Cuarta Capitulo: Antecedentes

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Hace un siglo o más, en algún lugar de la Sierra…

El frio era atroz y por azar de la naturaleza o capricho de la providencia por primera vez en la historia estaba nevando en la Clementina, era una nieve blanca como espuma de mar.

En la finca se había construido un bar para mayor satisfacción de los trabajadores, las mujeres se opusieron de primera mano, sus maridos bien cobraban el dinero ganado en una mañana de cosecha y antes de que el gallo cante al día posterior todo el dinero se fue tan rápido como las botellas de caña, ron y guanchaca.

El pequeño bar tenía un nombre atractivo, “El Hueco del Olvido”, todas las tardes abrían a partir del ocaso y hasta el canto del gallo no cerraban, las muchas personas que iban eran generalmente hombres, jugaban a los naipes, discutían de temas interesantes o tonterías de quien sería el primero en cortarse un dedo en la próxima construcción.

El dueño del bar era un hombre cercano al medio siglo de edad, bajo y de aspecto bronceado, en su juventud fue un pescador y trabajó con las camaroneras, pero se hartó del calor, mar y sol para venir entre las montañas a disfrutar de servir y beber alcohol.

En la barra había un solo hombre sentado, con abrigo oscuro y aspecto serio en el sentido “no jodan estoy pensando”, tomaba entre momentos del vaso de ron que tenía en su mano derecha y de la izquierda disfrutaba de un plato de patacones con queso, aquel sujeto sería el dueño de la Clementina, es decir el Señor de todas esas Tierras, su apariencia y rostro eran rígidos como un tallado en tagua.

No hace poco acababa de perder a sus dos hermanos en un conflicto en la Costa y su esposa estaba embarazada, tenía apenas poca mercancía y compradores aún menos, está de más aclarar que era un comerciante un tanto desafortunado, su cuello portaba un rosario de plata heredado de su abuela y en la mano derecha cargaba un anillo de tagua en el pulgar como era de costumbre en su familia.

Tomaba como desilusionado al comienzo, prosiguió como valiente y al último comenzó a tomar como si deseara morir envenenado, el cantinero hombre viejo y sabio por los años, noto que aquel hombre yacía de interés dé vivir, le arrebató la botella y le sirvió un último vaso.

—No te serviré más, porque si te vas de aquí y te quedas dormido afuera podrías morirte congelado —le miró reprochándolo como si fuese un niño.

—Nahh —apenas pudo articular los labios para decir algo, su boca estaba lenta.

El interior del bar era cálido, bullicioso y animoso, aun con todos los problemas encima, José sentía que estaba más animado allí que en su pequeña casa durmiendo en una hamaca, la cama de su casa era pequeña y estando su mujer embarazada debía darle el suficiente espacio.

Un viento fuerte sopló contra las paredes del bar, todos se conmocionaron, era como si un huracán hubiese pasado cerca suyo y los vidrios de las ventanas estaba cuarteados, la única puerta del bar se abrió de manera abrupta, José miró con apuro, desesperación de quien podría abrir una puerta tan gruesa de guayacán con tal fuerza en un frio que convertía la madera en piedra.

Un hombre de piel blanca entró, cargaba un poncho de color morado con bordados dorados, tenía un sombrero de ala ancha oscuro, se notaba que debía rondar una treintena de años, de gran altura, de espaldas y hombros tan anchos que parecía un cargador de saquillos y de manos grandes.

Tomó asiento en la barra, justo a la izquierda de José, el dueño del bar le pregunto si deseaba algo y este respondió que necesitaba una botella de ron con un plato de cualquier cosa para picar.

En el otro extremo del bar varios hombres discutían que aparte de nevar estaba lloviendo y eso era un hecho tan insólito que uno de ellos comento que estaban viviendo en fin de los tiempos, que otra gran inundación destruiría el mundo totalmente.

—Pensar que algunos dudan que existió —dijo el sujeto del sombrero dirigiéndose a José, su voz era grave y parecía que emitía algún tipo de eco.

—La verdad no creo que haya sucedido algo así, peor salvarnos en arca todos.

—Créeme si pasó, agua por donde sea y todo lo que se podía hacer era esperar sobre un madero

—Hablas como si hubieras estado allí —José lo vio con cierto gesto de risa.

Un silencio corto invadió la conversación, el tipo del sombrero pensaba decir algo, pero junto los labios enseguida.

—Por cierto, me llamo Samael… Samael Yana —le extendió la mano.

—Un gusto, soy José de la Cruz —le saludo, sintió que su mano era áspera como una rama de árbol.

— ¿Qué oficio ejerces? —sacó una botella debajo del poncho y la puso sobre la barra, tenía las letras borrosas y estaba llena.

—Soy comerciante, aunque ando en tiempo de vacas flacas —respondió con cierta decepción en su voz.

—Ohh, entiendo tu situación, la vida o mejor dicho darse el lujo de poder decir que vivimos es caro, difícil e imposible para algunos.

— ¿Qué te refieres a darnos el lujo de decir que vivimos? —le vio con curiosidad, pues aquel hombre se escuchaba como un gran filósofo antes sus humildes ojos.

—Verás, considero que para decir que vivimos debe haber cierto nivel de honor, decir puedo comer esto y de aquello, claro está que tenemos lo necesario para vivir, pero cuando apenas sorteamos para privarnos de lo que es hasta imprescindible considero que estamos haciendo el papel de animales, no en mal sentido, estamos sobreviviendo, usando el instinto primigenio que nos fue otorgado —movía sus manos mientras hablaba, parecía un profesor impartiendo cátedra.

—Es verdad, pero más de la mitad de las personas del país pasan mi situación y pronto venderé las pocas tierras que poseo sino mejora, mientras los extranjeros nos saquean, las iglesias construyen y los indígenas son maltratados los demás solo nos sentamos a ver y esperar las migajas del pan que devoran —su voz se tornaba llena de indignación cada vez.

—Te entiendo, por eso yo prefiero vivir una vida de errante, ermitaño y así me siento más cómodo —sonrió mientras tomaba un vaso.

— ¿Qué oficio tienes tú?, pareces que tu si puedes decir que vives.

—Podría decirse que soy como un administrador, consejero y comerciante dependiendo la situación.

—Entiendo, tienes una buena vida al menos.

—Si, ¿Quiénes son los dueños de la finca? —vio todos los rincones del bar como si se le hubiese perdido algo.

—La familia Araujo, son parientes del Obispo y tienen casi la mayoría de la región bajo su apellido.

—Ohh, que suerte, suena como que nacieron en cuna de plata como mínimo.

—Si, son dueños absolutos de estas tierras, nadie dice ni hace nada aquí contra ellos, su palabra es la ley.

— ¿Qué pensarías si te digo que puede haber un nuevo Señor de estas tierras?

—No entiendo… acaso vas a comprar todo esto o sabes que morirá alguno y cambiarán de patriarca.

—No, nada de eso, mi dinero lo uso en cosas para disfrutar —el ambiente se tornó más cálido en el bar, las ventanas se empañaron totalmente.

—Entonces que estas queriéndome decir.

—Permíteme servirte un vaso y te hablare de una propuesta o idea excelente, tan buena como el oro —le extendió la botella.

—De acuerdo… espero no seas algún cuentero—acercó el vaso hacia la botella y notó como se vertía el líquido carmesí en esta.

—Digamos que tengo cierta influencia, muy grande para ser honestos —sonrió mientras gesticulaba con las manos.

La pintura del bar era color caoba, con decorativos de molduras y cuadros de paisajes andinos en cada lado, tomo un sorbo y noto como todos los demás hombres seguían conversando, el dueño servía bebidas ayudado de un criado, pero algo le pareció curioso y entonces al igual que un rayo que cae del cielo esta idea le encendió los ojos despertando su asombro.

—Tu influencia es demoniaca, sobrenatural o mágica —José le tiró una mirada furtiva como un perro rabioso.

— ¿Por qué dices tremenda acusación?, te he servido de mi botella y me acusas de esa manera —su voz era defensiva y asombrada como víctima.

—Hace más de un par de horas que llueve y nieva, pero tu entraste al bar totalmente seco, sin señal de haberte mojado o nieve en tus botas —se sirvió un vaso y le miro mientras bebía.

—Eres perspicaz como un montubio y con una lengua tan mordaz como la de una serpiente —sonrió, sus dientes eran blanco perla.

— ¿Qué eres? —en un rápido movimiento José sacó su revólver y le apuntó justo en medio de las cejas.

—Me tomaría mucho explicarte eso, pero también se te pasó de alto que sea lo que sea una bala no me haría daño —tomó el cañón del arma con tranquilidad.

—Seguro entonces que pasa si te disparo, ¿Te atraviesa la bala? O quizás te cures enseguida —su mano sujeta con firmeza el revolver.

—Mejor guárdalo, no te das cuenta que somos imperceptibles ahora, me has apuntado, alzado la voz y tan siquiera ni el tipo que me sirvió el ron que está enfrente nuestro nos dice algo, estamos fuera de sentido ahora.

Su alrededor era el mismo de antes, pero todo se veía igual como si tratara de ver atravesó del fondo de una botella, turbio, movido y un tanto irreal.

— ¿Qué demonios quieres? —tomó asiento y puso el arma sobre la barra.

—Casi atinas, debías decir Demonio ¿Qué quieres? —sonrió

—Entonces eres un demonio, pensé que serías…

—Extranjero, no que va, sí que la discriminación es grande en estos tiempos —se rio como si fuese una hiena, una risa contagiosa y degenerada.

— ¿Qué trato me propones? Y supongo que tendrá algo así como pequeñas clausulas como darte mi alma o sacrificar algo.

—Esas son historias contadas de boca a boca, entenderás de mano en mano se pierde un elefante, muchos hablan y pocos saben.

—Tu botella ¿acaso no se acaba?, oh cierto, al parecer está maldita.

—Maldita —río de manera escandalosa —una botella que nunca se acaba es una bendición.

—Mejor habla para que estés aquí, tengo cita con un Ángel mañana y quiero dormir temprano.

—Saliste gracioso, vengo ofrecerte una oportunidad tan grande como esta finca por no decir la misma finca —sonrió.

— ¿Quieres darme la finca así no más con tus habilidades? —tomó un sorbo y lo vio sonreír, le parecía corrupto, pero de aspecto elegante.

—No tampoco ando repartiendo regalos y metiéndome a las chimeneas, yo lo único que hago es poner la balanza cósmica universal o suerte a tu favor a cambio de que tu hagas algo por mí —tomó de la botella hasta que se regó el licor en su boca que nunca llegó a empaparse en sus ropas.

— ¿Qué quieres que haga? Y, ¿qué me asegura que cumplirás tu palabra? —le vio lo más serio posible.

—Pues el asunto es creer, en tiempos menores la fe como dicen o fuerza de voluntad era la magia del pueblo, mi palabra estará condicionada a tu fe, si crees que cumpliré y lo pactamos será dado, con todo me comprometo cumplir y sin trampas —sonrió.

—Esas historias son del tiempo de mi abuela, curaban con oraciones y plantas, el mal clima huía de los cantos y las maldiciones eran pocas pero fidedignas.

—Exacto, la magia se vivía tan de cerca como lo estaba la cocina de un cuarto, son cosas que se perdieron, solo un puñado de personas la usan ahora.

—Vamos al grano, ¿Qué quieres que haga? —tomó un sorbo de la botella directamente, era dulce, pero al pasar por su garganta ardía como un ají.

—Debes ir donde los Araujo, negociar con ellos y venderles toda tu mercancía, si puedes consigue más mercancía y hazlo antes de fin de mes, haz que te firmen un pacto de que te pagaran en efectivo, véndeselas no tan baratas, pero con precio tentador y de allí me ocupo yo.

— ¿Quieres que venda lo único que podría alimentar a mi familia a crédito esperando una promesa de pago?, dime ¿Que hacías cuando repartieron los cerebros?

—Conversaba con una mujer en un árbol de manzanas, muy bella, por cierto —sonrió.

—Creo que no entendí, pero es mejor así —trató de concentrarse, pero le fue imposible—, entonces hago que me deban dinero, que podrían pagarme con facilidad.

—Exacto, pero tendrás suerte a tu favor no olvides eso —sonrió y siguió bebiendo de la botella como naufrago.

— ¿Qué ganarás de todo esto? —le miraba con asombro, parecía que hablaba con un loco desaforado.

—Podría decirse que ellos tienen “protección”, en si no puedo hacer nada contra las personas, peor aún quitarles lo que les he dado, por más que deseara no puedo cobrarles lo que me deben y así pensé que la mejor opción es ayudar alguien para que los joda.

— ¿Qué tipo de protección? —movía el vaso meneando el licor.

—Digamos que cada vez que los busco no los encuentro, aparte pocos saben que los demonios como nos llaman ustedes tenemos prohibido dañar a los humanos.

—Si es así porque hay personas que dicen haber sido poseída o dañadas —le miró con reproche.

—Nosotros somos un médium, ustedes son una llave, es decir que si la persona lo permite podemos hacerlo, pero nunca dañar, la diferencia de un humano, demonio y ángel es la voluntad. Ustedes nacen y tienen elección propia, voluntad y libertad total, nosotros los otros somos solo puertas que no hacen nada sin llaves.

—Entiendo, es decir que los Araujo no te pagaron y se aprovecharon de ti, eso es un ruin para ellos.

—Sí, pero ya está hecho.

—Aceptaré el trato con dos condiciones —le sonrió y cogió la botella.

—Escucho, pero yo pondré una sola condición para mi protección.

—Primero quiero quedarme esta botella y segundo me demostraras tu suerte.

—De acuerdo, la mía es que, si no liberas de la esclavitud a tus futuros trabajadores antes que esta sea abolida en la nación, serás inmortal y eterno como la botella, créeme que no es divertido.

—Me parece un trato justo, ten —le tiró su revolver.

— ¿Qué quieres que haga? —la sujetó con las dos manos y observó que solo poseía una bala en el tambor.

—Hazla girar, párala y dispara contra el tiro al cartel del fondo atina justo en medio de las cejas de quien sale allí, si tienes suerte demuéstrala.

—Esto lo puedo hacer sin ver —rio mientras giro el tambor lo paró, se levantó y cerró los ojos para disparar.

El ambiente volvió hacer fresco, pero un olor a azufre impregnaba el bar, el bullicio fue interrumpido por un disparo y los hombres se asustaron, comprobaron que nadie había disparado y volvieron a su juego de cartas.

La bala estaba en medio de las cejas de un cartel de ser busca de un ladrón famoso.

—Trato hecho —sonrió José.

—Perfecto ahora te toca hacer tu parte y yo cumpliré —le estrechó la mano y José sintió que sus ojos quedaron cerrados, el mundo se encogió y creció en un segundo al abrirlos estaba en la barra, había dormido y el gallo ya cantaba, era 29 de diciembre y le quedaban tan solo dos días para cumplir el trato, en su mano izquierda sujetaba la botella, sonrió la abrió y tomó un sorbo.