Noveno Capitulo: La Prision del Fin del Mundo

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Confrontacion

La prisión de San Gestas o el Círculo se ubicaba en los rincones fronterizos donde el calor aprovechaba el hecho de encontrarse bajo tierra para convertirla en un verdadero calvario, conocida como la prisión del fin del mundo y la casa de la muerte.

Los presos mandados allí eran de carácter político, asesinos despiadados y personas inocentes que llegaron por toparse con gente de poder y alto nivel de corrupción.

La cárcel se dividía en nueve niveles, separándose  descendentemente en el primer piso se podía encontrar al alcaide y su escolta, todas las personas en aquel pequeño infierno eran parias para la sociedad.

Los policías atrapados en actos de corrupción o algún crimen contra el gobierno eran mandados a trabajar como guardias, en aquel maldito lugar y sus familias eran re ubicadas al pueblo más cercano, Edeno, de negarse se los ajusticiaba y convertían en presos.

El alcaide no era más que un antiguo ministro de fuerzas armadas, caído en la desgracia de haber codiciado más poder y rebajado a diablillo en aquel infierno sobre la tierra.

La gran regla de la prisión era: “Nunca toques a nadie que no sea un guardia”; en pocas palabras se podía matar a los demás compañeros de celda para así poder sobrevivir, se entregaba un litro de agua y tres panes viejos a la semana a cada preso, la escasez de alimentos, junto a las instalaciones en pésimas condiciones la volvía en un lugar donde el más inocente se veía obligado a matar por saciar el hambre o era asesinado por los demás.

Los presos no podían salir de sus celdas con excepción de ciertos días que eran cuando ocurrían las matanzas, no existía un personal encargado de la limpieza y los guardias tenían que caminar con sumo cuidado, charcos de sangre por un costado y huesos por otro, parecía un camal humano, donde los deseos más bajos de sobrevivencia del ser humano eran liberados.

Durante años la prisión sirvió como símbolo de poder del gran dictador en turno y aquellos que no le seguían iban directo al mismo infierno sobre la tierra, un lugar que fue bautizado por los revolucionarios como el último acto de maldad de la humanidad, todos los que fueron mandados por tratar de ir en contra del gobierno eran torturados apenas entraban y se los encerraba en el octavo piso.

El noveno piso estaba destinado para los criminales que fueron mandados por orden personal del Gran Dictador Don Ecua, apenas existían tres presos en esos recintos, donde se encontraban cada uno en su celda sin poder comunicarse con el resto.

Los guardias solo visitaban aquel lugar cada viernes para poder llevar los alimentos y los días miércoles en los cuales mandaban al preso de turno al cuarto oscuro hasta el viernes, pero con el cambio de guardias y el desinterés comenzaron a cambiarse los turnos.

Uno de los presos pasó una semana entero en el cuarto oscuro, una pieza de un metro de ancho y dos de alto. Todos los fines de semana llevaban nuevos presos y estos mismos eran obligados a limpiar los cadáveres de los anteriores, hubo casos en que algunos presos comieron a otros por desear algo con que alimentarse.

Entre los presos más famosos de la cárcel y que se encontraba en el noveno piso fue: José Antonio Palacios; El Libertador o Gran Revolucionario, quien cayó víctima de una emboscada y desde su encarcelamiento en San Gestas los grupos contra el gobierno se vieron disminuidos por la gran pérdida de su líder y mesías.

Su nombre era una leyenda viva y algunos consideraron su caída como el fin de las esperanzas para la nación.

Durante años hubo un asesino al servicio de la dictadura que había cobrado cientos de víctimas y fue mandado a la prisión por no ser de utilidad en una misión, su nombre real era desconocido y muchos lo apodaban como el mal ladrón, haciendo referencia que su celda se ubicaba al extremo izquierdo del Libertador.

En el extremo derecho se encontraba un antiguo Coronel caído en desgracia, después de haber perdido la anterior guerra donde fue destituido por el gobierno, toda su provincia isleña fue diezmada y su derrota era un dolor más duro que el haber sido encarcelado en el mismo infierno, se entregó por decisión propia creyendo que así podría expiar la culpa de que el sacrificio de sus compañeros fue en vano.

Los camaradas y subordinados del Coronel cayeron contra las tropas del Libertador que en aquel momento se encontraba en toda su gloria, ambos hombres se habían condenado al mismísimo infierno, uno de ellos voluntariamente aunque era un buen hombre que tomó decisiones solo por el bien de su provincia natal, y otro por querer llevar al país a una era de paz usando la violencia como excusa.

En la ironía tan grande que es la vida, como una obra de teatro dos hombres se encontraban compartiendo el mismo infierno sin notar que su acérrimo enemigo estaba a metros suyos, y su destino se vería envuelto.

La situación del país era caótica, los grupos revolucionaron buscaban atacar la prisión de San Gestas, pero esta se encontraba ubicada entre dos montañas en la zona fronteriza y poseyendo un clima sumamente cambiante, vigilada con un resguardo incluso mayor que el mismo palacio de gobierno.

Los presos no tenían comunicación alguna con los guardias o con sus compañeros en el noveno piso, es decir que para poder salir de la prisión debían superar cada nivel lo cual llevaba una alta peligrosidad, pues los alimentos se repartían de abajo hacia arriba así que el hecho de subir y encontrar presos hambrientos eran un riesgo enorme, también los guardias apostaban ilegalmente que grupo de presos matarían a otros solo por puro entretenimiento.

Los guardias no podían salir de la prisión al igual que el alcaide y tenían su propio piso que era el primer nivel, los militares que se encontraban en la parte superior de la prisión custodiaban la entrada de víveres de la familia de los guardias para así estos logren alimentarse y resguardaban que nada entrara a excepción de presos y comida en los días establecidos.

Un sábado una caravana escoltaba un grupo de presos y con ellos llegó alguien conversando con el encargado de la seguridad, su aspecto era imponente y sombrío, vestía ropas oscuras, gafas y cargaba varios anillos en sus dedos.

La caravana estaba fuertemente vigilada por militares y tenían el aviso de repartir fuego hacia todo aquel que se les acerque sin previo aviso de rendición.

En los últimos días existían muchas embocadas realizadas por los grupos revolucionarios que se encontraban desesperado por el regreso de su líder, el segundo al mando era una persona de carácter muy flemático y se consideraba incapaz de tener la simpatía del pueblo y sus compañeros.

Al llegar hacia a la entrada del pueblo un grupo de sujetos armados al grito de libertad o muerte atacaron a los militares de la caravana con una lluvia de disparos. El número de militares no abasteció y fueron diezmados fácilmente, los únicos que se encontraban vivos sin contar a los presos eran dos militares, el encargado de la caravana y el sujeto que les hacía compañía.

—Bueno al parecer tendrá un percance el día de hoy en poder ver su familia Sargento—musitó el hombre que usaba gafas mientras sacaba de su abrigo de cuero un revolver.

— ¡Que carajos hablas Samael! ¡Tú también estas jodido aquí! —gritó el militar mientras lo obligaban a ponerse de rodillas.

—Haces mucho ruido para ya estar muerto—Samael le apuntó le puso el arma en la boca y le voló los sesos ante la mirada atónita de los otros dos militares.

— ¡Usted es revolucionario! , donde quedó el deber con la patria que tanto profesaba, donde demonios esta su lealtad—gritó uno de los militares eufórico.

—Mi lealtad pertenece al mejor postor y hacia mis propios objetivos, yo soy el dueño del destino de quienes no tienen la capacidad de pelear por sí mismos, forjo el camino hacia un futuro mejor aunque el costo sea sangre—le puso la pistola entre las cejas y le disparó mientras vio como el otro militar se rompía en llanto para rogar clemencia.

— ¡Le ruego me deje ir! ¡Tengo tres hijos y una mujer en casa! —su rostro estaba empapado de lágrimas y su voz quebradiza era lo único que irrumpía.

—Es irónico que llores con tanto esmero cuando tú mismo con tu jefe y compañeros te vanagloriabas de haber sido quien torturó una pobre familia por alojar un rebelde, contaste como los mataste y todo mientras reías jocosamente con los demás cerdos asquerosos que yacen en el suelo—le apuntó en el rostro mientras le hizo seña de que no haga ruido alguno, el disparo retumbó en todo el camino y los demás rebeldes vieron con cierto miedo aquel acto.

—La prisión está más adelante, se encuentra fuertemente resguardada por los militares y aunque ahorita somos muchos no podrías lidiar con ellos a menos que esperemos refuerzos—dijo un hombre bastante mayor mientras se acercaba a Samael.

—Los refuerzos vendrían en un día y para ese momento ya debieron detectar que no llego la caravana, en ese caso ellos también pedirían más militares que llegarían posterior a nosotros, en el mejor caso nos veríamos cercados, lo mejor sería marchar hacia Edeno y reagruparnos para cuando llegue su apoyo, ejecutar una emboscada y posterior partir hacia la prisión al unísono—su voz era gruesa y áspera, guardo su revolver mientras hacía señas con la mano de que escondan los cadáveres.

—De acuerdo, entonces debemos partir hacia las fronteras del pueblo y vigilaremos esta ruta, su ayuda ha sido de mucha utilidad, en ausencia de nuestro gran Libertador usted ha podido guiarnos de la manera más noble ante la adversidad—se acercó para darle la mano y notó que Samael estaba viendo hacia el cielo de manera muy distraída.

—Perdóname, este lugar me trae muchos recuerdos, conocí este paraje antes que fuese un pozo infernal, es un placer servir a su causa, pero les advierto que deben considerar que aunque el Libertador escape quizás no sea como ustedes deseen—devolvió el apretón de manos y notó inseguridad en los hombres a su alrededor.

— ¿Qué se refiere con que no sería el mismo? —musitó un hombre entre todo ese gran grupo.

—Su benefactor y Libertador se encuentra en el mismísimo infierno, una prisión diseñada para arrebatar la humanidad, el nido del diablo, un lugar para que los presos puedan sobrevivir devorando a otros, su cordura y juicio quizás se vea algo afectado—mientras dijo esas palabras sintió un fuerte y cortante viento que le avecinaba una buena noticia, pues sonrió disimuladamente.

—Comprendemos su punto, pero él es nuestro rayo de esperanza y si logramos recuperarlo habremos triunfado, sacar del infierno al salvador de la nación decidirá la victoria sobre la nación, en ese hueco no solo existe sangre y muerte, aquel lugar simboliza la opresión y el poder del dictador, derrocarlo aquí sería un triunfo enorme para el espíritu de libertad que buscamos nosotros—dijo con mucho sentimiento uno de los tipos que cargaban los cadáveres mientras era apoyado por los otros.

—Buen argumento y espero mantengan ese idealismo hasta la muerte, pero ahora yo me despediré, iré hacia la prisión para poder hablar con personas que puedan apoyarnos con nuestra causa—dijo mientras les daba la espalda, todos quedaron atónitos por la ligereza con la que explico la situación.

— ¡Qué carajos le pasa por la cabeza! ¡El mismo dijo que ese lugar es un infierno y va como si visitara un familiar! —gritó un sujeto totalmente indignado.

— ¡Martín, debes detenerlo! —gritó otro tipo al sujeto que era mayor a todos y hablaba con Samael al inicio.

—Samael, también conocido como Samael Yana o el diablillo de la montaña, esos son sus nombres sino les parece familiar, no somos nadie para detenerle ya hicimos bastante en avanzar gracias a sus contactos y su protección—dijo mientras los demás recordaban aquel nombre.

—Mi abuelo me contaba historias de un tal Samael que cumplía favores a cambio de oro, tierras y otras cosas para así ayudar a personas desamparadas—comentó el más joven del grupo.

—En cambio mi bisabuelo comentaba que era un caza recompensas, que robo a los Conquistadores y a los indios por igual, que no tenía piedad en matar a los criminales y se dedicaba a visitar bares—dijo un hombre mientras se acercaba a Martín.

—Hay bastantes historias sobre quién es Samael, pero la única que conocerán cierta ustedes son que aquel tipo de allí es el de esas historias, por alguna razón vagabundea en nuestras tierras desde hace décadas, me equivoco siglos, y el Libertador me dijo como contactarle pero solo en caso extremo donde no podamos valernos por nosotros mismos—Martín sentía escalofríos de conocer que aquel sujeto tenía años errante en el mundo, era como si hubiese tratado con un muerto.

 

Samael caminó por un par de horas con suma tranquilidad, aunque el frío era enorme y el viento parecía rugir en dirección opuesta a la prisión como si deseara alejarlo pudo notar que en algún lugar alguien sabía que estaba acercándose y aquella persona le temía en lo más profundo de su corazón.

Sus tantos años le permitían ver todo de una persona con un cruce de miradas y diferenciar cuando alguien era bueno, malo o simplemente seguía sus sueños a todo costo.

Fue detenido por un pequeño grupo de militares que comenzaron a interrogarle y revisarlo todo, cuando encontraron sus revólveres le apuntaron mientras le gritaban que se arrodillará y explicará quien era.

— ¡Al piso! ¡Carajo ándate al piso y dime quién eres! ¡Como carajos puedes estar en este frío tan poco abrigado y armado! —gritó uno de los militares que le apuntaba.

—Deberías relajarte amigo, vengo para hablar con tu superior y deseo negociar con el alcaide, te recomiendo no me apuntes porque es de mala suerte—dijo mientras soltó una risa, el militar enfurecido apretó el gatillo, pero su arma no sirvió y repitió el proceso hasta que se sintió estúpido.

—Al parecer los rumores de que te encontrabas aquí no eran falsos y veo que le jugaste uno de tus trucos a mis hombres—pronunció un tipo patucho, su rango era el mayor entre todos y parecía conocer a Samael bastante.

—Tus hombres deberían tener cuidado hacia donde apuntan sus armas, un simple descuido y podrían perder sus vidas en el proceso, yo solo deseo hablar contigo y hacer negocios—se acercó al militar que le quitó los revólveres y se los pidió, este se los entregó pero no sin soltar un comentario despectivo.

—Basura vendida, eres como una prostituta que se engancha al mejor postor—escupió cerca del pie de Samael y le tiró una mirada de odio.

—Solo hago lo que debe hacerse, guio al mundo hacia donde debe ir y tú eres un insolente—le puso una mano en el hombro suavemente al militar y en un movimiento rápido sacó su revolver con la otra mano y le disparó en el rostro dejando atónitos a todos los demás menos al tipo de mayor rango.

—Bueno, pobre chico su mujer iba a dará luz dentro de un mes, pero por la imprudencia de su marido esa criatura crecerá sin padre alguno, espero les quede de ejemplo a todos, mi rango es de Sargento y me deben respeto, pero a este hombre le deben su puesto, por el nuestro altísimo líder se encuentra guiándonos hacia el futuro—les mostró sus condecoraciones a los demás militares que solo eran un grupo de jóvenes atónitos por el suceso reciente.

—Sigamos en nuestros asuntos y deja que esos muchachos se ocupen del cuerpo pues siempre es duro cargar el cadáver de un compañero y mucho peor si murió en tus narices, debe sentirse como un nudo en la garganta el sentimiento de que su vida no vale y ustedes no pueden hacerme nada por miedo a reprimendas, supongo que pueden entender que el momento que intenten apuntarme yo les dispararé, pueden hacerlo todos y créanme que saldré vivo, eso es lo que más les da miedo, fallar y convertirse en nada, pero estén tranquilos que si todos lo hacen solo dejaré uno vivo para que lidie con los cadáveres—su voz tenía un tono irónico y jocoso, camino con el Sargento mientras escuchaba como maldecían los muchachos.

—¿Qué deseas en un lugar como este?, Te encuentras en la frontera del infierno en la tierra, donde son castigados los rebeldes hacia nuestro gran gobierno, los injustos que buscan desestabilizar la paz que hemos creado junto al grandísimo líder—su voz estaba llena de fe ciega hacia la dictadura.

—Busco alguien en la prisión que pueda ser de utilidad, muchos presos fueron alguna vez mercenarios, hombres con experiencia en diversos campos y ando en una expedición por un compañero—se encontraban en una cabaña donde Samael pasaba caminando ansioso como si estuviese con el tiempo justo.

—Buscas un aprendiz al parecer, pero déjame decirte que en aquella prisión podrás encontrar el catálogo más amplio de criminales del país, el de mayor rango se encuentra en el último círculo de la prisión y es alguien de temer para ser sincero—

—¿Cómo se llama?, escuché que en la prisión no solo se encuentra el Libertador sino también su enemigo acérrimo y un sujeto que fue el mayor asesino en la historia del país—La voz de Samael se encontraba llena de interés por aquel sicario.

—Aquel tipo fue un soldado de la muerte que trabajo bajo órdenes directas de líder y se rebeló, se necesitó una cantidad enorme de hombres para reducirlo y poder capturarlo en aquel infierno, cuando los militares fueron por él en una pequeña villa en las montañas encontraron que había forjado dos revólveres con la plata de los dientes, anillos y collares de todos los pueblerinos masacrados por haber desobedecido la orden de entregarlo—el sargento contaba con cierto temor las últimas palabras.

—Forjó revólveres de un método bastante curioso, toda una villa cayó por no cederlo y al final mandaron más hombres, al parecer aquel tipo es un digno héroe capaz de poder desafiar la muerte—

—Sí y aunque suene poco creíble según muchos informes estuvo en los penúltimos círculos de la prisión solo por un par de días, pero los demás presos le hicieron pelea, los mató a puño limpio, algunos fueron golpeados hasta la muerte y otros desnucados, los guardias tuvieron miedo de reducirlo, pero el acepto ir al último piso con tal que lo dejen tranquilo—

— ¿Cuántos presos mató en ese altercado? —le inquietaba por alguna razón la suma.

—Una decena, todos formaban parte de una banda que se dedicaba al canibalismo, desde allí los presos y guardias lo bautizaron como la bestia, pensar que ahora comparte el mismo piso con ese inepto del Libertador y con aquel General que cayó en desgracia—su voz se dobló al nombrar al General y no era de menos fue un amigo cercano suyo.

—Me acabas de hacer interesar en aquel sujeto, debe valer mucho y se está desperdiciando en esa pocilga, iré para hacerle una visita para que así pueda ver si me ayuda en mi viaje—

—Samael, eres una leyenda en nuestra tierra, tienes el respeto y miedo de muchas personas importantes, ¿Qué estás buscando? —el Sargento conocía todos los mitos e historias sobre Samael, se asombraba de ver un fantasma de épocas pasadas ante él, alguien que según cuentan llegó antes de que el primer cañón sea disparado por los Conquistadores.

—Mi meta es muy difícil de alcanzar, pero por el momento puedo decir que me encuentro en el camino correcto y debo apurarme debido que se viene un fuerte cambio para todos que afectará el rumbo de muchas vidas—Samael sacó su revólver y comenzó a colocar balas en el tambor.

—Comprendo bien que buscas algo sumamente preciado, no en vano eres considerado un excéntrico, mi permiso para poder entrar a la prisión podrás encontrarlo en el escritorio, yo debo retirarme como verás tengo que seguir en mi labor—dijo el Sargento mientras se levantó y sintió el peso de la mano de Samael en su espalda.

—Fue un gusto hablar contigo, pero déjame contarte que entre mis metas se encuentra ver como cae esta dictadura—el Sargento giró su cuello para verlo, pero se encontró con la boca del revolver que lo fulminó enseguida, el viento se precipitó y aquel disparó sonó ante los demás militares como un trueno lejano, una neblina comenzó a invadir todo el lugar y los muchachos maldecían su mala suerte de encontrarse en un lugar que hace muchos años antes de la prisión fue un cementerio.

La imagen de un pozo enorme en la lejanía bastaba para asustar a todos los pueblerinos a tener algún acercamiento, inspirada en el Tártaros fue edificada bajo una sola orden.

“Construid la prisión más cruel del mundo, aquella que cause temor en los mismos demonios y cree terror en los corazones de los más horribles criminales que puede parir este mundo”

Aquellas palabras sentenciadas por el Dictador fueron hechas realidad y quienes construyeron la prisión eran personas que se encontraban en los campos de reeducación patriótica, muchos murieron al ejecutar la obra en un clima tan duro que el sol puede llegar a una temperatura de cuarenta y tres grados y en las noches baja rotundamente con un viento que perfora la piel para incrustarse en los huesos.

Los días parecían eternos, para los prisioneros del piso inferior era un verdadero calvario, no poseían un reloj ni podían visualizar el cielo, lo único que les hacía saber si de mañana o noche fue el clima, aunque ya se encontraban en graves físicamente.

Juan Batista había pasado en la celda de castigo durante una semana, cada 3 días le llevaron un litro de agua y panes viejos, su cuerpo tonificado alguna vez pasó a ser desnutrido en el poco tiempo que llevaba, en la oscuridad absoluta de la habitación donde solo había un par de metros para moverse comenzó a divagar sobre toda su vida.

La cordura y la salud eran las primeras cosas que perdían en entrar los presos, Juan durante horas pasaba reviviendo sus recuerdos en el pueblo antes de haber sido arrestado y todos sus amigos murieran, la felicidad se le escapaba de la memoria y su mente lo ponía en aquella tarea donde casi se quiebra su cordura, enterrar a cada uno de sus compañeros del pueblo, niños, ancianos, amigos de juerga y compañeros con los que trabajó el campo, forjaba herramientas para el campo y bebían copas, todos yacían muertos por haberse relacionado con él.

La única idea que lo mantenía cuerdo era la venganza, el odio y la sed de sangre, sabía que por su culpa todos habían muerto, no quedaba nadie del pueblo con excepción suya y durante días pensaba la manera en fugarse, pero desestimo la idea cuando se dio cuenta de que su estado físico era demasiado débil, los presos de pisos superiores eran un obstáculo enorme y que para salir de la prisión tendría que lidiar con los militares, aquella idea parecía un sueño inalcanzable un deseo que solo Dios o quizás el Diablo podrían conceder, pero con un altísimo costo.

El Gran Libertador no era más que un cadáver andante, sus capacidades físicas estaban casi en su totalidad diezmadas y su mente divagaba por las victorias pasadas, los momentos de juergas con sus compatriotas y los recuerdos a menos que le brindaban el sonido de los cañones que retumbaban las montañas entre los conflictos que en su mente yacían como necesarios para alcanzar la libertad del yugo tiránico que se ejercía en su amada patria.

Los días pasaron y su mente estaba aferrándose a la idea de que volvería a vestir su elegante traje, con sus medallas y levantar su espada en una mano mientras que en la otra portaría su arma en señal de batalla, su vestimenta actual eran harapos, en momentos su mente le provocaba delirios de grandeza donde creía ver su brillante uniforme, pero estos eran apagados por la cruel realidad de su miseria que le hacían romper en un amargo llanto.

Durante un par de minutos camino el viento no le tocaba, parecía como si este le esquivara, en algún momento fue dueño y señor de todo lo que decía gobernar Don Ecua, con el tiempo supo que su turno volvería y solo debía buscar donde apostar todas sus cartas.

La prisión era imponente y su atmosfera era más fría, el aire muchísimo más denso y parecía que para hablar se tomaran más tiempo, el ambiente era enrarecido y el olor a hierro invadía todo el sector.

— ¿Quién carajos eres y que asuntos tienes? —gritó un soldado mientras apuntaba su fusil hacia Samael.

—Soy un enviado del Sargento Duarte y tengo una carta suya de recomendación—gritó mientras alzaba las manos.

Se acercaron con cuidado, temían que aquel hombre fuera parte de alguna emboscada, aunque su mayor temor era que al rechazarlo su Sargento los reprenda con algo castigo bárbaro.

Tomaron la hoja que sujetaba y al comprobarla pudieron darse cuenta que era original, permitieron que el tipo camine hacia la prisión sin registrarlo, al ver su rostro se sintieron inferiores como sí el miedo invadiera cada fibra de su ser, era similar a estar ante un depredador.

Al estar junto a la entrada de la prisión pudo divisar una especie de ascensor que servía para llegar al lugar, en los alrededores habían torres donde se encontraban tiradores y soldados, el lugar era tan fuertemente te resguardado como si escondiera un tesoro, pero para Samael allí en aquel pozo del averno yace alguien que podría ayudarlo.

Los guardias que custodiaban el ascensor lo vieron un instante a la cara y bajaron su mirada, sentían que ante ellos estaba un General o alguien de un rango desproporcionado, su estatura imponente, sus hombros anchos y brazos llenos de cicatrices más sus gafas oscuras como la noche que parecían ocultar algún secreto en sus ojos.

Durante un par de segundos descendió por el ascensor hasta que llegó al primer nivel donde le indicaron la oficina del alcaide y pudo constatar que toda la prisión tenía un hedor a muerte, el hierro en el ambiente era casi masticable, escuchaba en la lejanía gritos e insultos, había pequeños llantos que eran apagados por un golpe brusco y disparos en los niveles más bajos.

—Buenas señor alcaide, mi llegada es para hacerle una oferta que no podrá rechazar—mientras tocaba la puerta de la oficina dijo tales palabra para incitar un poco de codicia en aquel hombre tan miserable.

—Tú, aquel que ha caminado en el sendero de la muerte por años quiero me ayudes respondiendo una pregunta—la voz del otro lado de la habitación era suave y temerosa.

—Con gusto puede preguntarme lo que guste, pero creo que sería más cortes invitándome a entrar—soltó una leve risa.

— ¿Crees que esta prisión es digna de un demonio y de ser conocida como el infierno? —abrió la puerta y ante Samael estaba un hombre casi calvo con un rostro pálido y un cuerpo flaco como maniquí.

—He visto campos de guerra, camine entre casas derrumbadas, vi como una ciudad entera era masacrada y los cuerpos tiñeron una laguna de rojo carmesí, pero nunca vi tal sitio para mostrar el lado más oscuro de la supervivencia humana, aquí puedo sentir el hedor a muerte como si fuese parte de mi piel y por alguna razón creo que hay algo sumamente tenebroso en los últimos pisos.

—Esa respuesta es la que esperaba, desde que lo trajeron aquí ha sido un caos todo, los presos están alterados con que exista y si lo matamos la prisión será quemada, debe permanecer sufriendo en vida cuanto sea necesario hasta que Don Ecua considere necesario matarlo—le hizo una seña para que tome asiento en un ya viejo y desgarrado sofá.

— ¿Qué le parece si me permite descender hasta el último nivel por mi cuenta y yo puedo concederle el trato que saldrá de aquí vivo? —le estiró la mano.

—Puedes descender pero bajo tu propia responsabilidad, hay muchos peligros para que vayas hasta ese lugar, incluso nosotros bajamos en grupos de media docena—le estrechó la mano y al tocarlo pudo sentir por un breve momento el viento rozando su rostro.

—No sufriré rasguño alguno y usted saldrá conmigo, pero si uno solo de sus hombres pone un pie en el último círculo el trato se anula—su voz fue gruesa y tajante.

—Mi palabra es ley aquí, aunque estoy reducido a una miseria de persona nadie falta mi autoridad—había aceptado aquel trato por conocer la fama de Samael, un hombre que proponía contratos poco casuales y concedía lo que uno ansiaba, aunque recordaba que en esas historias de su bisabuelo el costo a pagar era enorme, pero ya había perdido todo y lo único que le quedaba era su vida, deseaba sentir la brisa una vez más y respirar fuera de aquella jaula.

Los días parecían eternos como si el tiempo se detuviera para contemplar el infierno que demostraba la prisión, conforme Samael bajaba en dicho ascensor pudo contemplar peleas, canibalismo, suicidios y horrores que durante muchos años no pensó que podrían converger en un mismo lugar.

Al llegar hacia los pisos inferiores notó que el número de presos era menor, que estos parecían poseer menos violencia y aunque debían ser los más peligrosos por representar un alto índice de riesgo al gobierno algunos sostenían conversaciones, en la mente de Samael se le cruzó la idea de que debía existir alguien que los manipulara y fuese el jefe de la prisión por debajo del Alcaide.

Detuvo el ascensor en el penúltimo piso y al abrir la puerta notó como todas las miradas recaían en él, un par de presos se le acercaron.

— ¿Qué demonios buscas maldito presumido? —el preso se le acercó tanto como si fuese a olfatearlo.

Samael vio aquel sujeto y camino como si no existiese, el tipo lo sujeto del hombro mientras lo insulto y en un movimiento rápido más un fuerte sonido el cuerpo cayó humeando. Los demás presos vieron con miedo a Samael, ellos no poseían armas y aquel sujeto sacó un revólver de su traje tan rápido que no vieron cuando lo guardo, lo único que notaban era el humo que aún estaba entorno a brazo de Samael.

—En este infierno ustedes son los castigados y yo el torturador, cuiden sus palabras y movimientos conmigo, no me complicaría matarlos con mis propias manos—la voz de Samael heló la sangre de todos excepto de un preso que miraba con sumo cuidado mientras estaba sentado en la lejanía.

Los pobres diablillos asustados decidieron darle paso libre por donde deseara y vieron como camino hasta el tipo que se encontraba al fondo de la habitación, era un sujeto enorme el que yacía sentado sobre un supuesto trono de piedras.

—Vienes de blanco, armado y te portas bravo ante todos aquí, acaso no temes por tu vida, no consideras que las balas tienen un número muy limitado—la voz del sujeto era profunda como si emitiera eco, su piel oscura y su altura imponente al levantarse sorprendía a cualquiera excepto Samael que no se inmutaba.

—Veo que tú debes ser quien maneja las cosas aquí, aunque por lo que me contaron para ser que no pudiste lidiar con cierta Bestia que yace un piso por debajo de nosotros, aquella ironía que soltó hizo sentir a los demás presos que su jefe acabaría a golpes con Samael aunque tuviese un arma.

El tipo se encolerizó y abalanzó con tal fiereza que muchos pensaron que no tendría tiempo de sacar el arma, pero se sorprendieron al ver que el gigantesco hombre cayó al piso a causa de un golpe dado por Samael, este se acercó a él y en aquel momento el tipo que yacía en el piso sacó un cuchillo, pero sintió temor al hacerlo, era como si un conejo presintiera cuando un águila está detrás suyo y va a partir de este mundo, un escalofrió le recorrió la nuca hasta la mano que sostenía el cuchillo y temblaba con fiereza.

Samael no hacía más que ver a su alrededor como los otros presos tenían miedo, algunos se alejaban con pequeños pasos del lugar y otros se acercaban como si pensaran acorralarlo presintiendo que tenían una oportunidad.

— ¡Idiotas! ¡Bastardos del demonio! ¡Atáquenlo! ¡No podrá con todos! —el gritó del tipo fue estruendoso y se escuchó en cada rincón de la cárcel, seguido de este los presos decidieron acercarse hacia Samael, pero con cuidado.

Dos presos se precipitaron y fueron corriendo mientras sacaron cucharas de metal afiladas de sus bolsillos, cuando creyeron estar cerca de Samael para apuñalarlo este golpeo a uno en el rostro con tal fuerza que cayó al piso como si le hubiesen tirado algún peso enorme sobre la cabeza y al otro lo sujetó del cuello, pero en el pequeño intervalo entre que lo agarro y lo alzó el preso yacía con el cuello roto como un pollo.

Los demás presos al ver esto se horrorizaron, entre ellos habían canibalizado a otros, matado, abusado físicamente de algunos, pero aquel hombre pudo matar tan solo a dos en cuestión de segundos y al ver el rostro del primero en caer sintieron terror absoluto, su nariz estaba hecha pedazos, su boca era una recipiente de dientes, sangre y el tipo convulsionaba, parte de la cara estaba fracturada y no podía tan siquiera moverse a más de patalear como una cucaracha cuando esta de espaldas.

—Si quieren que los mate uno por uno con mis puños créanme que no tengo problemas, aquel tipo en el suelo no hace más que sufrir y yo busco respuestas a que está en el siguiente nivel—todos los presos escucharon como niños asustados sus palabras, pero al terminar dicha frase aplastó el cráneo del sujeto en el piso con tal fuerza que lo reventó y ensucio algunos presos que no hicieron nada por limpiarse por tener miedo.

El tipo alto logró tan solo en aquel pisotón comprender que ante él estaba algo no humano, una Bestia que parecía buscar a otra y sintió que debería evitar ponerse en su camino.

—Ven y habla conmigo para que sepas todos los detalles, pero cuando te lo diga lárgate de aquí y no vuelvas nunca—trató de mantener rudeza en su voz aunque le costaba.

Samael camino hacia él mientras los presos recogían los cuerpos y miraban hacia el piso para evitar cualquier tipo de malentendido.

— ¿Qué deseas saber de la Bestia?, por cierto me llamo Kleber—tomo asiento mientras sentía un dolor fuerte en su pecho.

—Explícame cómo fue que desato una matanza en este lugar y que saben de él—

—Recuerdo que un viernes llegó, se escuchaba mucho ruido y una gran cantidad de militares le escoltaban cuando lo hicieron descender hasta este nivel, su apariencia era similar a la tuya y sus ojos parecían lleno de furia, al irse los militares le dijeron que si planeaba redimirse podrían obtenerle un perdón por el Gran Señor, que se ignoraría lo acontecido en el pueblo y se le devolverían aquellas armas que forjó—

—Su oficio era muy importante, no cualquiera obtiene el permiso de redención de Don Ecua y sus armas deben ser muy especiales—Samael poseía una curiosidad enorme por ver aquellos revólveres.

—Un día un grupo de presos que eran más fuertes que los que están a mi cargo lo comenzaron a molestar y sin titubear mandó a uno al piso sujetando su cabeza con tal fuerza que la reventó. Todos vimos atónitos y el resto de los tipos lo atacaron, pero los comenzó a golpear, nadie aguantaba más de un par de golpes de él, decían que sus puños eran bloques de acero e incluso vi cómo le dislocó el brazo de un puñetazo al tipo más fuerte de ellos—

—Su fuerza no es común, demasiado curioso diría yo para una persona común, debería significar que superó sus límites, aunque hacer tal hazaña cuesta demasiado. ¿Su fuerza era tanto como la que mostré yo? —aquella Bestia lo asombraba y a su vez sentía algo de curiosidad por saber a qué atribuía su fuerza.

—Diría que igual o quizás superior, cuando los guardias vinieron a llevárselo de aquí no opuso resistencia y un guardia le agredió con su tolete, pero se lo dobló como si fuese de goma, los guardias comentaban que aquel tipo moriría tarde o temprano junto a los otros dos sujetos que se encuentran allí, desconozco quienes son, muchos olvidamos nuestras identidades de estar aquí tanto tiempos, nos volvemos animales que solo desean salir y quizás algún día poder volver a ver el cielo—su voz tenía mucha melancolía.

—Muchos de ustedes son seres despreciables para cualquiera que los contemple, pero créeme que lo que yace bajo nosotros es una gran y enorme bestia que podría darte tu libertad, pero hay un alto costo a todo—Samael se levantó mientras siguió en dirección del ascensor, nadie por miedo se había acercado allí y pensó que la Bestia debería ser muy interesante para crear terror entre caníbales y asesinos.

El último piso era enorme comparado al anterior, pero solo alojaba tres enormes celdas totalmente alejadas entre sí y había un cuartillo oscuro que supuso era la celda de castigo.

Sabía que en la celda de castigo seguramente estaba la Bestia, pero tenía interés por saber cómo eran quienes compartían el piso con él, aunque pensó que no tenían comunicación.

Camino hacia la celda más cercana y movió la bisagra para poder hablar con quien esté allí.

—Soy Samael Yana y deseo conocer quien está aquí—no veía en la oscuridad de la celda.

—Solo soy un vestigio, un hombre que perdió sus alas ante el sol y yace en la oscuridad más grande de su patria, ingratamente la vida me paga de la peor manera posible por haber servido a la libertad del ser humano, estoy privado de mis capacidades y ahora me siento ridiculizado ante la visita de un simple diablillo de cuentos—su voz era melancólica y llena de remordimiento.

—Ya veo así que usted es el Libertador, un hombre tan culto, tan grande como usted en una pocilga es algo digno de ver aunque este rodeado del hedor de la muerte, si me conoce sabe bien que mi presencia es por algo muy grande, enorme diría yo, busco alguien que pueda permitirme hacer lo que usted no hizo mi buen señor—su voz se tornaba irónica mientras esperaba con ansias escuchar la respuesta del hombre al otro lado.

—No conozco quien más este aquí conmigo, pero donde metes tus narices siempre hay caos, eres un demonio encarnado, un parásito de esta tierra que hubiese adorado poder erradicar, pero aunque tengas mucha sabiduría por todos tus años, recuerda que podrías encontrarte con algo que te supere—la voz del Libertador era desafiante, altanera igual a sus discursos.

—Lo que dice no funcionará, tengo todo medido, al contrario usted se encuentra pudriéndose aquí y en un par de horas sus camaradas vendrán directo para rescatarlo, traje a todos los que logre reunir en su desesperación de verlo a usted libre y créame que un rio de sangre correrá pronto y con él podremos comprobar que tan desesperado puede estar el ser humano cuando ve que su mesías yace en el mismísimo infierno—

— ¡Bastardo! ¡Mal nacido! ¡Carajo! —el Libertador sentía como le hervía su sangre y por un momento recuperó su fuerza y comenzó a golpear la puerta con fiereza.

—Gaste la poca vida que le quede, no saldrá de este infierno con vida y sus hombres estarán pronto comiendo fuego de metralla aunque les deje las cosas algo pareja para que den pelea con una pizca de honor—

— ¡Maldito! Saldré de aquí y conocerás mi justicia, el calor de mis balas y el filo de mi sable—la impotencia se había apoderado del Libertador, su cuerpo comenzaba a producir energía y en sus ya treinta y cinco años ansiaba estar joven, tener más vigor para poder tratar de tumbar la fuerza, pero su mente no hacía más que darle los recuerdos con sus camaradas, las reuniones, los planes y su caída en desgracia.

Por sus ojos corrían lágrimas de coraje, se tiró al piso y sintió que su cuerpo hervía como si una fiebre lo poseyera, sus brazos se llenaban, sus venas se remarcaban y podía apretar con fuerza sus puños.

Samael se alejó de la celda mientras escuchaba fuertes golpes en ella como un martillo, se dirigió a la siguiente celda que notó tenía la bisagra abierta y en ella se encontraba un hombre abrazándose de rodillas en el suelo.

— ¿Quién eres tú? —preguntó mientras golpeaba la celda con fuerza.

—Yo no soy nadie, ya no lo soy, mi nombre no existe aquí, ni tú y yo existimos en este lugar, nos encontramos en el fin del mundo y crees que sé mi nombre, si lo supiera no estaría aquí—

— ¿Qué tiene que ver tu nombre con estar preso? —recordó que aquel hombre debía ser el Coronel que se entregó por su propia voluntad.

—Mi nombre, mi pasado se perdió cuando entré aquí por mi propio deseo, lo comprendes yo vi caer todo mi mundo ante mí, muchos de mis compañeros eran diezmados por la artillería, otros morían con sus miembros despedazados y las mujeres corría buscando a sus niños para encontrarlos muertos.

Vi como caían todos, pero por obra del destino yo sobreviví para ver el Fin del Mundo y ahora en el infierno me encuentro sin nombre, morí aquel día, solo me encuentro aquí para tratar de pagar mi fracaso—su voz no tenía tristeza, parecía haber aceptado todo su amargo destino.

Samael lo miró y sintió que se estaba incomodando, ante él yacía un hombre que como él vio arder su mundo, un sujeto que estaba roto en alma y que solo esperaba la muerte para tratar de enmendar su error.

—Me gustaría conocer que nombres tuvo en su vida pasada—Samael se sentía identificado con el pobre hombre.

—Mis nombres fueron: Lázaro Antonio León Olmedo de la Santísima Trinidad, pertenecí a la fuerzas armadas en calidad de Coronel y encargado de la protección de la provincia isleña llamada Bolívar—su voz era orgullosa, llena de garbo y elegancia que contrastaba con su cuerpo harapiento y maltrecho.

—Es un gusto conocerle Mi Coronel y déjeme decirle que usted saldrá de aquí si me lo permite claro está—Samael vio con admiración aquel hombre que parecía desafiante a  la muerte.

—Lo siento hijo, debo pagar mis pecados aquí y por tu aspecto créeme que sé muy bien quién eres, ningún otro hombre entraría aquí con tanta gala y haría un alboroto como el de hace un momento, solo te puedo advertir que lo que buscas no es como piensas, muchas veces yo creía que mi meta valdría la pena, pero tenía miedo de llegar a la cima porque eso implicaba mantenerme y ahora descendí totalmente, cuidado el cazador se vuelve la presa de su propio don—la voz del Coronel mostraba sabiduría y compasión hacia Samael.

—Comprendo Coronel, descanse, cuando haya partido, su nombre quedará grabado—Samael hizo una reverencia con la cabeza mientras se alejaba de la celda.

La celda siguiente se encontraba totalmente vacía y se dirigió hacia aquel pedazo de cuarto oscuro que funcionaba como zona de castigo, sentía el ambiente frío con una gran pesadez en el aire como si estuviese por inmiscuirse en una cueva, durante años había vagado por los peores lugares de esta tierra, pero nunca pensó lograr sentirse abrumado por el entorno que emitía la prisión y dicha habitación.

— ¿Cuál es tu nombre? ¿Quieres poder volver a sentir la lluvia y el calor del sol en tu piel? —la oscuridad de la celda era inmensa, pero Samael podía ver un hombre alto con una delgadez enorme.

El silencio se apoderó de todo el lugar y con ello una corriente fuerte de viento entró, helaba la sangre a cualquiera, pero menos a Samael y a la Bestia que solo le miraba sin inmutarse.

— ¿Cuál es tu nombre Bestia?, Muchos me comentaron que fue lo que sucedió en el piso anterior, tus razones para llegar aquí, pero nadie tu nombre y eso es muy importante, te puedo dar la libertad y muchas cosas más, pero dime qué precio tienes—la Bestia solo le miraba, pero lentamente se acercó hacia la puerta.

—Dime cuál es tu nombre y te contaré que deseo—su voz era rasposa, parecía sediento.

—Mi nombre es Samael Yana y busco alguien capaz de poder crear un gran disturbio, los rumores de una Bestia encerrada en el mismísimo infierno me trajeron aquí, me es sorprendente todo lo que eres capaz de realizar y por eso te propongo la libertad más todo lo que desees si me ayudas en mi meta, este gobierno te puso aquí y podríamos darles un castigo peor al de todos los presentes en esta habitación—su voz estaba llena de pasión mientras pensaba que en unas horas vendrían los revolucionarios.

—Fui el arma del tirano que lo rige todo, mate gente que era violenta hacia el gobierno, criminales y asesinos hasta que perdí la cuenta, conocí el calor de la vida mediante mi machete limpiando la hierba mala, forjando azadones para así trabajar y cultivar la tierra, vi como las personas se ayudaron unas a otras, aprendí como es la vida en familia y cuando creí que mi lugar en el mundo siempre estuvo en el campo se me fue arrebatado todo, no quedo ni un alma, niños muertos, mujeres abusadas y asesinadas, ancianos golpeados hasta la muerte y todos mis conocidos sin vida mientras yo estaba lejos, al llegar estuve durante días enterrando cada uno de los cuerpos, forjé dos revólveres de la plata que perteneció a todos los dientes, pulseras y aretes del pueblo, escuchaba su voz con cada golpe de la pala a la tierra, los llantos de las madres al ver sus hijos morir, sus niños gritar de la angustia y como peleaban los adultos por sobrevivir.

Cuando terminé caí en un sueño profundo donde vi cada alma que murió por haber protegido mi vida, la de un asesino, no había ni un solo pecador entre ellos, todos eran puros y murieron salvando a un impuro como yo.

Los militares fueron un par de días después y los ataque con todas las balas y armas que recolecté, pero aunque maté a muchos estaba fatigado y sin recursos suficientes, caí víctima del agotamiento y fui arrastrado hasta este infierno donde al parecer el Demonio de los cuentos me pide que le dé mi ayuda, simplemente eres patético, tu ayudaste a crear esta tiranía y ahora buscas destruirla por no tener todo el control de ella—su voz fue tajante y le hizo cambiar el semblante a Samael.

— ¡Crees que por matar cientos de personas y después adorar la vida mediante el trabajo en el campo te podrás excusar! ¡Eres un monstruo! ¡Tú vida está trazada en el camino carmesí! —comenzó a gritar mientras dio un fuerte golpe a la celda que causo que esta se abollara levemente.

—Al parecer el diablillo siente enojo contra mí, yo soy un monstruo y no lamento serlo, pero más te vale que este aquí y no afuera porque serías mi presa, sé que el Libertador se encuentra aquí y pude escuchar como acosabas aquel pobre hombre y créeme yo tendría más cuidado con lo que deseas, te crees invencible y como dicen las leyendas existes desde antes que el primer cañón fue disparado en esta tierra, pero podrías recibir un disparo que te muestre que tan fuerte eres—

—Podrías haber vengado a todos tus conocidos, las victimas de tu existencia, pero preferiste estar en este hueco y podrirte en huesos con lentitud, si deseas salir de aquí créeme que sin mi ayuda será inútil, si deseas recapacitar ten—metió la mano por la bisagra y lanzó una moneda de oro.

— ¿Para qué sirve esta cosa? —la Bestia tomó la moneda y notó que aquellos gravados eran de alguna lengua indígena.

—Son parte de mi tesoro personal y pueden ser tu pase de salida de aquí siempre y cuando el costo sea pagado, ya solo quedan pocas de esas monedas, pienso darle una al Libertador y al Coronel que se encuentran contigo, quiero ver de qué son capaces tres hombres en el borde de la desesperación y locura—Samael comenzó a alejarse de la celda mientras silbaba una vieja canción que parecía retumbar por cada rincón de la prisión.

Había hablado con tres hombres totalmente distintos y esperaba que alguno de los tres desearé seguirle su juego, era un marionetista que solo ansiaba más fichas para su enorme ajedrez donde es el único Rey existente, pasó por cada celda y les tiró la moneda diciéndole que si buscaban salir y venganza contra él o el gobierno la obtendrían siempre y cuando paguen el costo necesario.

La prisión se había vuelto más calmada con excepción del fuerte ruido del Libertador golpeando su celda que repercutía con fuerza como si estuviese tratando de romper el acero, los presos lo vieron mientras subía del ascensor y temían que volviese a bajar, aquel hombre hizo arrodillar al tipo más fuerte de la prisión y salió solo desde las profundidades del infierno.

—Veo que llegaste en una sola pieza y espero hayas obtenido lo que buscabas—el alcaide le esperaba ansioso, deseaba tener lo más pronto posible sus pies fuera de la prisión y poder disfrutar de una cerveza fría.

—Podría decirse que aún no estoy seguro si lo obtuve, les di algo a los presos del último piso que podría hacerlos salir, pero no podrían usarlo así que quiero ver de qué son capaces—Samael tomo asiento mientras miraba el techo.

— ¡Estas demente! ¡Ellos no pueden salir por nada del mundo! ¡Su existencia es un pecado para este mundo! —el alcaide se alteró, sentía miedo de volver a ver a la Bestia matar personas o de que haría Don Ecua con él si se entera que el Libertador escapó.

—Tranquilízate, les di unas monedas que funcionan como un peaje, es decir que primero necesitan ofrecer algo de altísimo valor para poder pasar al otro nivel y así lograr salir, ninguno de ellos posee más que su propia vida y serían incapaces de salir de aquí, aunque me gustaría ver qué tipo de alboroto crearían.

—Espero sea así, por la seguridad de todos incluyendo la tuya esto no debe ser más que una idea tonta, por cierto podríamos ya irnos de aquí—el alcaide sentía un ansiedad que lo devoraba desde el interior como fuego.

— ¡Claro! Casi lo olvidaba, saldremos de la manera normal el resto corre por mi cuenta—Samael sonrió mientras se levantó pensando que podría suceder con aquellos tres sujetos en el fondo, las monedas le permitirían a una persona ser dotada de dones, pero tendría un enorme costo sobre ella que hasta ahora nadie lograría pagar lo suficiente para salir vivo.

Durante varios minutos el libertador golpeaba con fiereza la puerta mientras ansiaba más fuerza, el coronel que escucha aquellos estruendos supuso que ya había enloquecido su compañero y tomando la moneda pensó que no habría mucho que hacer ni poder sacrificar, en sus años en tropa escucho la leyenda que habían monedas que llegaban a las personas al azar y estas tenían que proponerse una meta, un objetivo tan claro que lo codiciaban por encima de su propio bienestar y sacrificar algo de su pertenencia, poder darlo todo para ganar mucho más aunque un sentimiento de vacío y culpa sería perenne en ellos.

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