como su padre llegaba cada noche de viernes o como decía en
vida, “San Viernes”, vomitado, golpeado o gritando, su abuela era una mujer muy
alejada sentimentalmente de su madre, la trataba por la vieja costumbre de
guardar apariencias.
Tenía
una sola tía que se había casado con un conductor de bus y vivía en la casa
principal, su tío, Don Eulalio era un hombre bonachón y agradable, viendo como
sufría el muchacho y sumado al hecho que no podía tener hijos lo quiso como
suyo, le daba regalos y dinero cuando podía, le pagaba el uniforme de la
escuela, pues lo que ganaba la madre solo cubría apenas las planillas básicas,
el padre no aportaba nada a más de problemas y aunque querían botarlo siempre
la abuela intervenía diciendo que un hogar sin padre le haría daño al muchacho.
Dante
con ocho años pasada la hora del almuerzo subía al bus de su tío, con una funda
de caramelos y los vendía a quienes estén para así obtener un ahorrillo extra
que iba guardando, muchas personas lo reconocían en el bus y le compraban
conociendo el terrible padre que tenía, mientras que otros lo miraban con
indiferencia como si marcaran una muralla de importancia hacia el niño.
Siguió ejerciendo el trabajo de caramelero
hasta que decidió hacer dos jornadas, los fines de semana afuera de la
alcaldía, betunando los zapatos de muchas personas para así tener un ahorro
mayor.
Al
llegar al colegio su madre deseaba ahorrar fondos para así pagarle la
Universidad en una carrera agraria y junto a su tío abuelo pueda encargarse de
las haciendas, su padre seguía la vida bohemia y los había abandonado para
vivir con una mujer más joven de la cual rumoreaban a espaldas de Dante y su
madre, que estaba embarazada.
En
el colegio dejo su trabajo de informal y comenzó aprendiendo contabilidad
gracias a un compañero suyo, pudo conseguir puesto como un cajero de restaurant
cuando apenas estaba en decimo curso de básica, ahorraba cada vez más dinero
para su universidad, su madre aparte de lavandera los fines de semana comenzó
como empleada en una casa y tenía mejores ingresos, vivían una época muy
fructífera para ambos aun cuando en el país la situación económica cada vez era
más dura.
Cuando
termino su bachillerato, se graduó de contable, en pocos meses falleció su
abuela, en el testamento dejaba repartida la casa para sus dos hijas, pero como
sus tíos decidieron viajar a España les quedo la casa sola, aquel cuarto donde
se crio con toda su familia ahora era suyo totalmente, su madre ocupo un cuarto
pequeño y dejaron el resto de la casa en alquiler, estaban viviendo
cómodamente, con los ahorros que tenían pensaban vivir en la ciudad de
Guayaquil y así Dante estudiaría en alguna universidad , pero como al igual que
el mundo es redondo la vida es un juego de ruleta donde a veces nos toca la
amarga bala de la desgracia.
Al
regreso de una salida para jugar indor Dante encontró a su padre en la sala de
la casa hablando con su madre, en tantos años le parecía tan lejano, vio cómo
se levantó y le extendió la mano sonriendo de oreja a oreja, sus ojos y sonrisa
eran similares, en un veloz movimiento lo cacheteo y sintió el ardor del golpe
en su palma.
—Has
crecido fuerte, me lo merezco y lose—dijo mientras se tocaba el rostro marcado
por los dedos de su hijo.
—
¡Jodete! —
Su
madre permanecía inmutada por aquella escena, pero en su mente un remolino de
emociones la comía por dentro, su hijo era una relativa imagen de su esposo,
pero podía ver como el odio a su padre aumentaba y por otro lado veía la imagen
joven del hombre que se enamoró en su esposo, solo ella y el sabían que ahora
había sido diagnosticado con cirrosis y no contaba con dinero suficiente para
el tratamiento.
Francisco
Reyes, el padre de Dante había formado una familia con una muchacha joven y
aunque siguió tomando cada vez menos, al fin dejó las infidelidades, tenía un
segundo hijo, Víctor, quince años menor que Dante aunque su madre murió cuando
este cumplió los dos años.
Pancho
como era conocido para todos logro hacer lo que podía para criarlo, la casa que
tenía la alquilaba para locales y vivía en un cuarto con el muchacho, al cual
dejaba en las mañanas con su madrina de bautizo mientras el pintaba, había
dejado el alcohol y gracias a los exámenes que se hizo comprendió la gravedad
de su enfermedad, sufría cirrosis en etapa avanzada, eso explicaba toda la
fatiga y ganas de vomitar que le invadían en las madrugadas, aunque el atribuyo
eso siempre al trabajar con pinturas fuertes, comprendió que no constaba con el
dinero necesario para un tratamiento y de peor manera con un hijo al que criar.
Pensó
durante días la solución de su problema, pero el trabajo le era imposible y
pasaba vomitando o con nauseas medio día hasta que lograba pintar media pared.
Su
única opción era rogar por su hijo, había reflexionado lo mal que actuó con
Dante y su madre, nunca les ofreció nada y solo les causo problemas y aunque
ahora les iba pedir un favor inmenso, trataría de saldar todo con ellos, pues
estaba con un pie en la caja y aunque en vida no fue ni un hombre ejemplar
quería morir sabiendo que uno de sus hijos no le guardaría odio.
Fue
directo hacia su vieja casa y hablo con su antigua mujer, le pidió disculpa y
le explico que le quedaba poco tiempo, que aceptara a su hijo en su custodia y
a cambio le dejaría la casa que tenía, más unos ahorros y que cuando sea mayor
esa casa le pertenezca.
Mercedes
pudo notar los estragos de la enfermedad en Pancho, sus ojos amarillentos y su
rostro más envejecido que de costumbre, sus manos manchadas y las uñas tan
enfermas. Le parecía un hombre lejano comparado aquel que le presentaron en su
fiesta de graduación hace ya más de tres décadas, su corazón era noble y aunque
no tuvo el esposo que siempre deseo pudo ver en aquellas ventanas amarillentas
la amargura de irse sin poder dar más del daño que creo en vida, entendía que
su hijo le guardaría rencor, pero ya muerto lo olvidaría, los años le habían
enseñado que el corazón perdona a quien está en ausencia, mientras que en vida
el odio nos carcome como una sarna en el alma.
Dante
tomo aire y se marchó hacia su habitación, no deseaba saber nada de su padre
más de lo que podría contarle su madre, su humor se volvió pesado y como toro
embravecido daba vueltas en el cuarto esperando la despedida de su padre.
Alrededor
de una hora más tarde pudo escuchar el sonar de los cerrojos abriéndose, espero
un par de minutos hasta que salió, su padre ya estaba en la calle caminando con
las manos dentro de los bolsillos mientras silbaba una canción pegajosa, que
detesto el resto del día por tener aquella melodía en sus adentros, incluso al
día de hoy dicha melodía la tiene en la cabeza revoloteando.
Paso
dos horas hablando con su madre que la idea de aceptar a su medio hermano era
injusta, ella nunca le menciono la enfermedad de su padre y solo le dijo que
dejaba al niño porque viajaría por asuntos de un trabajo que obtuvo.
Una
semana después, antes de la misa de gallo Pancho estaba en la puerta de la casa
cargando un niño junto a una pañalera, lo acompañaba una camioneta y dos
amigotes suyos que le ayudarían a dejar unas cosas, entre electrodomésticos y
maletas Dante pudo notar una caja vieja de madera repleta de polvo con el
apellido “De la Cruz” en el centro.
—
¿Qué tiene esa caja? —dijo Dante mientras trataba de cogerla.
—Tu
Tátara abuelo fue el jardinero de unos hacendados hace mucho y dejó la caja en
herencia familiar, la verdad nunca la he abierto, pesa un poco así que si llego
a morirme ábrela—le sonrió con sus dientes amarillentos.
—Capaz
tiene oro y cosas de valor—repuso Dante
—No
losé, pero según tu abuelo esa caja nunca ha sido abierta y si te fijas bien el
candado que tiene esta tan oxidado que tirando de él podría abrirse, la próxima
vez que venga la abriré y veas que tiene—trato de ver a Dante, pero este ya se
marchaba por el poco interés que le tenía.
Cuando
todos estaban dentro de la casa se acercó a Mercedes y le tomo de ambas manos
para agradecerle, le dio un sobre y el anillo de matrimonio que tenía, Dante
pudo ver esto último a través de un espejo del comedor y lo interpreto como el
divorcio que tanto deseo de niño, pero le parecía difícil ver que ahora su
padre totalmente se desligaba de ellos y les dejaba una carga no muy ligera.
En
la puerta pudo verlo, estaba arrimado y fumando, en tantos años nunca lo vio
fumar y aunque era un hombre de vicios, lenguaje soez y aspecto mamarracho algo
lo hizo verlo distinto, podía ver que su sombra era más clara y como era casi
transparente, su aspecto era tan enfermizo como si de un soplido pudiese
quebrarse, pero notaba ánimos en sus gestos y sonreía con más frecuencia de lo
que recordaba.
Sentía
que el odio y rencor hacia el desapareció, lo veía tan lejano como si hubiese
dejado de ser su padre para ser una persona que solo hace de peatón en la vida,
se acercó a él y le fue ofrecido un cigarro que rechazo por razones más que
obvias, odiaba todo el humo de nicotina por sus años en el colegio y que el Tío
Eulalio fumaba como chimenea.
—
¿Dime tienes novia o alguna chica? —preguntó mientras exhalaba el humo en anillos.
—No
juegues al padre porque tienes muchos años de atraso—su voz era grave y
cortante.
—Bueno,
tranquilo solo tenía esa duda—apago el cigarrillo mientras el cielo comenzaba a
oscurecerse.
Dante
camino hacia la sala y fue a buscar algo que tomar, pero su padre estaba
llamándolo para despedirse, fue forzoso para no quedar mal ante su madre y los
amigotes que estaban allí.
Lo
vio sonriente como si hubiera esperado toda su vida para hacerlo, pero notaba
algo de tristeza en esa sonrisa, era la de alguien que se tiene que marchar y
quiere aferrarse aunque no tenga fuerzas.
—Quiero
que lo tengas y espero te sea útil—le estiró la mano mostrando un anillo,
parecía algo oxidado y tenía un grabado casi imposible de leer.
—
¿De qué material es? —Dante lo hacía bailar en sus dedos mientras trataba de
entender el grabado.
—Es
de cobre con una aleación de oro, me lo dio mi abuelo y el escrito se supone
que dice: “No puedo vivir contigo, ni sin
ti”, no lo he limpiado hace mucho —respondió mientras le extendió la mano.
—Un
grabado muy extraño, pero gracias—le apretó la mano, mientras sonrió para su
padre como su último gesto hacia él.
El
tiempo fue duro, en los dos años posteriores hubo un salvataje bancario y el
país paso su peor crisis en el cambio de milenio, las familias se desintegraban
y la migración parecía la única salvación para algunos.
Muchas
personas al perder sus ahorros murieron, se mataron y otros no pudieron cuidar
a sus enfermos, un 15 de noviembre falleció Pancho, no lo habían visto desde
que dejo a su hijo menor en la casa, se fue del pueblo y solo se enteraron en
la mañana cuando el panadero, uno de sus amigos con los que empinaba codo le
dijo a Dante, su impresión fue fría y seca, al llegar a la casa y conversarlo
con su madre solo en aquel momento pudo entenderlo.
Su
padre había muerto, sintió en su anillo en el dedo anular izquierdo un frio
inmenso que lo invadió, Víctor tenía apenas cinco años y fue muy difícil
contarle, decidieron posponerlo hasta que creciera más.
Partió
hacia la Costa un mes después de la muerte de su padre para estudiar y renovar
nuevos horizontes.
Había pasado el peaje y ya se encontraba
en la Costa, tenía que llamar a su empleador, para notificarle que se
encontraba en la ciudad. Llevaba cerca de cinco años ejerciendo el trabajo de “limpiador” eran pocos los trabajos que
tenían aunque estos lo obligaban a soportar situaciones bizarras para cualquier
otra persona.
Llevaba cerca de dos semanas investigando
un caso muy importante que le proporcionaría una pista de lo que podría ser el
trabajo de su vida.
El calor en el bus era insoportable, la
humedad expulsada de los suelos por la lluvia repercutía con la hojalata
rebosante de personas.
Dante siempre tomaba bus cuando tenía que
ir hacia algún trabajo, tenía un auto de hace dos años y no quería que le
pasara algo, aunque su situación económica era mejor que la de muchos( ganaba
diez veces el sueldo básico) y aparte era una persona de alta influencia en
ciertos sectores, su madre seguía con Víctor en Muisne y tenían una vida de comodidades,
su hermano ya tenía veintitrés años y se había hecho de compromiso, de una
muchachita que fue alguna vez reina de un concurso, su relación con Dante era
de respeto y aunque apenas se tuteaban sentía mucha admiración por su hermano
mayor, que se tornó alguien distante, los últimos dos meses del verano pasaban
en familia junto con Dante.
Mientras el bus andaba en las calles y el
tráfico lo frenaba la suave brisa de lluvia refrescaba su rostro asomado por la
ventana, era blanco y siempre cargaba ese modelo de lentes que se oscurecen
como gafas con el sol, tenía una herida de bala en la mano derecha y sus ojos
eran oscuros totalmente de una negrura azabache.
Vivía solo y aunque no era una persona muy
amigable por su trabajo disfrutaba de compañía de viejos amigos de estudios,
era de una estatura mayor al promedio y su cuerpo era como aquellos policías
metropolitanos que a falta de arma tienen buena contextura.
Todos que lo conocían dudaban de su edad y
pensaban que su cédula era trucada, su apariencia siempre saludable y estoica
era envidiable por sus ex compañeros que con el pasar del tiempo iban agarrando
peso.
El cementerio general de la ciudad era su
objetivo, espero dentro de este hasta que los guardias de la junta de
beneficencia cierren la puerta, se
escabulló por las distintas secciones del cementerio, un laberinto blanco opaco
con placas decorativas de bronce, flores y gatos negros por doquier, estatuas
en las tumbas de los presidente y de figuras notables en la historia del país.
Había logrado investigar que existía un
subsuelo debajo del cementerio y que hace muchos años conectaba con varios
túneles de la ciudad que fueron dejando de usar con el avance a la
modernización.
Le habían encomendado buscar a un político
de apellido Duarte que estaba desaparecido hace unas semanas, poseía cargos de
corrupción pero al parecer existía un motivo aún mayor para que le encargaran
rastrearlo.
Iba vestido de pantalón negro, zapatos de
vestir negros, camisa oscura y chompa, el calor no hacia ninguna molestia en su
cuerpo y era visto como bicho raro en la calle por deambular así en días que la
temperatura pasaba los 35 grados, cargaba un anillo en el dedo anular derecho y
un par de aretes de plata.
El viento en el cementerio era fuerte y
golpeaba cortando la piel, impregnándola de un hedor a humedad, llego a la
puerta número ocho y forzó el candado de un mausoleo sin placas, era muy bien
decorado y para estar sin reconocer supuso que algo debía esconder, había
conseguido planos del cementerio en el comienzo de su creación gracias a los
datos recogidos por la escuela de Ingeniero Civiles, los túneles fueron hechos
para esconder cuanto tuviera valor de los piratas y a las personas en épocas
muy antiguas, después fueron usados como cloaca, pero no resulto y se sabía que
las entradas por este lugar eran solo accesibles por anchos desagües.
El interior del mausoleo era decorado con
molduras de mármol y dos ataúdes simples, jalo uno de los ataúdes y descubrió
un tipo de puertecilla como si fuera una cisterna con un gran candado, se
encontraba totalmente preparado para todo y como siempre decía el mismo no
había lugar que no pueda entrar aunque sea a la fuerza, no en balde era el
mejor limpiador y uno de los pocos que siguen vivos.
La entrada de aquella escotilla revelaba
unas escaleras que parecían casi eternas, viejas y húmedas, el ambiente se
volvió denso mientras bajaba y sentía que el aire pesaba más que lo normal,
pudo notar que su reloj se quedó parado apenas termino el último escalón y vio
un largo corredor oscuro frente a sus ojos, por cosas del destino Dante podía
ver a través de la oscuridad como si de un gato se tratara y no requería de
alguna fuente de luz que lo delatara, en sus años de limpiador aquel corredor
le pareció el lugar más nocivo que había pisado, venia años tratando con lo
absurdo de la realidad y lo más oscuro de la sociedad, pero lo que sus ojos le
mostraron y gracias a su reloj entendió que no estaba en un lugar común, era
algo fuera de lógica donde deambulaba y que dicho político estaba envuelto en
un gran misterio pues aquel corredor no solo era largo y oscuro, mostraba un
horizonte angosto de menos de tres metros de ancho y una profundidad abismal,
conto cien escalones y sabía que cada uno media cerca de treinta centímetros
por que eran muy grandes, tenía el vago cálculo que estaba a treinta metros
bajo el suelo y que ningún grito o disparo podría ser escuchado arriba.
Siguiente Capítulo: Quinto Capítulo: Una vida en declive