Cuarto Capítulo: Entorno Peculiar


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Las primeras lluvias del invierno habían llegado, la humedad salía con ferocidad de la tierra y ahogaba todo aquel entre las nubes y el suelo.

Dante se había situado todo el verano en su tierra natal, Muisne.

Regresaba en su auto a la ciudad donde llevaba viviendo después de la muerte de su padre, si así podía nombrarlo solo por la mera obligación de tener su apellido y un anillo suyo.

Su infancia fue dura como la de muchas pobres criaturas de familia de clase baja, su madre era una lavandera que se casó con el borracho de la cuadra donde vivía, su padre apenas ganaba dinero como pintor y albañil, aunque la mayoría de este era gastado en mujeres y trago.

La familia vivía en un cuarto alquilado que estaba arrimado a la casa de su abuela materna, dormían en la misma habitación toda y solo disponían de un baño, para poder comer y preparar algo tenían que ir a la casa principal.

Durante su niñez recordaba como su padre llegaba cada noche de viernes o como decía en vida, “San Viernes”, vomitado, golpeado o gritando, su abuela era una mujer muy alejada sentimentalmente de su madre, la trataba por la vieja costumbre de guardar apariencias.

Tenía una sola tía que se había casado con un conductor de bus y vivía en la casa principal, su tío, Don Eulalio era un hombre bonachón y agradable, viendo como sufría el muchacho y sumado al hecho que no podía tener hijos lo quiso como suyo, le daba regalos y dinero cuando podía, le pagaba el uniforme de la escuela, pues lo que ganaba la madre solo cubría apenas las planillas básicas, el padre no aportaba nada a más de problemas y aunque querían botarlo siempre la abuela intervenía diciendo que un hogar sin padre le haría daño al muchacho.

Dante con ocho años pasada la hora del almuerzo subía al bus de su tío, con una funda de caramelos y los vendía a quienes estén para así obtener un ahorrillo extra que iba guardando, muchas personas lo reconocían en el bus y le compraban conociendo el terrible padre que tenía, mientras que otros lo miraban con indiferencia como si marcaran una muralla de importancia hacia el niño.

 Siguió ejerciendo el trabajo de caramelero hasta que decidió hacer dos jornadas, los fines de semana afuera de la alcaldía, betunando los zapatos de muchas personas para así tener un ahorro mayor.

Al llegar al colegio su madre deseaba ahorrar fondos para así pagarle la Universidad en una carrera agraria y junto a su tío abuelo pueda encargarse de las haciendas, su padre seguía la vida bohemia y los había abandonado para vivir con una mujer más joven de la cual rumoreaban a espaldas de Dante y su madre, que estaba embarazada.

En el colegio dejo su trabajo de informal y comenzó aprendiendo contabilidad gracias a un compañero suyo, pudo conseguir puesto como un cajero de restaurant cuando apenas estaba en decimo curso de básica, ahorraba cada vez más dinero para su universidad, su madre aparte de lavandera los fines de semana comenzó como empleada en una casa y tenía mejores ingresos, vivían una época muy fructífera para ambos aun cuando en el país la situación económica cada vez era más dura.

Cuando termino su bachillerato, se graduó de contable, en pocos meses falleció su abuela, en el testamento dejaba repartida la casa para sus dos hijas, pero como sus tíos decidieron viajar a España les quedo la casa sola, aquel cuarto donde se crio con toda su familia ahora era suyo totalmente, su madre ocupo un cuarto pequeño y dejaron el resto de la casa en alquiler, estaban viviendo cómodamente, con los ahorros que tenían pensaban vivir en la ciudad de Guayaquil y así Dante estudiaría en alguna universidad , pero como al igual que el mundo es redondo la vida es un juego de ruleta donde a veces nos toca la amarga bala de la desgracia.

Al regreso de una salida para jugar indor Dante encontró a su padre en la sala de la casa hablando con su madre, en tantos años le parecía tan lejano, vio cómo se levantó y le extendió la mano sonriendo de oreja a oreja, sus ojos y sonrisa eran similares, en un veloz movimiento lo cacheteo y sintió el ardor del golpe en su palma.

—Has crecido fuerte, me lo merezco y lose—dijo mientras se tocaba el rostro marcado por los dedos de su hijo.

— ¡Jodete! —

Su madre permanecía inmutada por aquella escena, pero en su mente un remolino de emociones la comía por dentro, su hijo era una relativa imagen de su esposo, pero podía ver como el odio a su padre aumentaba y por otro lado veía la imagen joven del hombre que se enamoró en su esposo, solo ella y el sabían que ahora había sido diagnosticado con cirrosis y no contaba con dinero suficiente para el tratamiento.

Francisco Reyes, el padre de Dante había formado una familia con una muchacha joven y aunque siguió tomando cada vez menos, al fin dejó las infidelidades, tenía un segundo hijo, Víctor, quince años menor que Dante aunque su madre murió cuando este cumplió los dos años.

Pancho como era conocido para todos logro hacer lo que podía para criarlo, la casa que tenía la alquilaba para locales y vivía en un cuarto con el muchacho, al cual dejaba en las mañanas con su madrina de bautizo mientras el pintaba, había dejado el alcohol y gracias a los exámenes que se hizo comprendió la gravedad de su enfermedad, sufría cirrosis en etapa avanzada, eso explicaba toda la fatiga y ganas de vomitar que le invadían en las madrugadas, aunque el atribuyo eso siempre al trabajar con pinturas fuertes, comprendió que no constaba con el dinero necesario para un tratamiento y de peor manera con un hijo al que criar.

Pensó durante días la solución de su problema, pero el trabajo le era imposible y pasaba vomitando o con nauseas medio día hasta que lograba pintar media pared.

Su única opción era rogar por su hijo, había reflexionado lo mal que actuó con Dante y su madre, nunca les ofreció nada y solo les causo problemas y aunque ahora les iba pedir un favor inmenso, trataría de saldar todo con ellos, pues estaba con un pie en la caja y aunque en vida no fue ni un hombre ejemplar quería morir sabiendo que uno de sus hijos no le guardaría odio.

Fue directo hacia su vieja casa y hablo con su antigua mujer, le pidió disculpa y le explico que le quedaba poco tiempo, que aceptara a su hijo en su custodia y a cambio le dejaría la casa que tenía, más unos ahorros y que cuando sea mayor esa casa le pertenezca.

Mercedes pudo notar los estragos de la enfermedad en Pancho, sus ojos amarillentos y su rostro más envejecido que de costumbre, sus manos manchadas y las uñas tan enfermas. Le parecía un hombre lejano comparado aquel que le presentaron en su fiesta de graduación hace ya más de tres décadas, su corazón era noble y aunque no tuvo el esposo que siempre deseo pudo ver en aquellas ventanas amarillentas la amargura de irse sin poder dar más del daño que creo en vida, entendía que su hijo le guardaría rencor, pero ya muerto lo olvidaría, los años le habían enseñado que el corazón perdona a quien está en ausencia, mientras que en vida el odio nos carcome como una sarna en el alma.

Dante tomo aire y se marchó hacia su habitación, no deseaba saber nada de su padre más de lo que podría contarle su madre, su humor se volvió pesado y como toro embravecido daba vueltas en el cuarto esperando la despedida de su padre.

Alrededor de una hora más tarde pudo escuchar el sonar de los cerrojos abriéndose, espero un par de minutos hasta que salió, su padre ya estaba en la calle caminando con las manos dentro de los bolsillos mientras silbaba una canción pegajosa, que detesto el resto del día por tener aquella melodía en sus adentros, incluso al día de hoy dicha melodía la tiene en la cabeza revoloteando.

Paso dos horas hablando con su madre que la idea de aceptar a su medio hermano era injusta, ella nunca le menciono la enfermedad de su padre y solo le dijo que dejaba al niño porque viajaría por asuntos de un trabajo que obtuvo.

Una semana después, antes de la misa de gallo Pancho estaba en la puerta de la casa cargando un niño junto a una pañalera, lo acompañaba una camioneta y dos amigotes suyos que le ayudarían a dejar unas cosas, entre electrodomésticos y maletas Dante pudo notar una caja vieja de madera repleta de polvo con el apellido De la Cruz” en el centro.

— ¿Qué tiene esa caja? —dijo Dante mientras trataba de cogerla.

—Tu Tátara abuelo fue el jardinero de unos hacendados hace mucho y dejó la caja en herencia familiar, la verdad nunca la he abierto, pesa un poco así que si llego a morirme ábrela—le sonrió con sus dientes amarillentos.

—Capaz tiene oro y cosas de valor—repuso Dante

—No losé, pero según tu abuelo esa caja nunca ha sido abierta y si te fijas bien el candado que tiene esta tan oxidado que tirando de él podría abrirse, la próxima vez que venga la abriré y veas que tiene—trato de ver a Dante, pero este ya se marchaba por el poco interés que le tenía.

Cuando todos estaban dentro de la casa se acercó a Mercedes y le tomo de ambas manos para agradecerle, le dio un sobre y el anillo de matrimonio que tenía, Dante pudo ver esto último a través de un espejo del comedor y lo interpreto como el divorcio que tanto deseo de niño, pero le parecía difícil ver que ahora su padre totalmente se desligaba de ellos y les dejaba una carga no muy ligera.

En la puerta pudo verlo, estaba arrimado y fumando, en tantos años nunca lo vio fumar y aunque era un hombre de vicios, lenguaje soez y aspecto mamarracho algo lo hizo verlo distinto, podía ver que su sombra era más clara y como era casi transparente, su aspecto era tan enfermizo como si de un soplido pudiese quebrarse, pero notaba ánimos en sus gestos y sonreía con más frecuencia de lo que recordaba.

Sentía que el odio y rencor hacia el desapareció, lo veía tan lejano como si hubiese dejado de ser su padre para ser una persona que solo hace de peatón en la vida, se acercó a él y le fue ofrecido un cigarro que rechazo por razones más que obvias, odiaba todo el humo de nicotina por sus años en el colegio y que el Tío Eulalio fumaba como chimenea.

— ¿Dime tienes novia o alguna chica? —preguntó mientras exhalaba el humo en anillos.

—No juegues al padre porque tienes muchos años de atraso—su voz era grave y cortante.

—Bueno, tranquilo solo tenía esa duda—apago el cigarrillo mientras el cielo comenzaba a oscurecerse.

Dante camino hacia la sala y fue a buscar algo que tomar, pero su padre estaba llamándolo para despedirse, fue forzoso para no quedar mal ante su madre y los amigotes que estaban allí.

Lo vio sonriente como si hubiera esperado toda su vida para hacerlo, pero notaba algo de tristeza en esa sonrisa, era la de alguien que se tiene que marchar y quiere aferrarse aunque no tenga fuerzas.

—Quiero que lo tengas y espero te sea útil—le estiró la mano mostrando un anillo, parecía algo oxidado y tenía un grabado casi imposible de leer.

— ¿De qué material es? —Dante lo hacía bailar en sus dedos mientras trataba de entender el grabado.

—Es de cobre con una aleación de oro, me lo dio mi abuelo y el escrito se supone que dice: “No puedo vivir contigo, ni sin ti”, no lo he limpiado hace mucho —respondió mientras le extendió la mano.

—Un grabado muy extraño, pero gracias—le apretó la mano, mientras sonrió para su padre como su último gesto hacia él.

El tiempo fue duro, en los dos años posteriores hubo un salvataje bancario y el país paso su peor crisis en el cambio de milenio, las familias se desintegraban y la migración parecía la única salvación para algunos.

Muchas personas al perder sus ahorros murieron, se mataron y otros no pudieron cuidar a sus enfermos, un 15 de noviembre falleció Pancho, no lo habían visto desde que dejo a su hijo menor en la casa, se fue del pueblo y solo se enteraron en la mañana cuando el panadero, uno de sus amigos con los que empinaba codo le dijo a Dante, su impresión fue fría y seca, al llegar a la casa y conversarlo con su madre solo en aquel momento pudo entenderlo.

Su padre había muerto, sintió en su anillo en el dedo anular izquierdo un frio inmenso que lo invadió, Víctor tenía apenas cinco años y fue muy difícil contarle, decidieron posponerlo hasta que creciera más.

Partió hacia la Costa un mes después de la muerte de su padre para estudiar y renovar nuevos horizontes.

Había pasado el peaje y ya se encontraba en la Costa, tenía que llamar a su empleador, para notificarle que se encontraba en la ciudad. Llevaba cerca de cinco años ejerciendo el trabajo de “limpiador” eran pocos los trabajos que tenían aunque estos lo obligaban a soportar situaciones bizarras para cualquier otra persona.

Llevaba cerca de dos semanas investigando un caso muy importante que le proporcionaría una pista de lo que podría ser el trabajo de su vida.

El calor en el bus era insoportable, la humedad expulsada de los suelos por la lluvia repercutía con la hojalata rebosante de personas.

Dante siempre tomaba bus cuando tenía que ir hacia algún trabajo, tenía un auto de hace dos años y no quería que le pasara algo, aunque su situación económica era mejor que la de muchos( ganaba diez veces el sueldo básico) y aparte era una persona de alta influencia en ciertos sectores, su madre seguía con Víctor en Muisne y tenían una vida de comodidades, su hermano ya tenía veintitrés años y se había hecho de compromiso, de una muchachita que fue alguna vez reina de un concurso, su relación con Dante era de respeto y aunque apenas se tuteaban sentía mucha admiración por su hermano mayor, que se tornó alguien distante, los últimos dos meses del verano pasaban en familia junto con Dante.

Mientras el bus andaba en las calles y el tráfico lo frenaba la suave brisa de lluvia refrescaba su rostro asomado por la ventana, era blanco y siempre cargaba ese modelo de lentes que se oscurecen como gafas con el sol, tenía una herida de bala en la mano derecha y sus ojos eran oscuros totalmente de una negrura azabache.

Vivía solo y aunque no era una persona muy amigable por su trabajo disfrutaba de compañía de viejos amigos de estudios, era de una estatura mayor al promedio y su cuerpo era como aquellos policías metropolitanos que a falta de arma tienen buena contextura.

Todos que lo conocían dudaban de su edad y pensaban que su cédula era trucada, su apariencia siempre saludable y estoica era envidiable por sus ex compañeros que con el pasar del tiempo iban agarrando peso.

El cementerio general de la ciudad era su objetivo, espero dentro de este hasta que los guardias de la junta de beneficencia cierren la puerta,  se escabulló por las distintas secciones del cementerio, un laberinto blanco opaco con placas decorativas de bronce, flores y gatos negros por doquier, estatuas en las tumbas de los presidente y de figuras notables en la historia del país.

Había logrado investigar que existía un subsuelo debajo del cementerio y que hace muchos años conectaba con varios túneles de la ciudad que fueron dejando de usar con el avance a la modernización.

Le habían encomendado buscar a un político de apellido Duarte que estaba desaparecido hace unas semanas, poseía cargos de corrupción pero al parecer existía un motivo aún mayor para que le encargaran rastrearlo.

Iba vestido de pantalón negro, zapatos de vestir negros, camisa oscura y chompa, el calor no hacia ninguna molestia en su cuerpo y era visto como bicho raro en la calle por deambular así en días que la temperatura pasaba los 35 grados, cargaba un anillo en el dedo anular derecho y un par de aretes de plata.

El viento en el cementerio era fuerte y golpeaba cortando la piel, impregnándola de un hedor a humedad, llego a la puerta número ocho y forzó el candado de un mausoleo sin placas, era muy bien decorado y para estar sin reconocer supuso que algo debía esconder, había conseguido planos del cementerio en el comienzo de su creación gracias a los datos recogidos por la escuela de Ingeniero Civiles, los túneles fueron hechos para esconder cuanto tuviera valor de los piratas y a las personas en épocas muy antiguas, después fueron usados como cloaca, pero no resulto y se sabía que las entradas por este lugar eran solo accesibles por anchos desagües.

El interior del mausoleo era decorado con molduras de mármol y dos ataúdes simples, jalo uno de los ataúdes y descubrió un tipo de puertecilla como si fuera una cisterna con un gran candado, se encontraba totalmente preparado para todo y como siempre decía el mismo no había lugar que no pueda entrar aunque sea a la fuerza, no en balde era el mejor limpiador y uno de los pocos que siguen vivos.

La entrada de aquella escotilla revelaba unas escaleras que parecían casi eternas, viejas y húmedas, el ambiente se volvió denso mientras bajaba y sentía que el aire pesaba más que lo normal, pudo notar que su reloj se quedó parado apenas termino el último escalón y vio un largo corredor oscuro frente a sus ojos, por cosas del destino Dante podía ver a través de la oscuridad como si de un gato se tratara y no requería de alguna fuente de luz que lo delatara, en sus años de limpiador aquel corredor le pareció el lugar más nocivo que había pisado, venia años tratando con lo absurdo de la realidad y lo más oscuro de la sociedad, pero lo que sus ojos le mostraron y gracias a su reloj entendió que no estaba en un lugar común, era algo fuera de lógica donde deambulaba y que dicho político estaba envuelto en un gran misterio pues aquel corredor no solo era largo y oscuro, mostraba un horizonte angosto de menos de tres metros de ancho y una profundidad abismal, conto cien escalones y sabía que cada uno media cerca de treinta centímetros por que eran muy grandes, tenía el vago cálculo que estaba a treinta metros bajo el suelo y que ningún grito o disparo podría ser escuchado arriba.

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