La prisión de San
Gestas o el Círculo se ubicaba en los rincones fronterizos donde el calor
aprovechaba el hecho de encontrarse bajo tierra para convertirla en un
verdadero calvario, conocida como la prisión del fin del mundo y la casa de la
muerte.
Los presos
mandados allí eran de carácter político, asesinos despiadados y personas
inocentes que llegaron por toparse con gente de poder y alto nivel de
corrupción.
La cárcel se
dividía en nueve niveles, separándose
descendentemente en el primer piso se podía encontrar al alcaide y su
escolta, todas las personas en aquel pequeño infierno eran parias para la
sociedad.
Los policías
atrapados en actos de corrupción o algún crimen contra el gobierno eran
mandados a trabajar como guardias, en aquel maldito lugar y sus familias eran
re ubicadas al pueblo más cercano, Edeno, de negarse se los ajusticiaba y
convertían en presos.
El alcaide no era
más que un antiguo ministro de fuerzas armadas, caído en la desgracia de haber
codiciado más poder y rebajado a diablillo en aquel infierno sobre la tierra.
La gran regla de
la prisión era: “Nunca toques a nadie que no sea un guardia”; en pocas palabras
se podía matar a los demás compañeros de celda para así poder sobrevivir, se
entregaba un litro de agua y tres panes viejos a la semana a cada preso, la
escasez de alimentos, junto a las instalaciones en pésimas condiciones la
volvía en un lugar donde el más inocente se veía obligado a matar por saciar el
hambre o era asesinado por los demás.
Los presos no
podían salir de sus celdas con excepción de ciertos días que eran cuando
ocurrían las matanzas, no existía un personal encargado de la limpieza y los
guardias tenían que caminar con sumo cuidado, charcos de sangre por un costado
y huesos por otro, parecía un camal humano, donde los deseos más bajos de
sobrevivencia del ser humano eran liberados.
Durante años la
prisión sirvió como símbolo de poder del gran dictador en turno y aquellos que
no le seguían iban directo al mismo infierno sobre la tierra, un lugar que fue
bautizado por los revolucionarios como el último acto de maldad de la humanidad,
todos los que fueron mandados por tratar de ir en contra del gobierno eran
torturados apenas entraban y se los encerraba en el octavo piso.
El noveno piso
estaba destinado para los criminales que fueron mandados por orden personal del
Gran Dictador Don Ecua, apenas existían tres presos en esos recintos, donde se
encontraban cada uno en su celda sin poder comunicarse con el resto.
Los guardias solo
visitaban aquel lugar cada viernes para poder llevar los alimentos y los días
miércoles en los cuales mandaban al preso de turno al cuarto oscuro hasta el
viernes, pero con el cambio de guardias y el desinterés comenzaron a cambiarse
los turnos.
Uno de los presos
pasó una semana entero en el cuarto oscuro, una pieza de un metro de ancho y
dos de alto. Todos los fines de semana llevaban nuevos presos y estos mismos
eran obligados a limpiar los cadáveres de los anteriores, hubo casos en que
algunos presos comieron a otros por desear algo con que alimentarse.
Entre los presos
más famosos de la cárcel y que se encontraba en el noveno piso fue: José
Antonio Palacios; El Libertador o Gran Revolucionario, quien cayó víctima de
una emboscada y desde su encarcelamiento en San Gestas los grupos contra el
gobierno se vieron disminuidos por la gran pérdida de su líder y mesías.
Su nombre era una
leyenda viva y algunos consideraron su caída como el fin de las esperanzas para
la nación.
Durante años hubo
un asesino al servicio de la dictadura que había cobrado cientos de víctimas y
fue mandado a la prisión por no ser de utilidad en una misión, su nombre real
era desconocido y muchos lo apodaban como el mal ladrón, haciendo referencia
que su celda se ubicaba al extremo izquierdo del Libertador.
En el extremo
derecho se encontraba un antiguo Coronel caído en desgracia, después de haber
perdido la anterior guerra donde fue destituido por el gobierno, toda su
provincia isleña fue diezmada y su derrota era un dolor más duro que el haber
sido encarcelado en el mismo infierno, se entregó por decisión propia creyendo
que así podría expiar la culpa de que el sacrificio de sus compañeros fue en
vano.
Los camaradas y
subordinados del Coronel cayeron contra las tropas del Libertador que en aquel
momento se encontraba en toda su gloria, ambos hombres se habían condenado al
mismísimo infierno, uno de ellos voluntariamente aunque era un buen hombre que
tomó decisiones solo por el bien de su provincia natal, y otro por querer
llevar al país a una era de paz usando la violencia como excusa.
En la ironía tan
grande que es la vida, como una obra de teatro dos hombres se encontraban
compartiendo el mismo infierno sin notar que su acérrimo enemigo estaba a
metros suyos, y su destino se vería envuelto.
La situación del
país era caótica, los grupos revolucionaron buscaban atacar la prisión de San
Gestas, pero esta se encontraba ubicada entre dos montañas en la zona
fronteriza y poseyendo un clima sumamente cambiante, vigilada con un resguardo
incluso mayor que el mismo palacio de gobierno.
Los presos no
tenían comunicación alguna con los guardias o con sus compañeros en el noveno
piso, es decir que para poder salir de la prisión debían superar cada nivel lo
cual llevaba una alta peligrosidad, pues los alimentos se repartían de abajo
hacia arriba así que el hecho de subir y encontrar presos hambrientos eran un
riesgo enorme, también los guardias apostaban ilegalmente que grupo de presos
matarían a otros solo por puro entretenimiento.
Los guardias no
podían salir de la prisión al igual que el alcaide y tenían su propio piso que
era el primer nivel, los militares que se encontraban en la parte superior de
la prisión custodiaban la entrada de víveres de la familia de los guardias para
así estos logren alimentarse y resguardaban que nada entrara a excepción de
presos y comida en los días establecidos.
Un sábado una
caravana escoltaba un grupo de presos y con ellos llegó alguien conversando con
el encargado de la seguridad, su aspecto era imponente y sombrío, vestía ropas
oscuras, gafas y cargaba varios anillos en sus dedos.
La caravana
estaba fuertemente vigilada por militares y tenían el aviso de repartir fuego
hacia todo aquel que se les acerque sin previo aviso de rendición.
En los últimos
días existían muchas embocadas realizadas por los grupos revolucionarios que se
encontraban desesperado por el regreso de su líder, el segundo al mando era una
persona de carácter muy flemático y se consideraba incapaz de tener la simpatía
del pueblo y sus compañeros.
Al llegar hacia a
la entrada del pueblo un grupo de sujetos armados al grito de libertad o muerte
atacaron a los militares de la caravana con una lluvia de disparos. El número
de militares no abasteció y fueron diezmados fácilmente, los únicos que se
encontraban vivos sin contar a los presos eran dos militares, el encargado de
la caravana y el sujeto que les hacía compañía.
—Bueno al parecer
tendrá un percance el día de hoy en poder ver su familia Sargento—musitó el
hombre que usaba gafas mientras sacaba de su abrigo de cuero un revolver.
— ¡Que carajos
hablas Samael! ¡Tú también estas jodido aquí! —gritó el militar mientras lo
obligaban a ponerse de rodillas.
—Haces mucho
ruido para ya estar muerto—Samael le apuntó le puso el arma en la boca y le voló
los sesos ante la mirada atónita de los otros dos militares.
— ¡Usted es
revolucionario! , donde quedó el deber con la patria que tanto profesaba, donde
demonios esta su lealtad—gritó uno de los militares eufórico.
—Mi lealtad
pertenece al mejor postor y hacia mis propios objetivos, yo soy el dueño del
destino de quienes no tienen la capacidad de pelear por sí mismos, forjo el
camino hacia un futuro mejor aunque el costo sea sangre—le puso la pistola
entre las cejas y le disparó mientras vio como el otro militar se rompía en
llanto para rogar clemencia.
— ¡Le ruego me
deje ir! ¡Tengo tres hijos y una mujer en casa! —su rostro estaba empapado de
lágrimas y su voz quebradiza era lo único que irrumpía.
—Es irónico que
llores con tanto esmero cuando tú mismo con tu jefe y compañeros te
vanagloriabas de haber sido quien torturó una pobre familia por alojar un
rebelde, contaste como los mataste y todo mientras reías jocosamente con los
demás cerdos asquerosos que yacen en el suelo—le apuntó en el rostro mientras
le hizo seña de que no haga ruido alguno, el disparo retumbó en todo el camino
y los demás rebeldes vieron con cierto miedo aquel acto.
—La prisión está
más adelante, se encuentra fuertemente resguardada por los militares y aunque
ahorita somos muchos no podrías lidiar con ellos a menos que esperemos
refuerzos—dijo un hombre bastante mayor mientras se acercaba a Samael.
—Los refuerzos
vendrían en un día y para ese momento ya debieron detectar que no llego la
caravana, en ese caso ellos también pedirían más militares que llegarían
posterior a nosotros, en el mejor caso nos veríamos cercados, lo mejor sería
marchar hacia Edeno y reagruparnos para cuando llegue su apoyo, ejecutar una
emboscada y posterior partir hacia la prisión al unísono—su voz era gruesa y
áspera, guardo su revolver mientras hacía señas con la mano de que escondan los
cadáveres.
—De acuerdo,
entonces debemos partir hacia las fronteras del pueblo y vigilaremos esta ruta,
su ayuda ha sido de mucha utilidad, en ausencia de nuestro gran Libertador
usted ha podido guiarnos de la manera más noble ante la adversidad—se acercó
para darle la mano y notó que Samael estaba viendo hacia el cielo de manera muy
distraída.
—Perdóname, este
lugar me trae muchos recuerdos, conocí este paraje antes que fuese un pozo
infernal, es un placer servir a su causa, pero les advierto que deben
considerar que aunque el Libertador escape quizás no sea como ustedes
deseen—devolvió el apretón de manos y notó inseguridad en los hombres a su
alrededor.
— ¿Qué se refiere
con que no sería el mismo? —musitó un hombre entre todo ese gran grupo.
—Su benefactor y
Libertador se encuentra en el mismísimo infierno, una prisión diseñada para
arrebatar la humanidad, el nido del diablo, un lugar para que los presos puedan
sobrevivir devorando a otros, su cordura y juicio quizás se vea algo
afectado—mientras dijo esas palabras sintió un fuerte y cortante viento que le
avecinaba una buena noticia, pues sonrió disimuladamente.
—Comprendemos su
punto, pero él es nuestro rayo de esperanza y si logramos recuperarlo habremos
triunfado, sacar del infierno al salvador de la nación decidirá la victoria
sobre la nación, en ese hueco no solo existe sangre y muerte, aquel lugar
simboliza la opresión y el poder del dictador, derrocarlo aquí sería un triunfo
enorme para el espíritu de libertad que buscamos nosotros—dijo con mucho
sentimiento uno de los tipos que cargaban los cadáveres mientras era apoyado
por los otros.
—Buen argumento y
espero mantengan ese idealismo hasta la muerte, pero ahora yo me despediré, iré
hacia la prisión para poder hablar con personas que puedan apoyarnos con
nuestra causa—dijo mientras les daba la espalda, todos quedaron atónitos por la
ligereza con la que explico la situación.
— ¡Qué carajos le
pasa por la cabeza! ¡El mismo dijo que ese lugar es un infierno y va como si
visitara un familiar! —gritó un sujeto totalmente indignado.
— ¡Martín, debes
detenerlo! —gritó otro tipo al sujeto que era mayor a todos y hablaba con
Samael al inicio.
—Samael, también
conocido como Samael Yana o el diablillo de la montaña, esos son sus nombres
sino les parece familiar, no somos nadie para detenerle ya hicimos bastante en
avanzar gracias a sus contactos y su protección—dijo mientras los demás
recordaban aquel nombre.
—Mi abuelo me
contaba historias de un tal Samael que cumplía favores a cambio de oro, tierras
y otras cosas para así ayudar a personas desamparadas—comentó el más joven del
grupo.
—En cambio mi
bisabuelo comentaba que era un caza recompensas, que robo a los Conquistadores
y a los indios por igual, que no tenía piedad en matar a los criminales y se
dedicaba a visitar bares—dijo un hombre mientras se acercaba a Martín.
—Hay bastantes
historias sobre quién es Samael, pero la única que conocerán cierta ustedes son
que aquel tipo de allí es el de esas historias, por alguna razón vagabundea en
nuestras tierras desde hace décadas, me equivoco siglos, y el Libertador me
dijo como contactarle pero solo en caso extremo donde no podamos valernos por
nosotros mismos—Martín sentía escalofríos de conocer que aquel sujeto tenía
años errante en el mundo, era como si hubiese tratado con un muerto.
Samael caminó por
un par de horas con suma tranquilidad, aunque el frío era enorme y el viento
parecía rugir en dirección opuesta a la prisión como si deseara alejarlo pudo
notar que en algún lugar alguien sabía que estaba acercándose y aquella persona
le temía en lo más profundo de su corazón.
Sus tantos años
le permitían ver todo de una persona con un cruce de miradas y diferenciar
cuando alguien era bueno, malo o simplemente seguía sus sueños a todo costo.
Fue detenido por
un pequeño grupo de militares que comenzaron a interrogarle y revisarlo todo,
cuando encontraron sus revólveres le apuntaron mientras le gritaban que se
arrodillará y explicará quien era.
— ¡Al piso!
¡Carajo ándate al piso y dime quién eres! ¡Como carajos puedes estar en este
frío tan poco abrigado y armado! —gritó uno de los militares que le apuntaba.
—Deberías
relajarte amigo, vengo para hablar con tu superior y deseo negociar con el
alcaide, te recomiendo no me apuntes porque es de mala suerte—dijo mientras
soltó una risa, el militar enfurecido apretó el gatillo, pero su arma no sirvió
y repitió el proceso hasta que se sintió estúpido.
—Al parecer los
rumores de que te encontrabas aquí no eran falsos y veo que le jugaste uno de
tus trucos a mis hombres—pronunció un tipo patucho, su rango era el mayor entre
todos y parecía conocer a Samael bastante.
—Tus hombres
deberían tener cuidado hacia donde apuntan sus armas, un simple descuido y
podrían perder sus vidas en el proceso, yo solo deseo hablar contigo y hacer
negocios—se acercó al militar que le quitó los revólveres y se los pidió, este
se los entregó pero no sin soltar un comentario despectivo.
—Basura vendida,
eres como una prostituta que se engancha al mejor postor—escupió cerca del pie
de Samael y le tiró una mirada de odio.
—Solo hago lo que
debe hacerse, guio al mundo hacia donde debe ir y tú eres un insolente—le puso
una mano en el hombro suavemente al militar y en un movimiento rápido sacó su
revolver con la otra mano y le disparó en el rostro dejando atónitos a todos
los demás menos al tipo de mayor rango.
—Bueno, pobre
chico su mujer iba a dará luz dentro de un mes, pero por la imprudencia de su
marido esa criatura crecerá sin padre alguno, espero les quede de ejemplo a
todos, mi rango es de Sargento y me deben respeto, pero a este hombre le deben
su puesto, por el nuestro altísimo líder se encuentra guiándonos hacia el
futuro—les mostró sus condecoraciones a los demás militares que solo eran un
grupo de jóvenes atónitos por el suceso reciente.
—Sigamos en
nuestros asuntos y deja que esos muchachos se ocupen del cuerpo pues siempre es
duro cargar el cadáver de un compañero y mucho peor si murió en tus narices,
debe sentirse como un nudo en la garganta el sentimiento de que su vida no vale
y ustedes no pueden hacerme nada por miedo a reprimendas, supongo que pueden
entender que el momento que intenten apuntarme yo les dispararé, pueden hacerlo
todos y créanme que saldré vivo, eso es lo que más les da miedo, fallar y
convertirse en nada, pero estén tranquilos que si todos lo hacen solo dejaré
uno vivo para que lidie con los cadáveres—su voz tenía un tono irónico y
jocoso, camino con el Sargento mientras escuchaba como maldecían los muchachos.
—¿Qué deseas en
un lugar como este?, Te encuentras en la frontera del infierno en la tierra,
donde son castigados los rebeldes hacia nuestro gran gobierno, los injustos que
buscan desestabilizar la paz que hemos creado junto al grandísimo líder—su voz
estaba llena de fe ciega hacia la dictadura.
—Busco alguien en
la prisión que pueda ser de utilidad, muchos presos fueron alguna vez
mercenarios, hombres con experiencia en diversos campos y ando en una
expedición por un compañero—se encontraban en una cabaña donde Samael pasaba
caminando ansioso como si estuviese con el tiempo justo.
—Buscas un
aprendiz al parecer, pero déjame decirte que en aquella prisión podrás
encontrar el catálogo más amplio de criminales del país, el de mayor rango se
encuentra en el último círculo de la prisión y es alguien de temer para ser
sincero—
—¿Cómo se llama?,
escuché que en la prisión no solo se encuentra el Libertador sino también su
enemigo acérrimo y un sujeto que fue el mayor asesino en la historia del
país—La voz de Samael se encontraba llena de interés por aquel sicario.
—Aquel tipo fue
un soldado de la muerte que trabajo bajo órdenes directas de líder y se rebeló,
se necesitó una cantidad enorme de hombres para reducirlo y poder capturarlo en
aquel infierno, cuando los militares fueron por él en una pequeña villa en las
montañas encontraron que había forjado dos revólveres con la plata de los
dientes, anillos y collares de todos los pueblerinos masacrados por haber
desobedecido la orden de entregarlo—el sargento contaba con cierto temor las
últimas palabras.
—Forjó revólveres
de un método bastante curioso, toda una villa cayó por no cederlo y al final
mandaron más hombres, al parecer aquel tipo es un digno héroe capaz de poder
desafiar la muerte—
—Sí y aunque
suene poco creíble según muchos informes estuvo en los penúltimos círculos de
la prisión solo por un par de días, pero los demás presos le hicieron pelea,
los mató a puño limpio, algunos fueron golpeados hasta la muerte y otros
desnucados, los guardias tuvieron miedo de reducirlo, pero el acepto ir al
último piso con tal que lo dejen tranquilo—
— ¿Cuántos presos
mató en ese altercado? —le inquietaba por alguna razón la suma.
—Una decena,
todos formaban parte de una banda que se dedicaba al canibalismo, desde allí
los presos y guardias lo bautizaron como la bestia, pensar que ahora comparte
el mismo piso con ese inepto del Libertador y con aquel General que cayó en
desgracia—su voz se dobló al nombrar al General y no era de menos fue un amigo
cercano suyo.
—Me acabas de
hacer interesar en aquel sujeto, debe valer mucho y se está desperdiciando en
esa pocilga, iré para hacerle una visita para que así pueda ver si me ayuda en
mi viaje—
—Samael, eres una
leyenda en nuestra tierra, tienes el respeto y miedo de muchas personas
importantes, ¿Qué estás buscando? —el Sargento conocía todos los mitos e
historias sobre Samael, se asombraba de ver un fantasma de épocas pasadas ante
él, alguien que según cuentan llegó antes de que el primer cañón sea disparado
por los Conquistadores.
—Mi meta es muy
difícil de alcanzar, pero por el momento puedo decir que me encuentro en el
camino correcto y debo apurarme debido que se viene un fuerte cambio para todos
que afectará el rumbo de muchas vidas—Samael sacó su revólver y comenzó a
colocar balas en el tambor.
—Comprendo bien
que buscas algo sumamente preciado, no en vano eres considerado un excéntrico,
mi permiso para poder entrar a la prisión podrás encontrarlo en el escritorio,
yo debo retirarme como verás tengo que seguir en mi labor—dijo el Sargento
mientras se levantó y sintió el peso de la mano de Samael en su espalda.
—Fue un gusto
hablar contigo, pero déjame contarte que entre mis metas se encuentra ver como
cae esta dictadura—el Sargento giró su cuello para verlo, pero se encontró con
la boca del revolver que lo fulminó enseguida, el viento se precipitó y aquel
disparó sonó ante los demás militares como un trueno lejano, una neblina
comenzó a invadir todo el lugar y los muchachos maldecían su mala suerte de
encontrarse en un lugar que hace muchos años antes de la prisión fue un
cementerio.
La imagen de un
pozo enorme en la lejanía bastaba para asustar a todos los pueblerinos a tener
algún acercamiento, inspirada en el Tártaros fue edificada bajo una sola orden.
“Construid la
prisión más cruel del mundo, aquella que cause temor en los mismos demonios y
cree terror en los corazones de los más horribles criminales que puede parir
este mundo”
Aquellas palabras
sentenciadas por el Dictador fueron hechas realidad y quienes construyeron la
prisión eran personas que se encontraban en los campos de reeducación
patriótica, muchos murieron al ejecutar la obra en un clima tan duro que el sol
puede llegar a una temperatura de cuarenta y tres grados y en las noches baja rotundamente
con un viento que perfora la piel para incrustarse en los huesos.
Los días parecían
eternos, para los prisioneros del piso inferior era un verdadero calvario, no
poseían un reloj ni podían visualizar el cielo, lo único que les hacía saber si
de mañana o noche fue el clima, aunque ya se encontraban en graves físicamente.
Juan Batista
había pasado en la celda de castigo durante una semana, cada 3 días le llevaron
un litro de agua y panes viejos, su cuerpo tonificado alguna vez pasó a ser
desnutrido en el poco tiempo que llevaba, en la oscuridad absoluta de la
habitación donde solo había un par de metros para moverse comenzó a divagar
sobre toda su vida.
La cordura y la
salud eran las primeras cosas que perdían en entrar los presos, Juan durante horas
pasaba reviviendo sus recuerdos en el pueblo antes de haber sido arrestado y
todos sus amigos murieran, la felicidad se le escapaba de la memoria y su mente
lo ponía en aquella tarea donde casi se quiebra su cordura, enterrar a cada uno
de sus compañeros del pueblo, niños, ancianos, amigos de juerga y compañeros
con los que trabajó el campo, forjaba herramientas para el campo y bebían
copas, todos yacían muertos por haberse relacionado con él.
La única idea que
lo mantenía cuerdo era la venganza, el odio y la sed de sangre, sabía que por
su culpa todos habían muerto, no quedaba nadie del pueblo con excepción suya y
durante días pensaba la manera en fugarse, pero desestimo la idea cuando se dio
cuenta de que su estado físico era demasiado débil, los presos de pisos
superiores eran un obstáculo enorme y que para salir de la prisión tendría que
lidiar con los militares, aquella idea parecía un sueño inalcanzable un deseo
que solo Dios o quizás el Diablo podrían conceder, pero con un altísimo costo.
El Gran Libertador
no era más que un cadáver andante, sus capacidades físicas estaban casi en su
totalidad diezmadas y su mente divagaba por las victorias pasadas, los momentos
de juergas con sus compatriotas y los recuerdos a menos que le brindaban el
sonido de los cañones que retumbaban las montañas entre los conflictos que en
su mente yacían como necesarios para alcanzar la libertad del yugo tiránico que
se ejercía en su amada patria.
Los días pasaron
y su mente estaba aferrándose a la idea de que volvería a vestir su elegante
traje, con sus medallas y levantar su espada en una mano mientras que en la
otra portaría su arma en señal de batalla, su vestimenta actual eran harapos,
en momentos su mente le provocaba delirios de grandeza donde creía ver su
brillante uniforme, pero estos eran apagados por la cruel realidad de su
miseria que le hacían romper en un amargo llanto.
Durante un par de
minutos camino el viento no le tocaba, parecía como si este le esquivara, en
algún momento fue dueño y señor de todo lo que decía gobernar Don Ecua, con el
tiempo supo que su turno volvería y solo debía buscar donde apostar todas sus
cartas.
La prisión era
imponente y su atmosfera era más fría, el aire muchísimo más denso y parecía
que para hablar se tomaran más tiempo, el ambiente era enrarecido y el olor a
hierro invadía todo el sector.
— ¿Quién carajos
eres y que asuntos tienes? —gritó un soldado mientras apuntaba su fusil hacia
Samael.
—Soy un enviado
del Sargento Duarte y tengo una carta suya de recomendación—gritó mientras alzaba
las manos.
Se acercaron con
cuidado, temían que aquel hombre fuera parte de alguna emboscada, aunque su
mayor temor era que al rechazarlo su Sargento los reprenda con algo castigo
bárbaro.
Tomaron la hoja
que sujetaba y al comprobarla pudieron darse cuenta que era original,
permitieron que el tipo camine hacia la prisión sin registrarlo, al ver su
rostro se sintieron inferiores como sí el miedo invadiera cada fibra de su ser,
era similar a estar ante un depredador.
Al estar junto a
la entrada de la prisión pudo divisar una especie de ascensor que servía para
llegar al lugar, en los alrededores habían torres donde se encontraban
tiradores y soldados, el lugar era tan fuertemente te resguardado como si
escondiera un tesoro, pero para Samael allí en aquel pozo del averno yace
alguien que podría ayudarlo.
Los guardias que
custodiaban el ascensor lo vieron un instante a la cara y bajaron su mirada,
sentían que ante ellos estaba un General o alguien de un rango
desproporcionado, su estatura imponente, sus hombros anchos y brazos llenos de
cicatrices más sus gafas oscuras como la noche que parecían ocultar algún
secreto en sus ojos.
Durante un par de
segundos descendió por el ascensor hasta que llegó al primer nivel donde le
indicaron la oficina del alcaide y pudo constatar que toda la prisión tenía un
hedor a muerte, el hierro en el ambiente era casi masticable, escuchaba en la
lejanía gritos e insultos, había pequeños llantos que eran apagados por un
golpe brusco y disparos en los niveles más bajos.
—Buenas señor
alcaide, mi llegada es para hacerle una oferta que no podrá rechazar—mientras
tocaba la puerta de la oficina dijo tales palabra para incitar un poco de
codicia en aquel hombre tan miserable.
—Tú, aquel que ha
caminado en el sendero de la muerte por años quiero me ayudes respondiendo una
pregunta—la voz del otro lado de la habitación era suave y temerosa.
—Con gusto puede
preguntarme lo que guste, pero creo que sería más cortes invitándome a
entrar—soltó una leve risa.
— ¿Crees que esta
prisión es digna de un demonio y de ser conocida como el infierno? —abrió la
puerta y ante Samael estaba un hombre casi calvo con un rostro pálido y un
cuerpo flaco como maniquí.
—He visto campos
de guerra, camine entre casas derrumbadas, vi como una ciudad entera era masacrada
y los cuerpos tiñeron una laguna de rojo carmesí, pero nunca vi tal sitio para
mostrar el lado más oscuro de la supervivencia humana, aquí puedo sentir el
hedor a muerte como si fuese parte de mi piel y por alguna razón creo que hay
algo sumamente tenebroso en los últimos pisos.
—Esa respuesta es
la que esperaba, desde que lo trajeron aquí ha sido un caos todo, los presos
están alterados con que exista y si lo matamos la prisión será quemada, debe
permanecer sufriendo en vida cuanto sea necesario hasta que Don Ecua considere
necesario matarlo—le hizo una seña para que tome asiento en un ya viejo y
desgarrado sofá.
— ¿Qué le parece
si me permite descender hasta el último nivel por mi cuenta y yo puedo
concederle el trato que saldrá de aquí vivo? —le estiró la mano.
—Puedes descender
pero bajo tu propia responsabilidad, hay muchos peligros para que vayas hasta
ese lugar, incluso nosotros bajamos en grupos de media docena—le estrechó la
mano y al tocarlo pudo sentir por un breve momento el viento rozando su rostro.
—No sufriré
rasguño alguno y usted saldrá conmigo, pero si uno solo de sus hombres pone un
pie en el último círculo el trato se anula—su voz fue gruesa y tajante.
—Mi palabra es
ley aquí, aunque estoy reducido a una miseria de persona nadie falta mi
autoridad—había aceptado aquel trato por conocer la fama de Samael, un hombre
que proponía contratos poco casuales y concedía lo que uno ansiaba, aunque
recordaba que en esas historias de su bisabuelo el costo a pagar era enorme,
pero ya había perdido todo y lo único que le quedaba era su vida, deseaba
sentir la brisa una vez más y respirar fuera de aquella jaula.
Los días parecían
eternos como si el tiempo se detuviera para contemplar el infierno que
demostraba la prisión, conforme Samael bajaba en dicho ascensor pudo contemplar
peleas, canibalismo, suicidios y horrores que durante muchos años no pensó que
podrían converger en un mismo lugar.
Al llegar hacia
los pisos inferiores notó que el número de presos era menor, que estos parecían
poseer menos violencia y aunque debían ser los más peligrosos por representar
un alto índice de riesgo al gobierno algunos sostenían conversaciones, en la
mente de Samael se le cruzó la idea de que debía existir alguien que los
manipulara y fuese el jefe de la prisión por debajo del Alcaide.
Detuvo el
ascensor en el penúltimo piso y al abrir la puerta notó como todas las miradas
recaían en él, un par de presos se le acercaron.
— ¿Qué demonios
buscas maldito presumido? —el preso se le acercó tanto como si fuese a olfatearlo.
Samael vio aquel
sujeto y camino como si no existiese, el tipo lo sujeto del hombro mientras lo
insulto y en un movimiento rápido más un fuerte sonido el cuerpo cayó humeando.
Los demás presos vieron con miedo a Samael, ellos no poseían armas y aquel
sujeto sacó un revólver de su traje tan rápido que no vieron cuando lo guardo,
lo único que notaban era el humo que aún estaba entorno a brazo de Samael.
—En este infierno
ustedes son los castigados y yo el torturador, cuiden sus palabras y movimientos
conmigo, no me complicaría matarlos con mis propias manos—la voz de Samael heló
la sangre de todos excepto de un preso que miraba con sumo cuidado mientras
estaba sentado en la lejanía.
Los pobres
diablillos asustados decidieron darle paso libre por donde deseara y vieron
como camino hasta el tipo que se encontraba al fondo de la habitación, era un
sujeto enorme el que yacía sentado sobre un supuesto trono de piedras.
—Vienes de
blanco, armado y te portas bravo ante todos aquí, acaso no temes por tu vida,
no consideras que las balas tienen un número muy limitado—la voz del sujeto era
profunda como si emitiera eco, su piel oscura y su altura imponente al
levantarse sorprendía a cualquiera excepto Samael que no se inmutaba.
—Veo que tú debes
ser quien maneja las cosas aquí, aunque por lo que me contaron para ser que no
pudiste lidiar con cierta Bestia que yace un piso por debajo de nosotros,
aquella ironía que soltó hizo sentir a los demás presos que su jefe acabaría a
golpes con Samael aunque tuviese un arma.
El tipo se
encolerizó y abalanzó con tal fiereza que muchos pensaron que no tendría tiempo
de sacar el arma, pero se sorprendieron al ver que el gigantesco hombre cayó al
piso a causa de un golpe dado por Samael, este se acercó a él y en aquel
momento el tipo que yacía en el piso sacó un cuchillo, pero sintió temor al
hacerlo, era como si un conejo presintiera cuando un águila está detrás suyo y
va a partir de este mundo, un escalofrió le recorrió la nuca hasta la mano que
sostenía el cuchillo y temblaba con fiereza.
Samael no hacía
más que ver a su alrededor como los otros presos tenían miedo, algunos se
alejaban con pequeños pasos del lugar y otros se acercaban como si pensaran
acorralarlo presintiendo que tenían una oportunidad.
— ¡Idiotas!
¡Bastardos del demonio! ¡Atáquenlo! ¡No podrá con todos! —el gritó del tipo fue
estruendoso y se escuchó en cada rincón de la cárcel, seguido de este los
presos decidieron acercarse hacia Samael, pero con cuidado.
Dos presos se
precipitaron y fueron corriendo mientras sacaron cucharas de metal afiladas de
sus bolsillos, cuando creyeron estar cerca de Samael para apuñalarlo este
golpeo a uno en el rostro con tal fuerza que cayó al piso como si le hubiesen
tirado algún peso enorme sobre la cabeza y al otro lo sujetó del cuello, pero
en el pequeño intervalo entre que lo agarro y lo alzó el preso yacía con el
cuello roto como un pollo.
Los demás presos
al ver esto se horrorizaron, entre ellos habían canibalizado a otros, matado,
abusado físicamente de algunos, pero aquel hombre pudo matar tan solo a dos en
cuestión de segundos y al ver el rostro del primero en caer sintieron terror
absoluto, su nariz estaba hecha pedazos, su boca era una recipiente de dientes,
sangre y el tipo convulsionaba, parte de la cara estaba fracturada y no podía
tan siquiera moverse a más de patalear como una cucaracha cuando esta de
espaldas.
—Si quieren que
los mate uno por uno con mis puños créanme que no tengo problemas, aquel tipo
en el suelo no hace más que sufrir y yo busco respuestas a que está en el
siguiente nivel—todos los presos escucharon como niños asustados sus palabras,
pero al terminar dicha frase aplastó el cráneo del sujeto en el piso con tal
fuerza que lo reventó y ensucio algunos presos que no hicieron nada por
limpiarse por tener miedo.
El tipo alto
logró tan solo en aquel pisotón comprender que ante él estaba algo no humano,
una Bestia que parecía buscar a otra y sintió que debería evitar ponerse en su
camino.
—Ven y habla
conmigo para que sepas todos los detalles, pero cuando te lo diga lárgate de
aquí y no vuelvas nunca—trató de mantener rudeza en su voz aunque le costaba.
Samael camino
hacia él mientras los presos recogían los cuerpos y miraban hacia el piso para
evitar cualquier tipo de malentendido.
— ¿Qué deseas
saber de la Bestia?, por cierto me llamo Kleber—tomo asiento mientras sentía un
dolor fuerte en su pecho.
—Explícame cómo
fue que desato una matanza en este lugar y que saben de él—
—Recuerdo que un viernes
llegó, se escuchaba mucho ruido y una gran cantidad de militares le escoltaban
cuando lo hicieron descender hasta este nivel, su apariencia era similar a la
tuya y sus ojos parecían lleno de furia, al irse los militares le dijeron que
si planeaba redimirse podrían obtenerle un perdón por el Gran Señor, que se ignoraría
lo acontecido en el pueblo y se le devolverían aquellas armas que forjó—
—Su oficio era
muy importante, no cualquiera obtiene el permiso de redención de Don Ecua y sus
armas deben ser muy especiales—Samael poseía una curiosidad enorme por ver
aquellos revólveres.
—Un día un grupo
de presos que eran más fuertes que los que están a mi cargo lo comenzaron a
molestar y sin titubear mandó a uno al piso sujetando su cabeza con tal fuerza
que la reventó. Todos vimos atónitos y el resto de los tipos lo atacaron, pero
los comenzó a golpear, nadie aguantaba más de un par de golpes de él, decían
que sus puños eran bloques de acero e incluso vi cómo le dislocó el brazo de un
puñetazo al tipo más fuerte de ellos—
—Su fuerza no es
común, demasiado curioso diría yo para una persona común, debería significar
que superó sus límites, aunque hacer tal hazaña cuesta demasiado. ¿Su fuerza
era tanto como la que mostré yo? —aquella Bestia lo asombraba y a su vez sentía
algo de curiosidad por saber a qué atribuía su fuerza.
—Diría que igual
o quizás superior, cuando los guardias vinieron a llevárselo de aquí no opuso
resistencia y un guardia le agredió con su tolete, pero se lo dobló como si
fuese de goma, los guardias comentaban que aquel tipo moriría tarde o temprano
junto a los otros dos sujetos que se encuentran allí, desconozco quienes son,
muchos olvidamos nuestras identidades de estar aquí tanto tiempos, nos volvemos
animales que solo desean salir y quizás algún día poder volver a ver el
cielo—su voz tenía mucha melancolía.
—Muchos de
ustedes son seres despreciables para cualquiera que los contemple, pero créeme
que lo que yace bajo nosotros es una gran y enorme bestia que podría darte tu
libertad, pero hay un alto costo a todo—Samael se levantó mientras siguió en dirección
del ascensor, nadie por miedo se había acercado allí y pensó que la Bestia
debería ser muy interesante para crear terror entre caníbales y asesinos.
El último piso
era enorme comparado al anterior, pero solo alojaba tres enormes celdas
totalmente alejadas entre sí y había un cuartillo oscuro que supuso era la
celda de castigo.
Sabía que en la
celda de castigo seguramente estaba la Bestia, pero tenía interés por saber
cómo eran quienes compartían el piso con él, aunque pensó que no tenían
comunicación.
Camino hacia la
celda más cercana y movió la bisagra para poder hablar con quien esté allí.
—Soy Samael Yana
y deseo conocer quien está aquí—no veía en la oscuridad de la celda.
—Solo soy un
vestigio, un hombre que perdió sus alas ante el sol y yace en la oscuridad más
grande de su patria, ingratamente la vida me paga de la peor manera posible por
haber servido a la libertad del ser humano, estoy privado de mis capacidades y
ahora me siento ridiculizado ante la visita de un simple diablillo de cuentos—su
voz era melancólica y llena de remordimiento.
—Ya veo así que
usted es el Libertador, un hombre tan culto, tan grande como usted en una
pocilga es algo digno de ver aunque este rodeado del hedor de la muerte, si me
conoce sabe bien que mi presencia es por algo muy grande, enorme diría yo,
busco alguien que pueda permitirme hacer lo que usted no hizo mi buen señor—su
voz se tornaba irónica mientras esperaba con ansias escuchar la respuesta del
hombre al otro lado.
—No conozco quien
más este aquí conmigo, pero donde metes tus narices siempre hay caos, eres un
demonio encarnado, un parásito de esta tierra que hubiese adorado poder
erradicar, pero aunque tengas mucha sabiduría por todos tus años, recuerda que
podrías encontrarte con algo que te supere—la voz del Libertador era
desafiante, altanera igual a sus discursos.
—Lo que dice no
funcionará, tengo todo medido, al contrario usted se encuentra pudriéndose aquí
y en un par de horas sus camaradas vendrán directo para rescatarlo, traje a
todos los que logre reunir en su desesperación de verlo a usted libre y créame
que un rio de sangre correrá pronto y con él podremos comprobar que tan
desesperado puede estar el ser humano cuando ve que su mesías yace en el
mismísimo infierno—
— ¡Bastardo! ¡Mal
nacido! ¡Carajo! —el Libertador sentía como le hervía su sangre y por un
momento recuperó su fuerza y comenzó a golpear la puerta con fiereza.
—Gaste la poca
vida que le quede, no saldrá de este infierno con vida y sus hombres estarán
pronto comiendo fuego de metralla aunque les deje las cosas algo pareja para
que den pelea con una pizca de honor—
— ¡Maldito!
Saldré de aquí y conocerás mi justicia, el calor de mis balas y el filo de mi
sable—la impotencia se había apoderado del Libertador, su cuerpo comenzaba a
producir energía y en sus ya treinta y cinco años ansiaba estar joven, tener
más vigor para poder tratar de tumbar la fuerza, pero su mente no hacía más que
darle los recuerdos con sus camaradas, las reuniones, los planes y su caída en
desgracia.
Por sus ojos corrían
lágrimas de coraje, se tiró al piso y sintió que su cuerpo hervía como si una
fiebre lo poseyera, sus brazos se llenaban, sus venas se remarcaban y podía
apretar con fuerza sus puños.
Samael se alejó
de la celda mientras escuchaba fuertes golpes en ella como un martillo, se
dirigió a la siguiente celda que notó tenía la bisagra abierta y en ella se
encontraba un hombre abrazándose de rodillas en el suelo.
— ¿Quién eres tú?
—preguntó mientras golpeaba la celda con fuerza.
—Yo no soy nadie,
ya no lo soy, mi nombre no existe aquí, ni tú y yo existimos en este lugar, nos
encontramos en el fin del mundo y crees que sé mi nombre, si lo supiera no
estaría aquí—
— ¿Qué tiene que
ver tu nombre con estar preso? —recordó que aquel hombre debía ser el Coronel
que se entregó por su propia voluntad.
—Mi nombre, mi
pasado se perdió cuando entré aquí por mi propio deseo, lo comprendes yo vi
caer todo mi mundo ante mí, muchos de mis compañeros eran diezmados por la
artillería, otros morían con sus miembros despedazados y las mujeres corría
buscando a sus niños para encontrarlos muertos.
Vi como caían
todos, pero por obra del destino yo sobreviví para ver el Fin del Mundo y ahora
en el infierno me encuentro sin nombre, morí aquel día, solo me encuentro aquí
para tratar de pagar mi fracaso—su voz no tenía tristeza, parecía haber
aceptado todo su amargo destino.
Samael lo miró y
sintió que se estaba incomodando, ante él yacía un hombre que como él vio arder
su mundo, un sujeto que estaba roto en alma y que solo esperaba la muerte para
tratar de enmendar su error.
—Me gustaría
conocer que nombres tuvo en su vida pasada—Samael se sentía identificado con el
pobre hombre.
—Mis nombres
fueron: Lázaro Antonio León Olmedo de la Santísima Trinidad, pertenecí a la
fuerzas armadas en calidad de Coronel y encargado de la protección de la
provincia isleña llamada Bolívar—su voz era orgullosa, llena de garbo y
elegancia que contrastaba con su cuerpo harapiento y maltrecho.
—Es un gusto
conocerle Mi Coronel y déjeme decirle que usted saldrá de aquí si me lo permite
claro está—Samael vio con admiración aquel hombre que parecía desafiante a la muerte.
—Lo siento hijo,
debo pagar mis pecados aquí y por tu aspecto créeme que sé muy bien quién eres,
ningún otro hombre entraría aquí con tanta gala y haría un alboroto como el de
hace un momento, solo te puedo advertir que lo que buscas no es como piensas,
muchas veces yo creía que mi meta valdría la pena, pero tenía miedo de llegar a
la cima porque eso implicaba mantenerme y ahora descendí totalmente, cuidado el
cazador se vuelve la presa de su propio don—la voz del Coronel mostraba
sabiduría y compasión hacia Samael.
—Comprendo
Coronel, descanse, cuando haya partido, su nombre quedará grabado—Samael hizo
una reverencia con la cabeza mientras se alejaba de la celda.
La celda
siguiente se encontraba totalmente vacía y se dirigió hacia aquel pedazo de
cuarto oscuro que funcionaba como zona de castigo, sentía el ambiente frío con
una gran pesadez en el aire como si estuviese por inmiscuirse en una cueva,
durante años había vagado por los peores lugares de esta tierra, pero nunca
pensó lograr sentirse abrumado por el entorno que emitía la prisión y dicha
habitación.
— ¿Cuál es tu
nombre? ¿Quieres poder volver a sentir la lluvia y el calor del sol en tu piel?
—la oscuridad de la celda era inmensa, pero Samael podía ver un hombre alto con
una delgadez enorme.
El silencio se
apoderó de todo el lugar y con ello una corriente fuerte de viento entró,
helaba la sangre a cualquiera, pero menos a Samael y a la Bestia que solo le
miraba sin inmutarse.
— ¿Cuál es tu
nombre Bestia?, Muchos me comentaron que fue lo que sucedió en el piso
anterior, tus razones para llegar aquí, pero nadie tu nombre y eso es muy
importante, te puedo dar la libertad y muchas cosas más, pero dime qué precio
tienes—la Bestia solo le miraba, pero lentamente se acercó hacia la puerta.
—Dime cuál es tu nombre
y te contaré que deseo—su voz era rasposa, parecía sediento.
—Mi nombre es
Samael Yana y busco alguien capaz de poder crear un gran disturbio, los rumores
de una Bestia encerrada en el mismísimo infierno me trajeron aquí, me es
sorprendente todo lo que eres capaz de realizar y por eso te propongo la
libertad más todo lo que desees si me ayudas en mi meta, este gobierno te puso
aquí y podríamos darles un castigo peor al de todos los presentes en esta
habitación—su voz estaba llena de pasión mientras pensaba que en unas horas
vendrían los revolucionarios.
—Fui el arma del
tirano que lo rige todo, mate gente que era violenta hacia el gobierno,
criminales y asesinos hasta que perdí la cuenta, conocí el calor de la vida
mediante mi machete limpiando la hierba mala, forjando azadones para así
trabajar y cultivar la tierra, vi como las personas se ayudaron unas a otras,
aprendí como es la vida en familia y cuando creí que mi lugar en el mundo
siempre estuvo en el campo se me fue arrebatado todo, no quedo ni un alma,
niños muertos, mujeres abusadas y asesinadas, ancianos golpeados hasta la
muerte y todos mis conocidos sin vida mientras yo estaba lejos, al llegar
estuve durante días enterrando cada uno de los cuerpos, forjé dos revólveres de
la plata que perteneció a todos los dientes, pulseras y aretes del pueblo,
escuchaba su voz con cada golpe de la pala a la tierra, los llantos de las
madres al ver sus hijos morir, sus niños gritar de la angustia y como peleaban
los adultos por sobrevivir.
Cuando terminé
caí en un sueño profundo donde vi cada alma que murió por haber protegido mi
vida, la de un asesino, no había ni un solo pecador entre ellos, todos eran
puros y murieron salvando a un impuro como yo.
Los militares
fueron un par de días después y los ataque con todas las balas y armas que
recolecté, pero aunque maté a muchos estaba fatigado y sin recursos
suficientes, caí víctima del agotamiento y fui arrastrado hasta este infierno
donde al parecer el Demonio de los cuentos me pide que le dé mi ayuda, simplemente
eres patético, tu ayudaste a crear esta tiranía y ahora buscas destruirla por
no tener todo el control de ella—su voz fue tajante y le hizo cambiar el
semblante a Samael.
— ¡Crees que por
matar cientos de personas y después adorar la vida mediante el trabajo en el
campo te podrás excusar! ¡Eres un monstruo! ¡Tú vida está trazada en el camino
carmesí! —comenzó a gritar mientras dio un fuerte golpe a la celda que causo
que esta se abollara levemente.
—Al parecer el
diablillo siente enojo contra mí, yo soy un monstruo y no lamento serlo, pero
más te vale que este aquí y no afuera porque serías mi presa, sé que el
Libertador se encuentra aquí y pude escuchar como acosabas aquel pobre hombre y
créeme yo tendría más cuidado con lo que deseas, te crees invencible y como
dicen las leyendas existes desde antes que el primer cañón fue disparado en
esta tierra, pero podrías recibir un disparo que te muestre que tan fuerte
eres—
—Podrías haber
vengado a todos tus conocidos, las victimas de tu existencia, pero preferiste
estar en este hueco y podrirte en huesos con lentitud, si deseas salir de aquí
créeme que sin mi ayuda será inútil, si deseas recapacitar ten—metió la mano
por la bisagra y lanzó una moneda de oro.
— ¿Para qué sirve
esta cosa? —la Bestia tomó la moneda y notó que aquellos gravados eran de
alguna lengua indígena.
—Son parte de mi
tesoro personal y pueden ser tu pase de salida de aquí siempre y cuando el
costo sea pagado, ya solo quedan pocas de esas monedas, pienso darle una al
Libertador y al Coronel que se encuentran contigo, quiero ver de qué son
capaces tres hombres en el borde de la desesperación y locura—Samael comenzó a
alejarse de la celda mientras silbaba una vieja canción que parecía retumbar
por cada rincón de la prisión.
Había hablado con
tres hombres totalmente distintos y esperaba que alguno de los tres desearé
seguirle su juego, era un marionetista que solo ansiaba más fichas para su
enorme ajedrez donde es el único Rey existente, pasó por cada celda y les tiró
la moneda diciéndole que si buscaban salir y venganza contra él o el gobierno
la obtendrían siempre y cuando paguen el costo necesario.
La prisión se
había vuelto más calmada con excepción del fuerte ruido del Libertador
golpeando su celda que repercutía con fuerza como si estuviese tratando de
romper el acero, los presos lo vieron mientras subía del ascensor y temían que
volviese a bajar, aquel hombre hizo arrodillar al tipo más fuerte de la prisión
y salió solo desde las profundidades del infierno.
—Veo que llegaste
en una sola pieza y espero hayas obtenido lo que buscabas—el alcaide le
esperaba ansioso, deseaba tener lo más pronto posible sus pies fuera de la
prisión y poder disfrutar de una cerveza fría.
—Podría decirse
que aún no estoy seguro si lo obtuve, les di algo a los presos del último piso
que podría hacerlos salir, pero no podrían usarlo así que quiero ver de qué son
capaces—Samael tomo asiento mientras miraba el techo.
— ¡Estas demente!
¡Ellos no pueden salir por nada del mundo! ¡Su existencia es un pecado para
este mundo! —el alcaide se alteró, sentía miedo de volver a ver a la Bestia
matar personas o de que haría Don Ecua con él si se entera que el Libertador
escapó.
—Tranquilízate,
les di unas monedas que funcionan como un peaje, es decir que primero necesitan
ofrecer algo de altísimo valor para poder pasar al otro nivel y así lograr
salir, ninguno de ellos posee más que su propia vida y serían incapaces de
salir de aquí, aunque me gustaría ver qué tipo de alboroto crearían.
—Espero sea así,
por la seguridad de todos incluyendo la tuya esto no debe ser más que una idea
tonta, por cierto podríamos ya irnos de aquí—el alcaide sentía un ansiedad que
lo devoraba desde el interior como fuego.
— ¡Claro! Casi lo
olvidaba, saldremos de la manera normal el resto corre por mi cuenta—Samael
sonrió mientras se levantó pensando que podría suceder con aquellos tres
sujetos en el fondo, las monedas le permitirían a una persona ser dotada de
dones, pero tendría un enorme costo sobre ella que hasta ahora nadie lograría
pagar lo suficiente para salir vivo.
Durante varios
minutos el libertador golpeaba con fiereza la puerta mientras ansiaba más
fuerza, el coronel que escucha aquellos estruendos supuso que ya había
enloquecido su compañero y tomando la moneda pensó que no habría mucho que
hacer ni poder sacrificar, en sus años en tropa escucho la leyenda que habían
monedas que llegaban a las personas al azar y estas tenían que proponerse una
meta, un objetivo tan claro que lo codiciaban por encima de su propio bienestar
y sacrificar algo de su pertenencia, poder darlo todo para ganar mucho más
aunque un sentimiento de vacío y culpa sería perenne en ellos.
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