Decimo Primer Capitulo: Consecuencias

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El calor era amainado por la presencia de vientos dulces que traía una fresca brisa con sabor a caña de azúcar del sur, la lluvia parecía precipitarse en cualquiera momento y todos los pobladores de Juján miraban estupefactos el cielo.

Las nubes negras recorrían las montañas y se postraron sobre el pueblo como ave en su nido, durante muchos años nunca habían presenciado tal desobediencia de la naturaleza y temían que la lluvia fuese tan estrepitosa que destruya los cultivos.

Una suave y pesada garua comenzó a posarse sobre el pueblo, en un par de horas el frio aumento y se formó una ilusoria lagaña de bruma en todo el pueblo, espesa en los rincones de todo el lugar y confusa en el centro del pueblo.

Los lugareños comenzaron a temer ante aquel cambio climático tan repentino, el alcalde convocó a todos a la plaza, los comerciantes recogieron sus petates y algunas personas prefirieron resguardarse de la garua en su casa que ya empezaba a tomar forma de fuerte lluvia, gotas tan grandes como pepas de mango caen con fiereza.

La Señora Dolores Trujillo veía con miedo aquel cambio climático, hace solo un mes fue hacia Alborada y el indígena más longevo del pueblo le pronostico que vería un gran cambio a manos de un hombre con aspecto de lobo y verbo de serpiente ponzoñosa.

El alcalde comenzaba a hablarles de que todo podría haberse dado por los cambios naturales que se anticipan al fenómeno del niño, en el fondo temía que fuese otra causal, hace un par de años había escuchado el rumor de que en la última guerra hubo estos cambios de climas y en los campos de batalla eran encontrados los cadáveres de soldados a medio calcinar.

La historia del demonio andando en el páramo se hizo muy conocida en años recientes, los dueños de bares afirmaban que a menudo en la región iban extranjeros con malas intenciones, guiados por un hombre de aspecto joven pero de ojos maliciosos, destruían cuanto podían y salían inmunes de cualquier contramedida.

Aquel demonio y su cuadrilla eran oriundos de Tarqui, llegaron a este país en algún momento posterior a la guerra y consiguieron hacerse dueños del submundo de la Sierra en poco tiempo, el alcalde de Juján, era un hombre conocido por tener tratos con personas de los bajos fondos y había escuchado aquel rumor, temía que llegasen hacia su pueblo y conocieran de sus conexiones, pues llevaba bastantes años traficando tierras en la región.

En la guerra se escuchó el rumor que la nación de Tarqui fue derrotada gracias a un pequeño conflicto civil que se desencadenó por un sujeto que decía proclamarse el salvador de toda la nación, aquel suceso permitió ganar el conflicto y los rumores fueron perdiéndose en la memoria de todos, muchos acuñaron el nombre de aquel pseudosalvador como Lázaro, había muerto según los relatos y otros creían que se trataba del Generalísimo Libertario que resurgió para salvar a su pueblo junto a un grupo de hombres que sobrevivieron a la Guerra Naval de Tarqui.

La lluvia en el pueblo comenzó a disminuir y era reemplazada por granizo suave que cubría las callejuelas del pueblo, el silencio era roto por los trozos de granizo que impactaban contra los tejados, el pueblo estaba ubicado cerca de una loma tan alta que desde su cima se podía ver cada rincón.

— ¿Qué es lo que piensas hacer en ese pueblo? —dijo un hombre de tez oscura.

—Creo que con ellos podremos comenzar todo, quizás aquí duremos un intervalo largo de tiempo,  aún hay muchas cosas que deseo probar—respondió un sujeto sentado en la loma, de cabellos oscuros viendo hacia el pueblo de manera ansiosa.

—Mejor tomemos todo lo que nos pueda servir y larguémonos hacia la Costa, este clima me es insoportable—intervino un hombre de cabellos andrajosos y con aspecto desaliñado.

—Si quieres irte eres libre de hacerlo, pero sabes cuál es el precio que pagar por marcharte—contesto devuelta el hombre que se encuentra sentado.

—Lo siento Lázaro, no volverá a pasar—se disculpó con tono suave y temeroso.

—Eres idiota, ya con dos dedos menos deberías saber que nadie puede salir y ni debe pensarlo, lo que estamos haciendo va más allá del entendimiento común—respondió un tipo con cicatrices en el rostro.

— ¡Exacto! Lo que vamos a hacer y todo lo que haremos tiene una meta final, un glorioso justificativo, haremos algo por lo que seremos recordados durante años aunque no logren entendernos, otros seguirán nuestro camino y así se cumplirá todo—proclamó con entusiasmo Lázaro mientras se levantaba, cargaba una gabardina oscura y pantalones de cuero café.

—Bien dicho jefe, será como siempre lo quiso nuestro Generalísimo—grito uno de los hombres.

De repente un disparó perforó el cráneo de quien habló al último y todos permanecían sin inmutarse, la sangre chorreaba del agujero en su cabeza y el humo salía de este como un tren a carbón, el eco del disparó fue tal que se pudo escuchar a lo lejos en el pueblo e interrumpió la calma de los lugareños.

—Bueno, ya creo que era hora, pasaba hablando idioteces y duró mucho con nosotros, ahora solo somos doce jefe—dijo el hombre de tez oscura.

—El próximo que haga un comentario como el anterior se ganará algo mucho peor, cojan el cadáver y quítenle sus armas, llévenlo al pueblo le daremos una gran sorpresa a los lugareños—al final de sus palabras sonrió con leve morbo.

Las personas del pueblo al escuchar el disparo comenzaron a correr despavoridas a sus casas y otros se armaron con sus machetes, escopetas y más armas. La policía fue avisada y todos los efectivos, que no eran muchos, alrededor de una quincena estaban patrullado todo el perímetro del pueblo que parecías ser cubierto por un muro invernal de lanosa espesura.

Juján era uno de los pueblos más serenos de todos, la mayoría de la población era menor a los cuarenta años y habían pocas familias con niños, en comparación a los demás pueblo era el más chico.

Pasó cerca de dos horas y la gran mayoría de personas fueron a dormir, como es de costumbre en un pueblo no se trasnochan a excepción del bar que siguió abierto aunque los policías presionaban para que cierre el local.

La casa de Dolores Trujillo estaba justo ha lado del bar, vivía sola desde el fallecimiento de su esposo y su único hijo se marchó hacia la Costa en busca de mejores opciones hace años, la soledad era su dulce compañía y aunque todos los días conversaba con sus vecinas se había dedicado a sobrellevar la tristeza en vez de superarla.

Recibía diariamente la visita de su ahijada Carmen, la chica de apenas quince años pasaba las tardes con Dolores leyendo y conversando, le encantaba dibujar y justo aquel fatídico día decidió dormir en su casa. La madre de Carmen era una prima de Dolores que siempre le tuvo cariño y pena por su soledad, le aconsejaba viajar a los otros pueblos o mudarse para así cambiar de aquel toxico lugar que solo le traía nostalgia.

Dolores vivía de la pensión de su difunto esposo y de alquilar unas cuantas tierras para sembríos de maíz, había elaborado su testamento y dejaría todas sus posesiones a Carmen, su hijo no la había visitado en diez años y su relación siempre fue pésima, él como joven fue un muchacho rebelde, de empinar codo y mujeriego que solo se dedicó a vicios sin pensar en cómo sufrían sus padres.

Fue una madre dura, pero ante un hijo sordo solo tuvo la opción de botarlo de la casa cada vez que llegaba con copas de más y así una distancia creció entre ambos, los años pasaban y el muchacho tomo su propio rumbo marchándose.

El dueño del bar tenía cerca de veinte años viviendo en el pueblo, en su juventud se dedicó a cuidar de establos y criar ganado, no existía mayor sabiduría que la de los burros para él y de no ser por su costumbre de ser conversón jamás hubiese desarrollado una mejora en su léxico.

Todas las noches se dedicaba a conversar con cualquier persona que busque refugio en las copas, daba consejos y escuchabas historias, se había educado de aquella manera y logró ser una de las personas más sabias del pueblo.

Atendía el bar junto a dos muchachos que le ayudaban, siempre eran las mismas personas las que venían casi a diario, bien para jugar unas mesas de billar, los dardos, naipes o conversar sobre el fatigado día que tuviesen.

Aquella noche de miércoles estaba cayendo granizo con más fuerza, algunos decían que era oscuro como la ceniza, el bar estaba lleno y las personas discutían que podría pasar en las próximas horas, temían un ataque de ladrones aunque muchos discutían que eso era de tiempos antiquísimos y ya no sucedía.

Dos hombres se encontraban en la barra con la cabeza agachada, esperando al cantinero.

— ¿Qué les sirve caballeros? —preguntó Efraín, el dueño del bar.

—Dos vasos de tu mejor ron—respondió uno de los hombres, su voz era gruesa y su piel oscura como la noche.

—De acuerdo, ¿Quieren picar algo? Tengo panes de yuca, maní o chifle—vio con asombro al tipo de tez oscura, era enorme, debía ser más alto que el marco de la puerta y tenía unos hombros tan anchos como un baúl.

—Solo trae los vasos por favor, gracias por preocuparse—respondió el otro sujeto, tenía una herida de bala en su palma y ojeras tan oscuras como la piel del otro tipo.

Al cabo de un par de minutos el cantinero volvió con ambos vasos y notó como muchas personas se habían marchado del bar.

—Debe ser que algo pasó afuera—pronuncio el tipo de tez oscura.

— ¡Maldición! Algunos no habían pagado la cuenta—exclamó Efraín.

—Tranquilo, mi amigo aquí, Fernando le pagará lo que deben esas personas—sonrió mostrando sus dientes afilados.

—No se molesten caballeros por cierto ¿Qué los trae a este pueblo? —preguntó el cantinero, mientras veía con recelo al hombre de afilados dientes.

—Buscamos a un viejo conocido, un coronel que perdió sus piernas hace unos años—respondió Fernando, el tipo de tez oscura.

—Se equivocaron de pueblo, el Coronel Marco vive en Garzota y dudo mucho que siga con vida, hace un par de años su hijo murió y vive solo así que dudo que siguiera viviendo en ese estado tan miserable—sentencio Efraín.

—Ohh… ya veo, así es la situación, vaya creo que sería muy interesante si logro encontrarlo vivo—musitó el tipo de feo dientes.

— ¿De dónde lo conocen? —les parecía raro que aun sigan en la cantina después que todos salieron, como si lo que pasará afuera lo conocieran sin verlo.

—Digamos que él y nosotros somos amigos de armas—respondió Fernando.

Afuera, en el pueblo se comenzaron a escuchar disparos y gritos, una niebla espectral había inundado las callejuelas y todos los policías habían muerto de disparos, el alcalde fue atrapado y atado a un poste.

Las personas que salieron del bar vieron como en cuestión de minutos los policías morían y el alcalde fue golpeado, estaba atado y con el rostro morado de tanta violencia, en su cara se formaba un rio entre una dualidad de fluidos, lágrimas y sangre.

Junto al alcalde yacía un saco que emanaba un líquido rojizo, los sujetos comenzaron a sacar de dicho saco el cuerpo de un tipo que lo dejaron a la intemperie. Las personas miraban con miedo, los pocos que intentaron hacer algo o disparar fueron castigados con fiereza, un hombre que apunto con su escopeta recibió un disparo en las manos y fue encadenado al poste.

— ¡Damas y Caballeros, venimos a presentarnos!—exclamo un tipo de ropas grises con cicatrices en su rostro.

— ¡Quien carajos son ustedes, tomen lo que quieran y lárguense!—gritó eufórico un anciano.

—Déjeme decirle que estaremos mucho tiempo aquí, así que deben usar modales para hablar—hizo una seña y dos sujetos arrastraron al anciano hacia donde él estaba y le tiró un cuchillo.

— ¿Qué le van a hacer monstruos? —gritó Doña Dolores.

—Es sencillo, él se corta cualquier dedo con ese cuchillo o le disparo enfrente de ustedes, los castigos serán ordenes nuestras y ustedes los ejecutaran—respondió el sujeto mientras apuntaba al anciano.

Todas las personas miraban con miedo y otros con suma impotencia, ante ellos estaba un hombre mayor en una encrucijada y por otro lado esos sujetos eran enfermos mentales o algo peor.

—No hay otra forma de solucionar esto—sollozó el pobre anciano.

—Si gustas te disparo y se acaba todo, créeme eso es mejor que cortarse un dedo—sonrió el tipo mientras le acercaba la pistola a la cabeza.

Lagrimas corrían en el resquebrajado rostro del anciano que acercaba el filo del cuchillo a su meñique izquierdo, de repente un sonido enmudeció a todas las personas que imploraban que lo dejaran libre y el anciano soltó el cuchillo del miedo, un disparo se escuchó al unísono y fue hecho por Fernando, quien salía del bar junto al otro sujeto, mientras se veía al cantinero detrás de ellos tratando de ver que ocurría afuera, mientras habló con ese par de sujetos no escuchó nada y pensó por un momento que aquella charla fue en otro lugar al ver el pueblo en tan terrible circunstancia.

—Nadie puede dar castigos sin mi autorización—pronuncio el tipo de dientes afilados.

—Ohh…disculpa Lázaro, solo quería darles una demostración de cómo se hacen las cosas aquí—musió con cierto nerviosismo el sujeto con cicatrices.

Lázaro caminó hasta llegar cerca del alcalde mientras miraba a cada persona de los alrededores, le miraban con duda y miedo, aquel sujeto hizo asustar al tipo anterior, muchos dedujeron que debía ser el jefe y debía ser peor que el anterior.

Uno de los policías del pueblo se encontraba de civil aquel día, había pasado con su hija, Carmen, en la casa de Dolores. Le invadía el coraje de ver a sus compañeros muertos y como su pueblo se iba al quinto carajo, vio pasar a Lázaro tan campante como si nada sucediese, con actitud de dueño, su pistola estaba en el interior de su abrigo, trató de sacarla pero la mirada de Lázaro se posó sobre él y fue fulminante, le vio por un par de segundos que fueron lo suficientes para darle a entender que aquel tipo no era humano y conocía de sus intenciones.

— ¡Todos aquí están condenados! —gritó Lázaro, las palabras retumbaron en cada rincón del pueblo.

—Dejen a los niños, les daremos los que quieran—sollozó Dolores abrazando a Carmen que temblaba de miedo.

—Todo lo que poseen es solamente útil para ustedes, lo que nosotros buscamos es algo lejano de alcanzar para personas simples—dijo Fernando.

—Claro… ¡Monstruos infernales! ¡Vuelvan de ese pozo que salieron! —gritó enardecido el alcalde.

Lázaro caminó hasta él y se acercó quedando en cuclillas para tomarlo del rostro.

— ¿Qué sabes del pozo en el que estuvimos? —preguntó mientras lo miraba fijamente, parecía no parpadear y sus ojeras negruzcas le intimidaban al pobre hombre atado.

—Parece que sé algo de ti, aunque puede que sean más cosas, así que por tu bien deja a estas personas libres y suéltame—respondió mientras mantenía el tono de valentía junto a una mirada desafiante, aunque era un hombre de malos negocios amaba a su pueblo y conocía a todos desde la niñez, velaba por ellos y todos sus negocios sucios eran lejos de sus allegados.

Lázaro se levantó, partió con sus propias manos las cuerdas y se acercó al anciano que iba a cortarse un dedo hace unos minutos.

—Su querido alcalde, hombre de negocios turbios, conocedor de la sabiduría negra del submundo de esta región me ha hecho reflexionar…como él conoce el tipo de lugar en el que estuve con todos mis compañeros presentes les permitiré algo…—pronunció a todo pulmón y en un acto digno de pistolero le dio un disparo en el cráneo al anciano, y después al alcalde en su pierna derecha con gran velocidad.

Todas las personas gritaban, sollozaban los niños y mujeres, mientras los hombres apretaban los puños hasta sentir como estaba por poco de sangrarles las manos de tanta impotencia.

— ¡Todos aquí estarán condenados! ¡Quien desee y se crea capaz de cruzar esa muralla de invierno alrededor del pueblo que lo intente, no encontrará más que muerte!—gritó mientras miraba con sus ojos serenos, su revolver aun humeaba y la sangre del anciano oscurecía el adoquín rojizo de la plaza.

El alcalde pasó por alto su dolor y la sangre que le escurría como rio embravecido, pues el disparo había destrozado su rodilla y supuso inmediatamente que no volvería a pararse.

—Déjalos…por favor…te lo imploró—le rogó con los ojos sollozos.

—Siendo un hombre que se involucra con el submundo veo que te importan estas personas, he de suponer que creciste con algunos o los vistes crecer, así que te daré un castigo más que digno, cada vez que alguien desobedezca le haré pagar caro—sentenció Lázaro.

Las personas comenzaron a gritar clemencia y piedad, los niños abrazaban con fuerza a sus padres y todos se acercaban, temían ser escogidos al azar y usados como tiro al blanco.

—Quien falte a mi autoridad será llamado a castigo, este será ejecutado por ustedes las primeras dos sentencias, la primera vez se les cortará un dedo de cualquier mano, la segunda vez se les cortará la mano opuesta del dedo que fue cortado antes y la última sentencia será un disparo en la cabeza. Nadie aquí hará lo que guste o cometerá represalias, si piensan dispararme a mí o mis hombres asegúrense de poder matarnos, sino toda su familia será castigada y al que comete el error lo llevaremos hasta la segunda sentencia. —pronunció, su voz era grave y les hizo tragar saliva a cada persona ante él, incluyendo sus hombres con excepción de Fernando que lo miraba como si fuese costumbre.

El cantinero vio todo los sucesos con miedo, lleno de confusión y atónito, aquellos dos sujetos tan educados habían traído la muerte a su pueblo, durante muchos años escuchó cuentos de que el infierno es un lugar que se llega obrando mal y solo ante tremenda injusticia logró entenderlo: el infierno es como una lluvia repentina que puede pescar a cualquier persona descuidada.

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