Juanjo Quiróz había dedicado su vida al negocio de venta
de productos electrónicos en el sector conocido como la bahía de la ciudad,
aunque tenía años en el área y se le conocía como un famoso distribuidor todo
era solo una fallada para el señor de la droga que era en verdad.
Toda la droga que circulaba en los colegios fiscales, las
calles del suburbio, las invasiones del este y callejones céntricos era de su
autoría. Su padre fue un montubio con bastas tierras que al morir dejo el fruto
de cinco décadas de trabajo a su único hijo, lamentablemente este prefería
obrar por la izquierda y buscar los métodos más fáciles de conseguir dinero
para poder pagarse los lujos que ansiaba en su vida.
Las mujeres, alcohol, viajes y relojes era su manera de
consentirse. Tenía ya cerca de diez hijos a los cuales no reconocía, pero se
enorgullecía de poder decir que planeaba tener un hijo con una mujer de
diferente provincia del país.
Su negocio era sumamente próspero, aunque no estudio era
muy diestro para los números y tenía un excelente talento para relacionarse con
los pandilleros locales para así hacer los colegios un mercado más.
Le importaba poco el hecho de que jóvenes consumieran,
caminaba en la calle con suma tranquilidad mientras veía como niños mendigaban
monedas para poder consumir más droga, su apariencia pública era solo la de un
hombre con negocios de electrónica mientras que en el submundo era conocido como
uno de los más grandes capos, pero había sabido jugar bien sus piezas para no
mostrar su rostro y tener alguien de suma confianza que lo represente.
La vida sin familiares vivos, responsabilidades y llena
de lujos era lo mejor que pudo sucederle a Juanjo, solo estaba él y nadie más,
ni siquiera poseía un perro que le ladrara al llegar a su casa, que estaba
ubicada en el Portón del Paraíso. Un lugar bastante modesto y no era tan caro,
dentro de ella mantenía una fachada sobria y con poco decorado, lo más
llamativo era el cuadro al fondo de la sala con un paisaje marino
incomprensible.
Las luces de su casa siempre lucían apagadas pero al
parquearse notó como la sala y su dormitorio estaba prendido, aunque a unas
pocas casas suyas vivían sus guardaespaldas privados y poseía un arma en un
compartimiento oculto de su auto para situaciones peligrosas.
Nunca había sufrido un atentado en su vida y pensó que
sería imposible que un ladrón entrase a su hogar, el destino no es tan cómico
para poner a un simple maleante en la casa de uno de los hombres más peligrosos
de la ciudad.
Durante varios segundos divago que debía hacer, mantenía
las luces del auto apagado y aún no se acercaba hacia la casa, siguió de largo
hacia la derecha en la estrecha calle de la ciudadela para parquearse junto a
la garita del guardia quien era un conocido suyo y también alguien que vigilaba
su hogar.
Habló durante unos minutos con el guardia, un hombre
mayor, mientras le escribió a sus hombres, pero el sujeto no le dio razón, solo
le comentó que hace una media hora un taxi pasó por la entrada principal y dejó
a una persona, pero que no la vio entrar en la ciudadela y que nadie había
entrado o salido en aproximadamente varias horas, pues ya era de madrugada.
Los guardaespaldas llegaron al cabo de unos cinco
minutos, hombres altos y fornidos con aspecto tosco y chompas oscuras junto a
unos jeans azules, ambos usaban botas grandes y gruesas como esas que toleran
clavos.
—Quiero que llamen a más personas y que patrullen todo el
sector de la ciudadela, no puede ser que alguien llegue tan fácil a mi casa,
siendo yo una persona tan precavida—ordenó mientras sacaba un cigarrillo que no
prendió por la repentina lluvia que arrancó con fiereza en pocos segundos.
—Jefe, nosotros dos iremos a la casa, espere en la garita
con el guardia y cuando veamos algo le notificamos—dijo el hombre más robusto
mientras metía su mano dentro de la chompa.
Aunque era una ciudadela bastante pequeña de tan solo dos
etapas esta poseía suficiente alumbrado para cada esquina y en un pestañeo la
luz se fue en todo el lugar violentamente. El único lugar que poseía algo de
luz era la casa de Juanjo que mostraba como su sala y cuarto brillaban con
fulgor.
—Mejor esperen que lleguen los demás, no vaya ser que sea
una emboscada—pronunció el guardia mientras abría una botella de cerveza.
—Vayan ahora, sí nos demoramos podrían intentar huir o
quién sabe quién o quienes estén dentro tengan refuerzos por venir—dijo Juanjo
mientras les hacía seña que se apuraran.
Los guardaespaldas caminaron a paso rápido mientras
miraban a los alrededores, sentían más frío conforme se acercaban a la casa y
un escalofrío les recorrió el cuerpo.
Llevaban años trabajando como matones para Juanjo y
conocían que al mínimo movimiento debían de tener su arma vaciada en lo que se
mueva, ninguno de los dos poseía familia alguna ni cercana que le llorasen en
caso de muerte.
La casa era simple, pero ante tal oscuridad y siendo la
única luz se veía impotente, como un castillo rezagado a las tinieblas que
albergaba un misterio atroz por ser revelado creaba un ambiente de tensión
inimaginable.
Quinteros, el hombre más bajo de los dos guardaespaldas
acercó su mano a la puerta mientras con la otra mantenía el arma, pero al
intentar tocar la chapa esta se abrió como si un viento huracanado hubiese
invadido el inmueble.
— ¡CARAJO! —gritó Medardo, el sujeto más alto de los dos.
—Estúpido, cállate que desde ya sabe que entraremos,
debió ser el viento—susurró mientras pisaba lentamente en la casa y apuntaba
hacia todo lado.
El viento era totalmente frío dentro de la casa como sí
el aire acondicionado hubiese estado prendido por horas, no se escuchaba ningún
ruido excepto las pisadas que daban lentamente, aunque ambos se miraron y
asintieron al mismo tiempo, tenía el presentimiento que alguien estaba en la
casa y es más aquella persona los observaba, era un sentimiento difícil de
explicar que los agobiaba.
—Vaya, vaya, tenemos aquí a los perros del Gran Señor de
la Droga, me parece una falta de educación que él mismo no venga a solucionar
sus propios asuntos, aunque le reconozco tal cuidado en saber manejar su
identidad y mantenerse fuera del submundo aunque rige como un pilar de
este—dijo una voz que parecía venir de todas partes de la casa, como si no
tuviese un punto específico.
— ¡Quién demonios eres y que carajos quieres aquí!
—gritó Medardo mientras apuntaba hacia
delante, aún se encontraba en el pasillo de la puerta con la sala y a su
espalda estaba Quinteros cubriéndolo.
—Quien soy y que busco no les incumbe a simples perros
que obedecen ordenes, es más los muertos no pueden exigir nada más que
descanso—respondió con un tono de voz enojado mientras se escuchaba un fuerte
estruendo afuera de la casa.
— ¡Mierda! ¿Qué pasó afuera? —dijo Quinteros mientras
abría la puerta detrás suyo.
No había nada, en absoluto solo podía ver oscuridad total
y cuando forzó sus ojos a buscar algo entre tanta tiniebla solo encontró el
choque violento de la puerta con su rostro.
— ¡Qué demonios está pasando aquí! ¡Joder que fue eso!
—gritó Medardo mientras escuchaba como alguien bajaba de la escalera con pasos
sumamente pesados.
—No dejes que nos alcance, apenas se acerque y lo veamos,
llénalo de plomo, si cae lo pateamos, esa mierda que vi no fue normal y este
sujeto me da una mala vibra—susurró Quinteros con bastante nerviosismo, era una
persona supersticiosa y creía en las malas energías.
La escalera de cemento recrudecía como sí un elefante
bajara, se podía escuchar algo raspando la piedra y un corrientazo les invadió
a ambos la espalda, la nuca perdió movilidad mientras sentían como el aire les
pesaba.
Quinteros entendía la situación al ver a su compañero,
ambos sentían la adrenalina de estar al borde de la muerte sin que nada les
amenazara a más de que el entorno se volvió hostil hacia ellos
psicológicamente, veían con miedo los rincones de la casa, los cuadros y todo
les inquietaba.
Una mano se asomó sobre la pared que estaba a menos de
dos metros de Medardo, en un ataque de ira y como si hubiese sido espectador
del mismísimo diablo Quinteros se lanzó a vaciar su arma contra la mano, avanzó
caminando gritando insultos al contrario de su compañero que tuvo un ataque de
pánico y se quedó temblando viendo tal acción llena de furia.
— ¡Demonios! ¡Muérete! ¡Maldita seas! —los gritos de
Quinteros eran mayores cuanto más se acercaba al terminar el corredor, al
tratar de girar hacia la escalera y ver qué había pasado con el sujeto se llevó
una sorpresa espeluznante.
— ¡Que Carajos! ¡Santo Cielo! —gritó mientras veía el
cadáver de un sujeto colgado.
— ¿Qué acabas de ver? —preguntó Medardo como un niño
lleno de inocencia.
—Abre esa puerta y vámonos de aquí, lo que carajos allá
sido ese tipo no losé, pero debemos ir por refuerzos—apenas terminó de hablar
escuchó un leve sonido que irónicamente sería el último en su vida.
Quinteros trató de girar al escuchar lo que le parecía
una pisada, mientras subía el arma para darse la vuelta, la mano que vio
anteriormente lo sorprendió, le sujetó la cara rápidamente y en leves segundos
vio al tipo, que usaba gafas oscuras.
Lo que siguió fue
tan rápido que dejo intimidado a Medardo, vio como el tipo sujetó la cara a su
compañero y con la mano libre atrapó el arma, mientras en un movimiento rápido
empujó la cabeza contra la pared reventándola de un solo golpe como quien parte
una piñata en una matiné de un solo palazo.
Aquella escena le recordó a su niñez cuando vio como un
perro era atropellado por un camión, pero muy al contrario de aquel hecho aquí
sintió miedo en cada célula de su cuerpo, la idea de ser el siguiente le
circuló rápidamente y en un ataque de lo que el suponía miedo trató de disparar
hacia el tipo que estaba sacudiendo su mano al aire para limpiarse la sangre y
sesos de Quinteros.
El arma no funcionó y en el tercer intento se la tiró
mientras se giró para huir por la puerta, un disparo le perforó el brazo
derecho en el momento preciso que tocó la chapa y otro le dio en el talón
izquierdo, todo su peso lo obligó a caer y cuando trató de arrastrarse sintió
como era sujetado del cabello.
—Tú y yo tendremos que hablar mucho, pero primero
necesito que me respondas algo y quizás considere que debes vivir—
— ¡Si, lo que sea pero no me mates! ¡Lo suplico! —su voz
estaba al borde de las lágrimas.
—Quiero que tomes esta arma, la metas en tu boca y te
dispares—le entregó el arma mientras lo veía inquieto.
— ¡Que enfermo eres! ¡Maldito idiota! —gritó mientras lo
apuntaba con el arma y jaló el gatillo, nada salió del cañón.
—Bueno, tuviste tu oportunidad, podrías haberte puesto el
arma apuntando hacia abajo para solo dañarte la quijada y vivir, pero como les
dije los muertos nada deben exigir—
Juanjo estaba desesperado, conocía a sus hombres y
suponía que algo debía haberles pasado para demorar tanto, lo que más le
inquietaba era no escuchar disparos, no esperaba oírlos pero suponía que en
algún momento alguien haría uno que irrumpiría en el silencio sepulcral donde
todos los demás dormían.
Llamar la atención le era considerado un pecado mortal
que no podía cometer, siempre buscaba el método para ser irreconocible ante los
demás aunque le cueste trabajo y dinero, su apariencia de buen hombre era lo
que debía prevalecer ante todos.
Varias camionetas de color oscuro llegaron repletas de
sujetos que parecía haber sacado de los rincones más peligrosos de la ciudad,
un hombre se bajó de una de estas y se acercó hacia Juanjo mientras prendía un
cigarrillo con la uña.
—Si lo que me informas es verdad y allí hay un solo
sujeto créeme que después de esto te invitaré a tomar a mi casa, me
sorprendería que alguien ataque tu casa de esta manera—el tipo vestía de negro,
su camisa era elegante y su aspecto parecía más refinados que todos allí.
—Medardo y Quinteros fueron hace tan solo diez minutos y
no vuelven, considero que algo debió pasarles, pero lo que más me preocupa es
el hecho de quién demonios llegó a mi casa asi de simple—la voz de Juanjo era
paranoica.
—No te preocupes más por eso, pero necesito que me
respondas algo—su tono era insidioso.
— ¿Qué cosa? —
— ¿Cómo sabes que es una sola persona quien entró? —
—Pues… hace unos días tuve una visita inesperada, me
encontraba en mi trabajo y de la nada se me acercó un tipo con gafas oscuras,
un tatuaje con las siglas PDL y un papel. Lo dejó en el mostrador de mi negocio
mientras se perdió entre la multitud—su voz tenía un leve rasgo de temor.
— ¿Qué decía el papel? —le pareció algo más anormal de
común, no tan solo conocían la casa de Juanjo sino que su local de trabajo
tampoco era un lugar seguro.
—Decía: Iré yo solo en un par de días, no pienses huir
porque te cazaré, solo seré yo contra todos tus perros—
—Entonces podría decirse que fuiste amenazado y ahora ese
sujeto está desafiándote en tu propia casa, no importa que diga, lo sacaremos
vivo y rogará por su vida, no sin antes decirnos quien es y que quiere—hizo una
seña con su mano para ordenar que todos vayan a la casa, cerca de una docena de
sujetos rodearon el lugar mientras pensaban la mejor manera de entrar.
— ¡Al demonio! Somos muchos así que podremos con
esto—dijo un sujeto que caminó con gallardía hacia la puerta, pero al escuchar
como esta se abría sacó su arma inmediatamente.
Una mano sangrienta fue lo primero que vieron todos,
sacaron sus armas pero conforme la puerta se abría más se notaba que la
expresión de sus rostros se volvía angustia. Medardo se sostenía de la puerta,
mientras todos lo veían asustados, su rostro estaba lleno de sangre, su cuerpo
herido como si una fiera lo hubiese atacado y su mirada perdida.
— ¡Santo Cielo! ¡Aníbal! ¡Ordena que lo traigan hacia un
carro!—gritó Juanjo mientras contemplaba con horror el mórbido estado de su
guardaespaldas.
— ¡Demonios! ¡Tráiganlo hacia mi camioneta y vigilen que
nada salga de esa maldita casa! Gritó el sujeto que vestía elegante mientras
comenzaba a divagar si aún trataban con un simple asesino, una chispa cruzó su
cabeza y supo quién podría ser el atacante.
Medardo fue cargado en hombros por dos sujetos que
evitaban mirarlo, sentían la sangre escurrirles encima y un olor a pólvora de
lo más intenso. Lo acostaron en el balde de la camioneta, le acercaron una
botella de agua y uno de ellos trató de revisar sus heridas mientras el resto
discutía que debían llevarlo con un doctor.
— ¿Medardo que fue lo que pasó con Quinteros y quien o
que estaba dentro? —aunque moría del miedo Juanjo necesitaba saber a qué se
exponía, nunca había sufrido un atentado y pasaba viendo narco novelas para según
él prevenir posibles ataques, pero toda esta situación parecía salida de
película de terror.
—Una mano… Quinteros disparó toda su arma sin el
silenciador y cuando se acercó el salió de allí como sí no fuera visible, no es
humano—su voz era temblorosa.
— ¿Que te refieres? ¿Cómo vestía y que le hizo a
Quinteros? —Aníbal temía que el agresor fuese el Carnicero, aunque llevaba años
en negocios turbios y en tiempos más jóvenes fue sicario comprendía que aquel
criminal estaba en otro nivel.
—Yo lo vi… él tipo vestía oscuro y cargaba gafas, con su
mano sujetó la cara de Quinteros y en menos de un instante lo estrelló en la
pared con tal fuerza que le reventó la cabeza, me disparó y solo me dijo que
viviría para que sepan lo que es capaz de hacer—Medardo hablaba distante, su
mirada se proyectaba hacia la nada y su voz no tenía ningún tipo de miedo ni
emoción.
Todos los que rodeaban a Medardo comenzaron a sentir
miedo, eran sujetos que algunas ves en su vida habían cometido homicidio y
aunque tenían muchos crímenes encima sentían verdadero temor de lo que puede
albergar la casa, un sicario o ladrón vulgar mata por dinero, pero un asesino
como el que se hacían ideas en su cabeza era más bestial e impredecible.
— ¡Ohh Dios Mío! ¡Qué Carajos está pasando aquí! —gritó
un hombre mientras salía de la casa.
— ¡Que rayos pasó! —exclamó con enojo Aníbal mientras
caminaba hacia el sujeto.
— ¿Que vistes allí? —se lamentaba de preguntar, pero
Juanjo sentía la imperiosa necesidad de comprender su entorno.
—Hay un cuerpo en el piso, parece como si le hubiesen
dado con un martillo en la cabeza, sesos y sangre por todo el corredor, y creó
haber visto un tipo colgado allí—la voz le temblaba, se sentó en la camioneta
lo que vio lo hizo vomitar.
— ¡Carajos! ¡Juanjo ven acá, necesitamos hablar urgente!
—Aníbal era el único que tuteaba y no en balde era su mano derecha, quien
mostraba su rostro para los negocios y el submundo.
Ambos entraron solos en la misma camioneta que sostenía
en su balde a Medardo.
—Le di órdenes al guardia de la garita, mandará a todos
hacia la casa en un par de minutos, buscarán cada rincón y sacaran a ese
bastardo mal nacido que está queriendo sembrar el miedo en nosotros— la voz de
Aníbal era grave, sentía enojo por todo lo sucedido y lo que más le amargaba
era no comprender como un simple sujeto podría haber hecho eso.
—Creo que aún no te das cuenta de lo mismo que yo estoy
pensando—respondió Juanjo con voz serena.
— ¿Que el tipo dentro de tu casa sea muy posible aquel
Carnicero? Sabes acaban de encontrar hace varias horas atrás varios cuerpos de
personas, la policía está siendo superada por este caso—
—Eso si lo pensé, pero lo más obvio te has olvidado—
— ¿Qué cosa? —divagaba entre cientos de palabras que
podría ser lo que no comprendía.
—Estamos en una ciudadela privada, has llegado con varias
camionetas, han disparado toda la carga de un arma dentro de mi casa, muchos
han gritado y aún no veo ni una sola persona salir para que vea todo lo que
sucede—
— ¡Diablos! Nadie ha salido a curiosear tan siquiera ¿Le
comentaste eso al guardia o alguien más? —
—No, pero creo que él debió haber matado a todas las
personas en estas casas, dudo mucho que justo hoy se fuesen de viaje cerca de
las cuarenta familias que viven aquí—esas últimas palabras lo hicieron sentir
terror, un monstruo estaba a pocos metros suyos y aunque le importasen poco la
vida ajena, sentía auténtica pena de que hubiesen muerto todas esas personas.
—Tienes razón, debemos tratar de entrar en un par de
casas y cesarianos de que no sea así, de lo contrario llamaré a los hombres que
dejé afuera de la ciudadela cuidando—
Bajaron de la camioneta para poder ver como dos de sus
hombres disparaban hacia dentro de la casa, mientras los demás parecían
alejarse de la casa y correr hacia la entrada.
— ¡Señor! ¡Prenda la camioneta y larguémonos! ¡Se han
vuelto locos apenas entraron a la casa! —gritó el más patucho de los hombres
mientras corría hacia el balde donde estaba Medardo.
— ¡Carajo! ¡Esos tipos acaban de soportar un balazo y
mordieron a otro! ¡Larguémonos de aquí! —gritó Aníbal mientras lo jalaba del
brazo a Juanjo que permanecía tieso, todo lo que pasaba le costaba procesar.
— ¡Rayos! Vámonos cuanto antes—al fin había reaccionado
Juanjo y cuando corrió hacia el auto tomo una última mirada a la casa, pero
pudo notar que en la ventana del segundo piso había alguien señalando con su
mano como si dijese que no se moviera.
La camioneta arrancó, Aníbal conducía, Juanjo de
copiloto, dos sujetos estaban en los asientos atrás al igual que otros dos junto
a Medardo. Cuando el auto intentó cruzar el tope previo a la entrada un disparo
perforó una ventana y dio en el hombro de Aníbal, soltó el acelerador y al
intentar retomarlo otro disparo impacto con una llanta seguido de dos más que
impactaron en los tipos que compartían el balde con Medardo.
Cuando vieron por el retrovisor notaron que de la casa
salía el sujeto con gafas, era alto y caminaba hacia ellos, los tipos que
parecían haberse vuelto bestia se le intentaron abalanzar pero aunque se
acercaban este les disparaba en la cabeza con precisión y uno fue desnucado por
un simple golpe en la frente.
— ¡Diablos! ¡El dolor es demasiado! Intentaré arrancar y quiero que ustedes dos
de atrás le disparen—gritó Aníbal mientras pisó con fuerza el acelerador, un par
de disparos resonaron contra el vidrio y les dio de lleno a los tipo que
estaban detrás de Juanjo.
— ¡Ohh mierda! ¡Joder! ¡Nos vamos a morir! —gritó Juanjo,
sentía terror al ver que el auto no avanzaba por más que Aníbal pisará el
acelerador.
Ambos vieron por el retrovisor como Medardo se bajaba
cojeando del balde, parecía ser el menos preocupado aunque cuatro tipos había
muerto a su alrededor en cinco minutos y solo mostraba ganas de escapar. Al ver
tremenda situación y que el tipo de las gafas parecía querer tenerlos de frente
decidieron bajar a intentar correr, un disparo alcanzó a ambos en sus piernas,
cayeron al piso y al ver hacia atrás notaron como Medardo sostenía un arma con
la mirada distante.
— ¡Maldito traidor! ¡Nos has condenado! —gritó Aníbal
mientras trataba de sacar su arma, pero un disparo del tipo de gafas le dio cerca y lo asimiló como una
advertencia.
—Me prometió dejarme vivir, todo tu asqueroso dinero no
puede comprarme ahora—escupió al piso mientras se iba cojeando hacia el tipo de
gafas.
—Bien hecho—pronunció con voz estruendosa mientras le
disparó a Medardo.
— ¡Qué carajos! ¡Acaso no tienes palabra! —gritó Juanjo
mientras veía el cuerpo tendido en el piso.
—Le dije que lo dejaría vivir, cuando lo herí en tu casa,
mi promesa solo abarcaba mientras siguiera en la casa—se acercó hacia Juanjo y
le apunto en el rostro.
— ¿Qué carajos quieres? ¿Qué demonios fue que pasó con
todos mis hombres que se volvieron caníbales? —Juanjo dejó de temer, sentía que
ante él se postraba algo más allá que un simple bastardo, pensó que debía ser
un idiota pero su puntería era de temer y más aún si usa gafas en tal
oscuridad.
—Esos sujetos probaron un poco del aliento del diablo,
pero con una variante muy interesante. Hice todo esto porque busco ofrecerte un
trato, pero primero necesitaba hacerte conocer que soy capaz—su piel era
blanca...
— ¿Qué trato deseas? Déjanos vivir, por favor no vayas a
matarnos—Aníbal supo que si no intervenía el trato solo incluiría a Juanjo.
—Tú solo eres un muerto muy hablador—le apuntó con el
arma, pero Juanjo le gritó con determinación.
— ¡No lo mates! ¡Él es mi mano derecha! ¡Sin él todo lo
que arme sería humo! —no sentía verdadera preocupación por Aníbal, creía que si
moría no tendría nadie que le crea en el infierno que se encontraba, nadie que
lo comprenda.
—Si lo dices de esa manera te voy a creer, pero si él
hace un error o tú lo cometes ambos se mueren, mi trato más que nada les va
parecer sumamente justo—uno de los malhechores estaba atrás suyo, embravecido
como una bestia, a punto de saltarle al cuello.
— ¡Cuidado! —gritó instintivamente Juanjo aunque pensó
que lo mejor era no avisarle.
El sujeto solo se movió como si lo hubiese previsto y lo
golpeó con su puño, el golpe impacto en la mandíbula destrozándosela y cayendo
al piso retorciendo de dolor.
—Ya lo tenía visto, esperaba ver si alguno de ustedes me
avisaba y veo que solo lo hizo uno, pero no importa, lo que vale es que haremos
algo tan grande y ustedes formaran parte de este juego—sus últimas palabras
terminaron en una risa incómoda.
—Podrías al menos llevarnos hacia algún maldito
lugar donde nos curen o que haremos con
todos estos cuerpos—Juanjo sentía preocupación de que en cualquier momento
aparezca la policía y de que fue lo que sucedió con todos sus vecinos.
—Ustedes dos serán mis caballos en este tablero de
ajedrez que me encuentro, por lógica yo soy su Rey y como tal sus hombres serán
mis peones, mis órdenes su ley y como recompensa estarán bajo mi protección
nadie les hará nada mientras mantengan lealtad—se acercó hacia Aníbal y lo
ayudo a levantar mientras Juanjo se erguía solo.
— ¿Cómo te llamas? ¿Para qué nos necesitas en tus
objetivos? —Aníbal era un hombre curioso de los que aunque se fueran a morir
salen con alguna imprudencia.
—Mi nombre es algo que se perdió en el olvido, pueden
decirme El Peregrino, mi meta es encontrar a mi Reina, pero lamentablemente
necesito vastos recursos, peones y mucho tiempo, así que estuve siguiendo los
pasos de ustedes por un par de años y esperar que crezcan para así acoplarlos
conmigo—tiró la pistola al piso y camino sosteniendo a Aníbal hacia la salida
de la ciudadela.
—Espero que puedes limpiar todo esto y que tu tablero de
ajedrez este lo suficientemente lleno para lo que sea que te propongas, también
tengo interés en ese aliento del diablo que mencionaste—Juanjo sentía que
estaba vendiendo su alma, pero aquel sujeto había hecho pedazos a más de una
docena de sus hombres, les dio caza y ahora estaban a sus servicios, sino podía
tener más poder, servir hacia un gran poder le daba una sensación de
satisfacción.
—Por supuesto, mi tablero tiene todo menos una Reina y me
falta un Alfil, pero créeme estas ante alguien que conoce el mundo, todos tus
enemigos y competidores serán cazados como símbolo de nuestra alianza y para
que no tengamos competencia—sonrió de una manera tan natural que Aníbal sentía
miedo.
Las horas siguientes fueron tranquilas, todos los hombres
de Juanjo yacían muertos en el asfalto y el guardia se mantenía encerrado en su
puesto, su revolver estaba afuera y toda la garita estaba sellada, esperó
durante varias horas para llamar a la policía, no existía electricidad ni señal
y solo cuando escuchó un auto alejarse a lo lejos asomó la cabeza para ver
muerte.
Son las seis de la mañana y acaba de establecer contacto
por primera vez con la policía, notifico todo lo que vio, pero el policía al
teléfono de manera incrédula solo le contesto que mandaría un grupo de tres
policías que se encontraban de turno merodeando el norte de la ciudad.