Decimo Segundo Capitulo: Un trato con el demonio

 

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Juanjo Quiróz había dedicado su vida al negocio de venta de productos electrónicos en el sector conocido como la bahía de la ciudad, aunque tenía años en el área y se le conocía como un famoso distribuidor todo era solo una fallada para el señor de la droga que era en verdad.

Toda la droga que circulaba en los colegios fiscales, las calles del suburbio, las invasiones del este y callejones céntricos era de su autoría. Su padre fue un montubio con bastas tierras que al morir dejo el fruto de cinco décadas de trabajo a su único hijo, lamentablemente este prefería obrar por la izquierda y buscar los métodos más fáciles de conseguir dinero para poder pagarse los lujos que ansiaba en su vida.

Las mujeres, alcohol, viajes y relojes era su manera de consentirse. Tenía ya cerca de diez hijos a los cuales no reconocía, pero se enorgullecía de poder decir que planeaba tener un hijo con una mujer de diferente provincia del país.

Su negocio era sumamente próspero, aunque no estudio era muy diestro para los números y tenía un excelente talento para relacionarse con los pandilleros locales para así hacer los colegios un mercado más.

Le importaba poco el hecho de que jóvenes consumieran, caminaba en la calle con suma tranquilidad mientras veía como niños mendigaban monedas para poder consumir más droga, su apariencia pública era solo la de un hombre con negocios de electrónica mientras que en el submundo era conocido como uno de los más grandes capos, pero había sabido jugar bien sus piezas para no mostrar su rostro y tener alguien de suma confianza que lo represente.

La vida sin familiares vivos, responsabilidades y llena de lujos era lo mejor que pudo sucederle a Juanjo, solo estaba él y nadie más, ni siquiera poseía un perro que le ladrara al llegar a su casa, que estaba ubicada en el Portón del Paraíso. Un lugar bastante modesto y no era tan caro, dentro de ella mantenía una fachada sobria y con poco decorado, lo más llamativo era el cuadro al fondo de la sala con un paisaje marino incomprensible.

Las luces de su casa siempre lucían apagadas pero al parquearse notó como la sala y su dormitorio estaba prendido, aunque a unas pocas casas suyas vivían sus guardaespaldas privados y poseía un arma en un compartimiento oculto de su auto para situaciones peligrosas.

Nunca había sufrido un atentado en su vida y pensó que sería imposible que un ladrón entrase a su hogar, el destino no es tan cómico para poner a un simple maleante en la casa de uno de los hombres más peligrosos de la ciudad.

Durante varios segundos divago que debía hacer, mantenía las luces del auto apagado y aún no se acercaba hacia la casa, siguió de largo hacia la derecha en la estrecha calle de la ciudadela para parquearse junto a la garita del guardia quien era un conocido suyo y también alguien que vigilaba su hogar.

Habló durante unos minutos con el guardia, un hombre mayor, mientras le escribió a sus hombres, pero el sujeto no le dio razón, solo le comentó que hace una media hora un taxi pasó por la entrada principal y dejó a una persona, pero que no la vio entrar en la ciudadela y que nadie había entrado o salido en aproximadamente varias horas, pues ya era de madrugada.

Los guardaespaldas llegaron al cabo de unos cinco minutos, hombres altos y fornidos con aspecto tosco y chompas oscuras junto a unos jeans azules, ambos usaban botas grandes y gruesas como esas que toleran clavos.

—Quiero que llamen a más personas y que patrullen todo el sector de la ciudadela, no puede ser que alguien llegue tan fácil a mi casa, siendo yo una persona tan precavida—ordenó mientras sacaba un cigarrillo que no prendió por la repentina lluvia que arrancó con fiereza en pocos segundos.

—Jefe, nosotros dos iremos a la casa, espere en la garita con el guardia y cuando veamos algo le notificamos—dijo el hombre más robusto mientras metía su mano dentro de la chompa.

Aunque era una ciudadela bastante pequeña de tan solo dos etapas esta poseía suficiente alumbrado para cada esquina y en un pestañeo la luz se fue en todo el lugar violentamente. El único lugar que poseía algo de luz era la casa de Juanjo que mostraba como su sala y cuarto brillaban con fulgor.

—Mejor esperen que lleguen los demás, no vaya ser que sea una emboscada—pronunció el guardia mientras abría una botella de cerveza.

—Vayan ahora, sí nos demoramos podrían intentar huir o quién sabe quién o quienes estén dentro tengan refuerzos por venir—dijo Juanjo mientras les hacía seña que se apuraran.

Los guardaespaldas caminaron a paso rápido mientras miraban a los alrededores, sentían más frío conforme se acercaban a la casa y un escalofrío les recorrió el cuerpo.

Llevaban años trabajando como matones para Juanjo y conocían que al mínimo movimiento debían de tener su arma vaciada en lo que se mueva, ninguno de los dos poseía familia alguna ni cercana que le llorasen en caso de muerte.

La casa era simple, pero ante tal oscuridad y siendo la única luz se veía impotente, como un castillo rezagado a las tinieblas que albergaba un misterio atroz por ser revelado creaba un ambiente de tensión inimaginable.

Quinteros, el hombre más bajo de los dos guardaespaldas acercó su mano a la puerta mientras con la otra mantenía el arma, pero al intentar tocar la chapa esta se abrió como si un viento huracanado hubiese invadido el inmueble.

— ¡CARAJO! —gritó Medardo, el sujeto más alto de los dos.

—Estúpido, cállate que desde ya sabe que entraremos, debió ser el viento—susurró mientras pisaba lentamente en la casa y apuntaba hacia todo lado.

El viento era totalmente frío dentro de la casa como sí el aire acondicionado hubiese estado prendido por horas, no se escuchaba ningún ruido excepto las pisadas que daban lentamente, aunque ambos se miraron y asintieron al mismo tiempo, tenía el presentimiento que alguien estaba en la casa y es más aquella persona los observaba, era un sentimiento difícil de explicar que los agobiaba.

—Vaya, vaya, tenemos aquí a los perros del Gran Señor de la Droga, me parece una falta de educación que él mismo no venga a solucionar sus propios asuntos, aunque le reconozco tal cuidado en saber manejar su identidad y mantenerse fuera del submundo aunque rige como un pilar de este—dijo una voz que parecía venir de todas partes de la casa, como si no tuviese un punto específico.

— ¡Quién demonios eres y que carajos quieres aquí! —gritó  Medardo mientras apuntaba hacia delante, aún se encontraba en el pasillo de la puerta con la sala y a su espalda estaba Quinteros cubriéndolo.

—Quien soy y que busco no les incumbe a simples perros que obedecen ordenes, es más los muertos no pueden exigir nada más que descanso—respondió con un tono de voz enojado mientras se escuchaba un fuerte estruendo afuera de la casa.

— ¡Mierda! ¿Qué pasó afuera? —dijo Quinteros mientras abría la puerta detrás suyo.

No había nada, en absoluto solo podía ver oscuridad total y cuando forzó sus ojos a buscar algo entre tanta tiniebla solo encontró el choque violento de la puerta con su rostro.

— ¡Qué demonios está pasando aquí! ¡Joder que fue eso! —gritó Medardo mientras escuchaba como alguien bajaba de la escalera con pasos sumamente pesados.

—No dejes que nos alcance, apenas se acerque y lo veamos, llénalo de plomo, si cae lo pateamos, esa mierda que vi no fue normal y este sujeto me da una mala vibra—susurró Quinteros con bastante nerviosismo, era una persona supersticiosa y creía en las malas energías.

La escalera de cemento recrudecía como sí un elefante bajara, se podía escuchar algo raspando la piedra y un corrientazo les invadió a ambos la espalda, la nuca perdió movilidad mientras sentían como el aire les pesaba.

Quinteros entendía la situación al ver a su compañero, ambos sentían la adrenalina de estar al borde de la muerte sin que nada les amenazara a más de que el entorno se volvió hostil hacia ellos psicológicamente, veían con miedo los rincones de la casa, los cuadros y todo les inquietaba.

Una mano se asomó sobre la pared que estaba a menos de dos metros de Medardo, en un ataque de ira y como si hubiese sido espectador del mismísimo diablo Quinteros se lanzó a vaciar su arma contra la mano, avanzó caminando gritando insultos al contrario de su compañero que tuvo un ataque de pánico y se quedó temblando viendo tal acción llena de furia.

— ¡Demonios! ¡Muérete! ¡Maldita seas! —los gritos de Quinteros eran mayores cuanto más se acercaba al terminar el corredor, al tratar de girar hacia la escalera y ver qué había pasado con el sujeto se llevó una sorpresa espeluznante.

— ¡Que Carajos! ¡Santo Cielo! —gritó mientras veía el cadáver de un sujeto colgado.

— ¿Qué acabas de ver? —preguntó Medardo como un niño lleno de inocencia.

—Abre esa puerta y vámonos de aquí, lo que carajos allá sido ese tipo no losé, pero debemos ir por refuerzos—apenas terminó de hablar escuchó un leve sonido que irónicamente sería el último en su vida.

Quinteros trató de girar al escuchar lo que le parecía una pisada, mientras subía el arma para darse la vuelta, la mano que vio anteriormente lo sorprendió, le sujetó la cara rápidamente y en leves segundos vio al tipo, que usaba gafas oscuras.

 Lo que siguió fue tan rápido que dejo intimidado a Medardo, vio como el tipo sujetó la cara a su compañero y con la mano libre atrapó el arma, mientras en un movimiento rápido empujó la cabeza contra la pared reventándola de un solo golpe como quien parte una piñata en una matiné de un solo palazo.

Aquella escena le recordó a su niñez cuando vio como un perro era atropellado por un camión, pero muy al contrario de aquel hecho aquí sintió miedo en cada célula de su cuerpo, la idea de ser el siguiente le circuló rápidamente y en un ataque de lo que el suponía miedo trató de disparar hacia el tipo que estaba sacudiendo su mano al aire para limpiarse la sangre y sesos de Quinteros.

El arma no funcionó y en el tercer intento se la tiró mientras se giró para huir por la puerta, un disparo le perforó el brazo derecho en el momento preciso que tocó la chapa y otro le dio en el talón izquierdo, todo su peso lo obligó a caer y cuando trató de arrastrarse sintió como era sujetado del cabello.

—Tú y yo tendremos que hablar mucho, pero primero necesito que me respondas algo y quizás considere que debes vivir—

— ¡Si, lo que sea pero no me mates! ¡Lo suplico! —su voz estaba al borde de las lágrimas.

—Quiero que tomes esta arma, la metas en tu boca y te dispares—le entregó el arma mientras lo veía inquieto.

— ¡Que enfermo eres! ¡Maldito idiota! —gritó mientras lo apuntaba con el arma y jaló el gatillo, nada salió del cañón.

—Bueno, tuviste tu oportunidad, podrías haberte puesto el arma apuntando hacia abajo para solo dañarte la quijada y vivir, pero como les dije los muertos nada deben exigir—

Juanjo estaba desesperado, conocía a sus hombres y suponía que algo debía haberles pasado para demorar tanto, lo que más le inquietaba era no escuchar disparos, no esperaba oírlos pero suponía que en algún momento alguien haría uno que irrumpiría en el silencio sepulcral donde todos los demás dormían.

Llamar la atención le era considerado un pecado mortal que no podía cometer, siempre buscaba el método para ser irreconocible ante los demás aunque le cueste trabajo y dinero, su apariencia de buen hombre era lo que debía prevalecer ante todos.

Varias camionetas de color oscuro llegaron repletas de sujetos que parecía haber sacado de los rincones más peligrosos de la ciudad, un hombre se bajó de una de estas y se acercó hacia Juanjo mientras prendía un cigarrillo con la uña.

—Si lo que me informas es verdad y allí hay un solo sujeto créeme que después de esto te invitaré a tomar a mi casa, me sorprendería que alguien ataque tu casa de esta manera—el tipo vestía de negro, su camisa era elegante y su aspecto parecía más refinados que todos allí.

—Medardo y Quinteros fueron hace tan solo diez minutos y no vuelven, considero que algo debió pasarles, pero lo que más me preocupa es el hecho de quién demonios llegó a mi casa asi de simple—la voz de Juanjo era paranoica.

—No te preocupes más por eso, pero necesito que me respondas algo—su tono era insidioso.

— ¿Qué cosa? —

— ¿Cómo sabes que es una sola persona quien entró? —

—Pues… hace unos días tuve una visita inesperada, me encontraba en mi trabajo y de la nada se me acercó un tipo con gafas oscuras, un tatuaje con las siglas PDL y un papel. Lo dejó en el mostrador de mi negocio mientras se perdió entre la multitud—su voz tenía un leve rasgo de temor.

— ¿Qué decía el papel? —le pareció algo más anormal de común, no tan solo conocían la casa de Juanjo sino que su local de trabajo tampoco era un lugar seguro.

—Decía: Iré yo solo en un par de días, no pienses huir porque te cazaré, solo seré yo contra todos tus perros—

—Entonces podría decirse que fuiste amenazado y ahora ese sujeto está desafiándote en tu propia casa, no importa que diga, lo sacaremos vivo y rogará por su vida, no sin antes decirnos quien es y que quiere—hizo una seña con su mano para ordenar que todos vayan a la casa, cerca de una docena de sujetos rodearon el lugar mientras pensaban la mejor manera de entrar.

— ¡Al demonio! Somos muchos así que podremos con esto—dijo un sujeto que caminó con gallardía hacia la puerta, pero al escuchar como esta se abría sacó su arma inmediatamente.

Una mano sangrienta fue lo primero que vieron todos, sacaron sus armas pero conforme la puerta se abría más se notaba que la expresión de sus rostros se volvía angustia. Medardo se sostenía de la puerta, mientras todos lo veían asustados, su rostro estaba lleno de sangre, su cuerpo herido como si una fiera lo hubiese atacado y su mirada perdida.

— ¡Santo Cielo! ¡Aníbal! ¡Ordena que lo traigan hacia un carro!—gritó Juanjo mientras contemplaba con horror el mórbido estado de su guardaespaldas.

— ¡Demonios! ¡Tráiganlo hacia mi camioneta y vigilen que nada salga de esa maldita casa! Gritó el sujeto que vestía elegante mientras comenzaba a divagar si aún trataban con un simple asesino, una chispa cruzó su cabeza y supo quién podría ser el atacante.

Medardo fue cargado en hombros por dos sujetos que evitaban mirarlo, sentían la sangre escurrirles encima y un olor a pólvora de lo más intenso. Lo acostaron en el balde de la camioneta, le acercaron una botella de agua y uno de ellos trató de revisar sus heridas mientras el resto discutía que debían llevarlo con un doctor.

— ¿Medardo que fue lo que pasó con Quinteros y quien o que estaba dentro? —aunque moría del miedo Juanjo necesitaba saber a qué se exponía, nunca había sufrido un atentado y pasaba viendo narco novelas para según él prevenir posibles ataques, pero toda esta situación parecía salida de película de terror.

—Una mano… Quinteros disparó toda su arma sin el silenciador y cuando se acercó el salió de allí como sí no fuera visible, no es humano—su voz era temblorosa.

— ¿Que te refieres? ¿Cómo vestía y que le hizo a Quinteros? —Aníbal temía que el agresor fuese el Carnicero, aunque llevaba años en negocios turbios y en tiempos más jóvenes fue sicario comprendía que aquel criminal estaba en otro nivel.

—Yo lo vi… él tipo vestía oscuro y cargaba gafas, con su mano sujetó la cara de Quinteros y en menos de un instante lo estrelló en la pared con tal fuerza que le reventó la cabeza, me disparó y solo me dijo que viviría para que sepan lo que es capaz de hacer—Medardo hablaba distante, su mirada se proyectaba hacia la nada y su voz no tenía ningún tipo de miedo ni emoción.

Todos los que rodeaban a Medardo comenzaron a sentir miedo, eran sujetos que algunas ves en su vida habían cometido homicidio y aunque tenían muchos crímenes encima sentían verdadero temor de lo que puede albergar la casa, un sicario o ladrón vulgar mata por dinero, pero un asesino como el que se hacían ideas en su cabeza era más bestial e impredecible.

— ¡Ohh Dios Mío! ¡Qué Carajos está pasando aquí! —gritó un hombre mientras salía de la casa.

— ¡Que rayos pasó! —exclamó con enojo Aníbal mientras caminaba hacia el sujeto.

— ¿Que vistes allí? —se lamentaba de preguntar, pero Juanjo sentía la imperiosa necesidad de comprender su entorno.

—Hay un cuerpo en el piso, parece como si le hubiesen dado con un martillo en la cabeza, sesos y sangre por todo el corredor, y creó haber visto un tipo colgado allí—la voz le temblaba, se sentó en la camioneta lo que vio lo hizo vomitar.

— ¡Carajos! ¡Juanjo ven acá, necesitamos hablar urgente! —Aníbal era el único que tuteaba y no en balde era su mano derecha, quien mostraba su rostro para los negocios y el submundo.

Ambos entraron solos en la misma camioneta que sostenía en su balde a Medardo.

—Le di órdenes al guardia de la garita, mandará a todos hacia la casa en un par de minutos, buscarán cada rincón y sacaran a ese bastardo mal nacido que está queriendo sembrar el miedo en nosotros— la voz de Aníbal era grave, sentía enojo por todo lo sucedido y lo que más le amargaba era no comprender como un simple sujeto podría haber hecho eso.

—Creo que aún no te das cuenta de lo mismo que yo estoy pensando—respondió Juanjo con voz serena.

— ¿Que el tipo dentro de tu casa sea muy posible aquel Carnicero? Sabes acaban de encontrar hace varias horas atrás varios cuerpos de personas, la policía está siendo superada por este caso—

—Eso si lo pensé, pero lo más obvio te has olvidado—

— ¿Qué cosa? —divagaba entre cientos de palabras que podría ser lo que no comprendía.

—Estamos en una ciudadela privada, has llegado con varias camionetas, han disparado toda la carga de un arma dentro de mi casa, muchos han gritado y aún no veo ni una sola persona salir para que vea todo lo que sucede—

— ¡Diablos! Nadie ha salido a curiosear tan siquiera ¿Le comentaste eso al guardia o alguien más? —

—No, pero creo que él debió haber matado a todas las personas en estas casas, dudo mucho que justo hoy se fuesen de viaje cerca de las cuarenta familias que viven aquí—esas últimas palabras lo hicieron sentir terror, un monstruo estaba a pocos metros suyos y aunque le importasen poco la vida ajena, sentía auténtica pena de que hubiesen muerto todas esas personas.

—Tienes razón, debemos tratar de entrar en un par de casas y cesarianos de que no sea así, de lo contrario llamaré a los hombres que dejé afuera de la ciudadela cuidando—

Bajaron de la camioneta para poder ver como dos de sus hombres disparaban hacia dentro de la casa, mientras los demás parecían alejarse de la casa y correr hacia la entrada.

— ¡Señor! ¡Prenda la camioneta y larguémonos! ¡Se han vuelto locos apenas entraron a la casa! —gritó el más patucho de los hombres mientras corría hacia el balde donde estaba Medardo.

— ¡Carajo! ¡Esos tipos acaban de soportar un balazo y mordieron a otro! ¡Larguémonos de aquí! —gritó Aníbal mientras lo jalaba del brazo a Juanjo que permanecía tieso, todo lo que pasaba le costaba procesar.

— ¡Rayos! Vámonos cuanto antes—al fin había reaccionado Juanjo y cuando corrió hacia el auto tomo una última mirada a la casa, pero pudo notar que en la ventana del segundo piso había alguien señalando con su mano como si dijese que no se moviera.

La camioneta arrancó, Aníbal conducía, Juanjo de copiloto, dos sujetos estaban en los asientos atrás al igual que otros dos junto a Medardo. Cuando el auto intentó cruzar el tope previo a la entrada un disparo perforó una ventana y dio en el hombro de Aníbal, soltó el acelerador y al intentar retomarlo otro disparo impacto con una llanta seguido de dos más que impactaron en los tipos que compartían el balde con Medardo.

Cuando vieron por el retrovisor notaron que de la casa salía el sujeto con gafas, era alto y caminaba hacia ellos, los tipos que parecían haberse vuelto bestia se le intentaron abalanzar pero aunque se acercaban este les disparaba en la cabeza con precisión y uno fue desnucado por un simple golpe en la frente.

— ¡Diablos! ¡El dolor es demasiado!  Intentaré arrancar y quiero que ustedes dos de atrás le disparen—gritó Aníbal mientras pisó con fuerza el acelerador, un par de disparos resonaron contra el vidrio y les dio de lleno a los tipo que estaban detrás de Juanjo.

— ¡Ohh mierda! ¡Joder! ¡Nos vamos a morir! —gritó Juanjo, sentía terror al ver que el auto no avanzaba por más que Aníbal pisará el acelerador.

Ambos vieron por el retrovisor como Medardo se bajaba cojeando del balde, parecía ser el menos preocupado aunque cuatro tipos había muerto a su alrededor en cinco minutos y solo mostraba ganas de escapar. Al ver tremenda situación y que el tipo de las gafas parecía querer tenerlos de frente decidieron bajar a intentar correr, un disparo alcanzó a ambos en sus piernas, cayeron al piso y al ver hacia atrás notaron como Medardo sostenía un arma con la mirada distante.

— ¡Maldito traidor! ¡Nos has condenado! —gritó Aníbal mientras trataba de sacar su arma, pero un disparo del tipo de gafas  le dio cerca y lo asimiló como una advertencia.

—Me prometió dejarme vivir, todo tu asqueroso dinero no puede comprarme ahora—escupió al piso mientras se iba cojeando hacia el tipo de gafas.

—Bien hecho—pronunció con voz estruendosa mientras le disparó a Medardo.

— ¡Qué carajos! ¡Acaso no tienes palabra! —gritó Juanjo mientras veía el cuerpo tendido en el piso.

—Le dije que lo dejaría vivir, cuando lo herí en tu casa, mi promesa solo abarcaba mientras siguiera en la casa—se acercó hacia Juanjo y le apunto en el rostro.

— ¿Qué carajos quieres? ¿Qué demonios fue que pasó con todos mis hombres que se volvieron caníbales? —Juanjo dejó de temer, sentía que ante él se postraba algo más allá que un simple bastardo, pensó que debía ser un idiota pero su puntería era de temer y más aún si usa gafas en tal oscuridad.

—Esos sujetos probaron un poco del aliento del diablo, pero con una variante muy interesante. Hice todo esto porque busco ofrecerte un trato, pero primero necesitaba hacerte conocer que soy capaz—su piel era blanca...

— ¿Qué trato deseas? Déjanos vivir, por favor no vayas a matarnos—Aníbal supo que si no intervenía el trato solo incluiría a Juanjo.

—Tú solo eres un muerto muy hablador—le apuntó con el arma, pero Juanjo le gritó con determinación.

— ¡No lo mates! ¡Él es mi mano derecha! ¡Sin él todo lo que arme sería humo! —no sentía verdadera preocupación por Aníbal, creía que si moría no tendría nadie que le crea en el infierno que se encontraba, nadie que lo comprenda.

—Si lo dices de esa manera te voy a creer, pero si él hace un error o tú lo cometes ambos se mueren, mi trato más que nada les va parecer sumamente justo—uno de los malhechores estaba atrás suyo, embravecido como una bestia, a punto de saltarle al cuello.

— ¡Cuidado! —gritó instintivamente Juanjo aunque pensó que lo mejor era no avisarle.

El sujeto solo se movió como si lo hubiese previsto y lo golpeó con su puño, el golpe impacto en la mandíbula destrozándosela y cayendo al piso retorciendo de dolor.

—Ya lo tenía visto, esperaba ver si alguno de ustedes me avisaba y veo que solo lo hizo uno, pero no importa, lo que vale es que haremos algo tan grande y ustedes formaran parte de este juego—sus últimas palabras terminaron en una risa incómoda.

—Podrías al menos llevarnos hacia algún maldito lugar  donde nos curen o que haremos con todos estos cuerpos—Juanjo sentía preocupación de que en cualquier momento aparezca la policía y de que fue lo que sucedió con todos sus vecinos.

—Ustedes dos serán mis caballos en este tablero de ajedrez que me encuentro, por lógica yo soy su Rey y como tal sus hombres serán mis peones, mis órdenes su ley y como recompensa estarán bajo mi protección nadie les hará nada mientras mantengan lealtad—se acercó hacia Aníbal y lo ayudo a levantar mientras Juanjo se erguía solo.

— ¿Cómo te llamas? ¿Para qué nos necesitas en tus objetivos? —Aníbal era un hombre curioso de los que aunque se fueran a morir salen con alguna imprudencia.

—Mi nombre es algo que se perdió en el olvido, pueden decirme El Peregrino, mi meta es encontrar a mi Reina, pero lamentablemente necesito vastos recursos, peones y mucho tiempo, así que estuve siguiendo los pasos de ustedes por un par de años y esperar que crezcan para así acoplarlos conmigo—tiró la pistola al piso y camino sosteniendo a Aníbal hacia la salida de la ciudadela.

—Espero que puedes limpiar todo esto y que tu tablero de ajedrez este lo suficientemente lleno para lo que sea que te propongas, también tengo interés en ese aliento del diablo que mencionaste—Juanjo sentía que estaba vendiendo su alma, pero aquel sujeto había hecho pedazos a más de una docena de sus hombres, les dio caza y ahora estaban a sus servicios, sino podía tener más poder, servir hacia un gran poder le daba una sensación de satisfacción.

—Por supuesto, mi tablero tiene todo menos una Reina y me falta un Alfil, pero créeme estas ante alguien que conoce el mundo, todos tus enemigos y competidores serán cazados como símbolo de nuestra alianza y para que no tengamos competencia—sonrió de una manera tan natural que Aníbal sentía miedo.

Las horas siguientes fueron tranquilas, todos los hombres de Juanjo yacían muertos en el asfalto y el guardia se mantenía encerrado en su puesto, su revolver estaba afuera y toda la garita estaba sellada, esperó durante varias horas para llamar a la policía, no existía electricidad ni señal y solo cuando escuchó un auto alejarse a lo lejos asomó la cabeza para ver muerte.

Son las seis de la mañana y acaba de establecer contacto por primera vez con la policía, notifico todo lo que vio, pero el policía al teléfono de manera incrédula solo le contesto que mandaría un grupo de tres policías que se encontraban de turno merodeando el norte de la ciudad.