Sexto Capítulo: Un Atisbo de Esperanza

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El comando principal de la policía se encontraba en la avenida Las Américas, cerca de una universidad y dos colegios emblemáticos, era el lugar donde Vicente tenía que rendirle cuentas al Capitán José Tomala Cabeza, un hombre tan grande como un lunes y ancho como un feriado de carnaval. Al entrar a todo lugar tenía que agachar su cabeza, media más de dos metros y era totalmente impresionante para ser alguien de descendencia indígena, algunos bromeaban que debía ser alguna reencarnación de un cacique o que sufría de algún problema hormonal, su carácter era tan fuerte como su tono de voz y no era para más decir que cuando gritaba toda la oficina se callaba.

Estaba próximo a poder entrar a la mediana edad y su apariencia recordaba tanto a los antiguos Míster Olimpos, alguna vez en su juventud fue un boxeador y considerado como uno de los hombres más altos que existentes en el país, llevaba cerca de treinta años sirviendo a la policía y no tenía pensado jubilarse sin que su cuerpo se haya agotado del trabajo, su hijo también era un policía en la capital metropolitana, llevaba años separado de su mujer.

 Su rostro parecía haber sido como la obsidiana tallada y tenía la impresión de siempre estar con malos humos, su pelo no mostraba ninguna señal de canas ya que se tinturaba, era totalmente negro y crespo aunque corto en los estándares del uniforme, de ojos oscuros tan negros como el petróleo y sus manos eran robustas como para romper un árbol de un solo golpe.

En sus tantos años de policía trato con diversos criminales: El cuentero (lo siguió durante una década hasta que se hartó de él), La Mama Lucha, falsos anarquistas que eran en verdad guerrilleros y la lista termina con muchos narcotraficantes, bandas de ladrones y sicarios conocidos en todo los ámbitos, pero su mayor fracaso fue aquel caso de suicidios hace ya una década atrás que se quedó sin resolver y le repercutió con la pérdida de uno de sus mejores investigadores...

Si algo odiaba con el énfasis de poder mandar al quinto infierno eran los limpiadores, aquellos tipos que fungían como asesinos de figuras políticas, empresas privadas o personas de la plutocracia, durante muchos años le fue propuesto unirse a los escuadrones de la muerte que limpiaban la ciudad pasada la media noche en los años ochenta, rechazó la oferta porque consideraba que la justicia no puede rebajarse al mismo nivel de quienes son cazados, había tratado con unos cuantos limpiadores por los típicos problemas que suelen darse cuando hay grandes intereses de por medio, conocía bien que el hecho de dar una denuncia y hacerlos públicos totalmente solo correspondería a ser despedido y lo manden a dormir con plomo

Era normal que muchos casos en los que se relacionaban políticos o personas que estafaron grandes figuras fueran a quedar truncados por la llegada de los limpiadores, en plena investigación policiaca de un caso importante sobre un capo de la droga apareció un sujeto de estatura mediana, piel trigueña, herida de bala en la ceja izquierda y gafas, acompañado de dos tipos con aspecto de guardaespaldas, fueron a notificarle por escrito que el caso sería dado de baja y ellos resolverían todo el problema, le daban gracias por su esfuerzo y no se preocupara que todo estaría hecho en menos de una semana, su humor se amargo y le gritó al sujeto que era una infamia venir sin darle algún tipo de saludo y darle aquel papel que era una burla a todo lo que se esforzó, el tipo solo se quitó las gafas enseñando como tenía un ojo de vidrio mientras su otro ojo era de un color verdoso.

—Si tienes una queja procura elegir bien los cargos políticos en la siguiente votación, solo cumplo órdenes y no creas que por ser policía pasare de alto tú grito—dijo el sujeto en un tono tan seco y amenazante que las secretarias del capitán Tomala temblaban de nervio sentadas.

— ¡No me amenaces aquí! —el capitán se levantó de su escritorio, era enorme y hacia ver al otro hombre como una miseria, pero aun así la persona que mayor miedo inspiraba era el otro sujeto por su entorno amenazante.

Los demás policías habían escuchado los gritos y fueron a la habitación del capitán, eran cerca de seis policías y todos tenían su mano lo más cerca del arma, sabían que aunque el tipo atacara a su jefe debían responder ante cualquier eventualidad, los guardaespaldas o así parecían hablaron en tono bajo, cerca del sujeto que no hizo más que ponerse las gafas e irse por la puerta, no sin antes tirarla con tal fuerza que la desubico de su marco totalmente, muchos policías cuestionaron ese hecho y pensaban que la puerta ya era vieja, pero hace menos de un año toda la planta fue renovado y un hombre de menos de un metro setenta pudo hacer eso fue lo que les sembró curiosidad, existían rumores de que los limpiadores comenzaron a ser usados desde el incidente del Demonio de los Andes y no en el fin de los escuadrones de la muerte.

Comenzaba su jornada de casi medio día en el cuartel y se regresaba tarde cuando salía de juerga con sus amigotes o los nuevos cabos, era una costumbre ir todos los viernes hacia las Peñas o la calle 18 y disfrutar un poco de la lujuria para así olvidar los malos ratos, pero los últimos meses les fue imposible, los asesinatos del Carnicero los tenia ocupado sin hablar del extremo control policial que tenían que ejercer por las próximas elecciones y los demás casos, las oficinas eran un mar de papeles y tramites en proceso que parecía no cesar en ningún rato, al cabo de los últimos días y con la desaparición  de políticos se vieron obligados a aumentar su esfuerzo, el Ministro de la Defensa les pidió en persona resolver el caso al grupo encargado por el Capitán Tomala, lo acepto con ciertas condiciones.

Evitar que la prensa se involucre y que el Ministro lo hago público cuando solo se encuentra una pista, habían pasado varios casos en los que al encontrar una pista o sospecha el Ministro la daba por hecha y corría hacer el anuncio en la televisión para así congraciarse con el pueblo, aunque sabía que era un hombre ignorante que obtuve el puesto por ser un lame suelas del gobierno el capitán trataba de no mostrarle su malestar en verlo, era un tipo de no más de cuarenta años con aspecto empobrecido y de personalidad bulliciosa como un vendedor de bus.

El ministro acepto y al salir del despacho del capitán soltó una frase muy venenosa, pero interesante.

—Un limpiador anda encargado del caso y se rumorea que mandarán un refuerzo, pero lleva horas si reportarse aun cuando fue solo de expedición, quizás esta vez tengas la dicha de ganarles—esas palabras eran las suficientes para hacer al capitán ilusionar, soñaba hace años con hacer quedar en ridículo al gobierno por usar limpiadores y no podía desperdiciarlo ahora.

La noche era fría de vientos agitados que arrastraban la bulla de la calle a las casas, el capitán llevaba llamando a su mejor investigador, Vicente Sánchez, lo conoció hace una década y nunca le había defraudado, pero ahora aunque sabía que se encontraba depresivo por la pérdida de su esposa tenía que darle motivos para vivir, aunque sea que le resuelva un caso y así sentirse victorioso por una vez, gracias a los esfuerzos de sus hombres consiguió el dato de que en un barrio al Sur de la ciudad pasada la media noche se reunían personas en un lugar y recopilando diferentes entrevistas pudo caer en cuenta que las reuniones no solo ocurrían con el día que el Carnicero ataco sino que iniciaron al igual que el asesino justiciero apareció, al contestarle Vicente le informo del caso y le pidió la mayor discreción posible, sabia hace muchos años que algunos policías daban información a los limpiadores, solo habían tres hombres de la oficina y su secretaria en los que tenía lealtad total exceptuando a dos policías holgazanes que siempre mandaba a patrullar y de un muchacho que fue ayudante de su antigua mano derecha, les informo a los otros dos investigadores y pactaron una reunión para el día siguiente al medio día, les pidió que fueran preparados para toda ocasión.

Paso la noche con una dama de compañía con la que se había encariñado últimamente, al despertar fue dejándola en un local de ropa y partió hacia el cuartel, había llamado a su secretaria para que le prestara su auto a los investigadores en la tarea que les asignaría y a cambio le prometía cualquier reparo del vehículo, tenía una manera tan meticulosa de realizar sus planes que muchos le atribuían el apodo del arquitecto, media y calculaba siempre los riesgos en cualquier situación hasta que no existan posibles eventos que no hayan tomado en cuenta.

Al medio día se reunió con Vicente, Vladimir y Franchesko, todos ellos tenían una década a su lado trabajando y fueron de extrema confianza, ninguno tenía afiliaciones políticas y mucho menos aspiraban un cargo alto en la fuerza, eso le beneficiaba de manera esplendorosa, no solo ganaba el prestigio de haber sido líder del grupo que resolvió el caso sino que cada vez estaba más cerca de aspirar más poder,  pensaba dentro de la siguiente década buscar el cargo de Ministro de la Defensa, su carrera era no solo decorosa sino que ostentaba grandes relaciones con políticos y muchas personas influyentes que podrían catapultarlo al poder, tenía una obsesión desde pequeño de ver que era el poder, no deseaba tener poder para ejercerlo solo quería ser reconocido, era una especie de hambre narcisista que no podía ser saciada, durante su infancia admiro la figura de su padre y abuelo como militares, pero decidió una vida en la fuerza policial por la recriminación de sus mayores de que nunca seria buen militar por no saber lo que era el peso de un muerto.

Durante una hora en reunión hablo de todos los datos recopilados sobre el asesino y su plan ideal, les pidió que solo fuera uno y los otros dos vigilaran las cercanías del lugar para así evitar merodeadores o posibles encuentros sorpresas, confiaba más que nada en las habilidades de Vicente y conocía que en situaciones tensas este tenía nervios más duro que un roble, mientras que Vladimir era demasiado asquiento para poder evitar las náuseas en las escenas de crimen del Carnicero y Franchesko en cambio era capaz de poder dirigir mejor la situación en caso que Vicente saliera herido.

Hace años comenzó a considerar a sus hombres piezas de ajedrez y aunque no lo notara todos en la oficinas lo podían ver tan fácil, era un hombre imponente y con aspecto de Emperador como se burlaban los novatos, pero tenían miedo de verle enojado, sabían de que el jefe en su mal humor podría desafiar a un hombre armado, tantos años en puestos altos, relaciones de poder y resolviendo crímenes lo hacían sentirse invencible, su subconsciente le hacía asumir la idea de que el nunca sufriría un disparo por la espalda o seria traicionado por alguno de sus hombres.

—Ya está decidido todo, ahora partan al barrio Valdivia, en la parte posterior a la gasolinera justo en la calle principal se encuentra una gran casa rodeada de dos terrenos baldíos, afuera hay un bus abandonado—les mostró una foto en la mesa del lugar.

— ¿Qué pasa si dentro del lugar encuentro víctimas, pero no me es posible ayudarlas?—dijo Vicente mientras veía la foto.

—Notifica urgente a Vladimir y Franchesko, en caso que consideres la situación en extremo peligrosa mándame un mensaje y mandare un equipo al Grupo de Operaciones Especiales y al Grupo de Intervención y Rescate hacia ustedes, pero antes que nada reúne las pistas suficiente y resguarda a las víctimas—

— ¿Que sucede sino encontramos nada allí? —dijo Vladimir mientras estiraba los pies en la mesa.

—En ese lugar existe algo, los indicios marcan hacia aquel lugar como si fuese una señal de tránsito—

Todos se levantaron y caminaron hacia la puerta no sin antes despedirse de Beatriz la secretaria, la conocían hace mucho tiempo y le tenían bastante aprecio por las tantas veces que les ayudo en trámites, ella era quien manejaba la cartera de contactos del capitán.

Durante la próxima media hora pasaron conduciendo hasta su destino, el día era lluvioso al igual que ayer y el calor los atormento al salir del auto, estaban en un lugar muy ajeno al aspecto común de la ciudad y más que nada tenía facha de pueblo abandonado, las casas en su mayoría eran de caña y otras mixtas con ladrillo, las personas eran deprimente y se notaba el difícil nivel de vida, habían chamberos y tricimoteros en el lugar.

Parquearon el auto y Vicente partió hacia la casa, se habían estacionado dos cuadras de su destino para así no levantar sospechas, sus dos compañeros aprovecharon que estaban frente una tienda, decidieron quedarse afuera comiendo y tomando algo para hacer apariencias.

La oficina era un infierno plagado de movimiento, habían sido notificados por la llamada de Franchesko y no había mucho tiempo desde que el trio de investigadores partió, fueron alarmados por el reportaje de la prensa, veinticinco cuerpos encontrados con heridas tan variadas como esas fundas de caramelos que venden en los buses, cuatro murieron a disparos en la nuca, tres por asfixia con alguna cuerda o hilo de nailon, ocho fueron abiertos en canal como un chancho en camal y el resto murieron por desangramiento al ser torturados con un cuchillo y una pistola.

La única forma de relacionar tanto muerto eran los números romanos que estos poseían en sus frente, dichas atrocidades parecían haber sido elaboradas por alguna secta bien preparada, todas las víctimas fueron notificadas como personas que no regresaron a sus casas el día anterior, no guardaban ninguna relación y oscilaban entre veinte y sesenta años.

Los periodistas llegaban como grillos en el invierno a la policía, buscaban cualquier pequeñez para crear una historia sobre un complot del gobierno de asustar al pueblo, mientras en los diarios más sensacionalistas mencionaban que existía la posibilidad de que el lobizón haya vuelto atacar, debido a la famosa noticia de la noche sangrienta en Toronjal acontecida hace diez años.

La cabeza del Capitán estaba a punto de explotar y aunque ya había delegado un grupo del GOE y del GIR hacia la casa abandonada sentía un temor al fracaso, la situación tan planeada con pulso de cirujano que había orquestado estaba creciendo exponencialmente, pasó encerrado en la oficina, mientras que su secretaria le traía las noticias del exterior.

Franchesko había llamado por segunda vez, en un lapso de dos horas entre las dos llamadas y notifico que Vladimir no había vuelto ni respondido sus mensajes, había ido de apoyo para Vicente al momento que el realizo la primera llamada,  cuando ambos equipos especiales llegaron e irrumpieron en la casa no encontraron a nadie, al parecer en el piso alto algo se habría caído y rompió el sótano donde encontraron el celular de Vladimir.

La angustia consumía al Capitán a fuego lento, sentía como toda su oportunidad de brillar estaba a punto de hundirlo en el fondo de su carrera, dos de sus mejores hombres estaban desaparecidos y el único lugar donde había pistas solo encontró sangre, dientes y cabellos que aún no eran examinados.

Recibió una llamada del Ministro de la Defensa que le pidió explicaciones del caso, que creara la mejor investigación de su maldita vida o sentiría el peso de toda la presión del Estado, en solo un par de horas los noticieros se llenaban de comentarios ofensivos a todos los entes de seguridad del país.

Nunca antes había sido conocido un día en el que murieran tantas personas de maneras tan violentas y sean encontradas en diversas partes de la ciudad, pero la noticia repercutió con tal fuerza que muchos municipios comenzaron a desestimar la ciudad haciendo gala de su nivel bajo de crímenes

Beatriz estaba exhausta y decidió llamar al nuevo cabo, un sujeto de no más de veinte años, apariencia desgarbada y tan simple como humilde, Pepe Rosas Meltrozo, era un tipo de aspecto humilde, la nueva burla de todo el piso por aquellos apellidos tan feos que eran lo único que lograba sacarle una sonrisa al Capitán quien lo llamaba siempre por los apellidos completos.

Pepe era el estereotipo de la persona humilde y servicial, miraba con miedo a ser observado y no tuteaba por no tener suficiente confianza con otros, sus apellidos no solo eran feos, sino que desbordaba el ridículo.

Su padre había sido un descendiente de una familia que sirvió en sus mejores años a un antiguo dictador de los tiempos en los que el cólera se confundía con amor, su ancestro huyo del país después que el gran tirano fue dado de baja en una revuelta que desemboco en una guerra civil, probó suerte cruzando la frontera, desde este punto la historia su familia cambia de ser ayudantes de un tirano a mercaderes de flores y que mejor manera de que su bizcabuelo adopto Rosas como apellido y para el destino estuvo deparado que el padre de Pepe se casara con una hermosa mujer de padre italiano, todos los días se cuestionaba si en el registro civil el funcionario de turno se rio mientras le ponían ambos nombres y los apellidos.

Durante la próxima hora el Capitán recibió la notificación de Franchesko que en plena investigación de la casa esta se prendió en fuego, ardió con tal fiereza que solo quedaron las vigas principales, para suerte de todos habían recogido todas las muestras de sangre, muelas tiradas y el cabello esparcido.

La noche invadía el área en su totalidad y llamaron un grupo de policías para que vigilen hasta nuevo aviso, el comando principal era un caos y fuera de este estaban los familiares de las pocas victimas reconocidas en los homicidios con carteles de protesta, algunos gritaban exigiendo justicia y otros venganza, pero lo que si compaginaban todos, es que los policías eran unos inútiles.

Ya estaban próximos a la media noche y las noticias sobre los homicidios eran cada vez más grandes, muchos comenzaron a reportar crímenes en diversas zonas de la ciudad y las llamadas al servicio de emergencia colapsaba cada hora por el pánico, el Capitán nunca en sus peores momentos había visto tal caos, era de saber que en los momentos más horribles existe una pizca de hermosura y en su mente ya fastidiada el único alivio que se le ocurrió fue el de que una causa mayor, un acontecimiento tan grande como una alineación de planetas se había logrado y estaba jugando en su contra, su forma de ser era de esencia terca y no admitiría nunca que por un pequeño error de planes todo se desbordaría en un caos casi bíblico, lamentaba el hecho de que no existían rastros de sus dos hombres y aunque le pidió a Franchesko que mejor regrese a su casa este negó y dijo que supervisaría la tarea de custodia de la casa.

Lo conocía hace ya más de una década, era el mayor de todos y el único que tenía familia, era alguien que consideraba el compañerismo como un sagrado compromiso con el deber, su forma de ser era tan correcta que muchos asumirían que escondía algo, pero no era así, toda su vida había sido recto, pensaba continuar hasta el día que expire su último aliento y termine en una caja color caoba en el cementerio.

Franchesko mensajeo a su esposa y le explico la situación, tenían ocho años de casados y una hija de cuatro, era un matrimonio muy bueno, para los tiempos en los que vivían, en momentos que de diez matrimonios solo la mitad con suerte logra pasar los veinticinco años de estar juntos.

El Capitán decidió pasar la noche en la oficina, le pidió al cabo Rosas que lo acompañara y le ayude analizando unos datos estadísticos que habían recopilado en el pasar del todo el día, en todos sus años de carrera nunca había visto con tal ahínco que la oficina haya obtenido información con una velocidad digna de vértigo.

Todos los cuadros estadísticos y datos recopilados eran de los años en los que se cometieron homicidios de manera excesiva en fechas comunes, lograron llegar de la actualidad para atrás y lo más antiguo que encontraron fue un recorte viejo del periódico Universal donde mencionaba la muerte y desolación que sufrieron muchos pueblos en la Serranía hace un siglo, el recorte mencionaba que cientos de personas murieron en aquellos años a manos de un grupo de hombres guiados por un tipo lleno de carisma, que las pocas victimas lo conocía como: El Demonio de los Andes, algunos decían que era el tipo de persona que se las adora como Dios o se les teme como el mismo Diablo, lo que si dejaba en claro el articulo era la denuncia de haber existido influencia de muchos políticos corruptos, en las líneas finales mencionaba que el líder de aquel grupo nunca se encontró su cuerpo y solo fue corroborada su muerte por varios testigos.

Pasaron cerca de dos horas analizando la información, encontraron un leve patrón en el que según todo indicaba que los homicidios comenzaron a suceder después de unas décadas del acontecimiento del Demonio, parecía como si alguien quisiera iniciar un caos de manera masiva o una competencia enferma por ganar el título de ser el más degenerado en el país, decidieron que investigarían al día siguiente más datos sobre el hecho y en el momento que se disponían ir por separado, el capitán dormiría en su oficina y el cabo en la sala de espera en un sofá verdusco que compro Beatriz para decorar el lugar, un policía de los que hacia turno les notifico que había un auto abajo que decía buscar al Capitán sobre un asunto urgente.

—Revísenlos díganle que pase quien sea que venga—le hizo una seña al cabo para que acompañe al policía, si llegan a ser bromista o una información inútil los multare por hacerme perder el tiempo.

Al cabo de unos minutos se escucharon pisadas, eran varias, alrededor de unas cuatro personas y la puerta de la oficina fue tocada, el capitán les dijo que pasaran y al abrirse esta entraron dos hombres altos, corpulentos, eran guardaespaldas y se quedaron hacia los lados mientras un hombre mayor, de piel manchosa por la edad entraba.

Iba vestido con una guayabera, pantalón de tela caqui y cargaba un sombrero de paja, pudo notar que aquel anciano llevaba un bastón bastante elegante para caminar, parecía que arrastraba el bastón y no le daba uso alguno.

El anciano tomo asiento y sus dos guardaespaldas junto al cabo que entro al último salieron de la habitación para permitirles una charla.

— ¿Qué tipo de información tiene usted y quién es? —dijo el capitán mientras lo veía curioso.

—Me llamo Dante García y creo saber que paso con sus dos hombres.

— ¿Cómo sabe eso cuando dicha información no ha sido dada al público? —le miro con asombro.

—Veo más de lo que estos ojos ancianos parece, veo en su rostro la codicia que alberga y créame ya conocí una persona como usted, piense con cuidado como juega sus piezas—le sonrió, tenía los dientes blancos como perla.

— ¡Joder! ¿Qué cargo ocupas en el gobierno? ¿Acaso eres esa persona que dicen que manipula los hilos de todo el país? —le hervía la sangre y se notaba en su frente.

—No ocupo ningún puesto, nunca lo hice, no existe tal cosa de alguien que manipule el país, lo que sí existe es alguien que desea provocar situaciones como la del día de hoy—cogió el recorte viejo sobre la mesa.

—Ya veo, debes ser alguien con mucho dinero y poder, ¿Qué quieres? —le miro con odio.

—No quiero nada, vengo advertirte, un limpiador ha desaparecido el día de ayer haciendo una investigación, tus dos hombres están en el aire y si continuas mandando gente sobre este caso será tu ruina, estas tratando con algo más allá de lo que conoces, en pocos días todo será solucionado para bien o para mal, pero te aconsejo mantener la postura y controlar tus ansias de reconocimiento—su voz era áspera y parecía que casi no movía la boca al hablar.

—Si piensas darme una especie de amenaza no creas que me asustaras, sé que la situación es difícil, pero yo resolveré todo esto ¡Sí! —grito mientras le pegó a la mesa con fuerza.

El anciano se levantó y por un momento el capitán sintió que aquel hombre era más grande, joven y fuerte, sintió como un corrientazo le recorría todo el espinazo hasta la nuca que la tenía tiesa y vio los oscuros ojos del anciano, eran viejos como de muñeca maltratada, pero en ellos había una especie de chispa que los hacia intimidante, en aquel instante se sintió miserable e inútil, nunca en su vida había sentido tal complejo de inferioridad ante alguien, sentía que el hombre viejo ante él era una montaña que no podría escalar y lo terminaría llevando a su ruina.

—Bueno, veo que ya entraste en tu razón y entendiste la diferencia entre ambos, lo que te digo es verdad, créeme tendrás reconocimiento, pero no hagas estupideces—le dio la espalda y el capitán pudo notar por un leve parpadeo un hombre más joven de espalda, de cabello negro y hombros anchos, se froto con tal fuerza los ojos que creyó haberse arrancado la pupila y vio al anciano allí.

—Ese recorte es necesario para una investigación—le señalo el recorte antiguo que el anciano tenía en su mano.

—Disculpa, me deje llevar por la nostalgia, no todos los días se ve un hecho tan atroz en papel y peor saber que uno lo vio en primera fila—le dejó el recorte en la mesa mientras le sonrió y camino hasta la puerta para salir.

El capitán estaba estupefacto, aquellas últimas palabras lo dejaron pensando.

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