Capitulo Anterior: Una Visita Inesperada
La luna tan pura
y reluciente como una joya en la gran vitrina celestial, luz tenue que
irradiaba las pocas esquinas del pueblo y los sembríos vigilados por los
espantapájaros que daban susto de muerte a los cuervos embusteros.
Pasado el
anochecer, el pueblo volvía bajo sus techos, los jornaleros retornaban a la
casa y los comerciantes desarmaban los petates emprendiendo rumbo hacia el
reposo en sus hamacas.
El Hostal
“Montañita” era la segunda edificación más grande del pueblo, solo opacada por
la casa de Dante, gracias al terreno de su jardín, era la única construcción de
tres pisos con terraza, existían una docena y media de habitaciones en el lugar
donde apenas se ocupaban pocas en épocas nada turísticas.
Los turistas
gustaban del hostal por su precio y cercanía con los comerciantes. La dueña del
hostal era una mujer en sus cincuenta años, Doña Yolanda, junto con su hija
Fernanda quien era una treintona que después de la muerte de su padre en la
guerra, tomó la decisión de acompañar a su madre en el negocio familiar.
Las tardes en el
hostal eran rutinarias, todo el día estar en la recepción esperando si alguna
alma curiosa e intrépida se animaba a pasar una noche o dos en el pueblo y
preguntaba sobre qué podía hacer para distraerse, a lo que ellas responderían
que intentara cazar algo, visitar el bosque o el cementerio, que es un lugar
interesante para gente de gustos raros.
Algunas de las
habitaciones del hostal eran alquiladas para personas del pueblo, estas habían
preferido vivir en techo pagado que en propio y seguir así su vida por años,
así que las ganancias del hostal no eran cero siempre.
Ya habían pasado
dos horas del anochecer y el hostal disponía cerrar sus puertas, por regla
general, solo las personas que residían tenían copia de la llave, salían y
entraban cuando querían.
La puerta fue tocada
varias veces y con fuerza, como si el desespero se apoderara de quien llamaba.
—Buenas, disculpe
la molestia, pero tendrá acaso habitación. —Sonrió un tipo con camisa blanca y
espejuelos oscuros.
—Claro aún
tenemos, entra. —Le invitó a entrar, pero le dio mucha curiosidad el hecho que
cargara espejuelos tan oscuros en la noche, solo un idiota lo haría.
—Gracias, recién
llego al pueblo y no encontraba donde pasar la noche, hoy el frio será
espantoso. —Se frota las manos y la chica notó que cargaba guantes oscuros.
— ¿Por qué los
guantes y los espejuelos? —le pregunta mientras buscaba un libro en la
recepción.
—Pues verá, mi
ojo derecho lo perdí y aun no tengo uno de vidrio para reemplazarlo, el parche
es muy de la Costa, aunque admito que parezco un tonto con espejuelos de noche.
—Sonrió mientras se acercó al mostrador.
—Ohh entiendo,
una lástima. Y… lo de su ojo y los guantes... ¿A qué se debe? —Abrió el
polvoriento libro en el mostrador.
—Perdí el ojo en
la guerra y las manos se me dañaron con una explosión así que no quiero andar
por allí mostrando cicatrices. —Lo miró transmitiendo pena.
—Disculpa.
—Hablaba mientras le entregaba la llave y un papel con un seis borroso.
—Gracias.
Por cierto, ¿Cuál es tu nombre? —Se
acercó al mostrador tan a prisa que invadió el terreno de la muchacha.
—Soy… Fernanda
—pronunció tímidamente, de cerca le parecía un hombre simpático, con facciones
rudas y de nariz perfilada menor de sus veinticinco años, pero daba un aspecto
de haber sido muy maltratado por la vida.
—Gracias, mañana
bajaré para que conversemos. —Subió por las escaleras mientras arrastraba una
gran maleta.
El hostal había
cerrado después de atender al extranjero, debido a la edad y la costumbre, Doña
Yolanda era quien mantenía el turno de la noche, desde la muerte de su esposo
se dedicó a pasar las noches en la recepción leyendo algún libro, contar las
baldosas o admirar el pueblo en su letargo nocturno hasta el alba.
Le inquietaba el
futuro del pueblo y de cómo podría subsistir su única hija en un pueblo en
decadencia, pasaba noches deseando que su hija se casara con De la Cruz o con
el hijo del alcalde y así podría tener una vida más digna, aunque le
desagradaba el hijo del alcalde, un muchacho con el ego más grande que un
árbol.
En sus tantos
años de guardia nocturna, nunca tuvo algún problema con los inquilinos, ni
siquiera algún llamado de atención por bullicio o peleas domésticas.
En sus oídos
había un ruido que le molestaba durante minutos y sintió como si este fuese
cada vez más cercano, escuchaba un silbido suave y después se tornó en uno
potente, al levantarse de su asiento pudo notar una sombra en la puerta
principal, un sujeto con ropas de algodón y bombachas con excepción del
pantalón.
El hombre tocó la
puerta mientras movía la mano en señal de atención, Doña Yolanda, como mujer
experimentada y conocedora de lo peligroso que puede escupir la madrugada en
tales horas, había modificado la puerta para que, al levantar una ventanilla
del metal, pueda ver y escuchar más fácilmente al otro.
— ¿Qué quieres a
esta hora? ¿Eres estúpido, acaso no ves que te morirás de frio? —El tono de la
mujer era enojado, había sido movida de su comodidad.
—Déjame entrar,
un amigo mío está allí dentro. —Miraba a la mujer impaciente, movía los dedos
en señal de frio.
— ¿Qué amigo?
Dime su nombre para que baje y te reconozca. —La anciana había obtenido
experiencia a través de los años con
ladrones que buscaron entrar en el hostal usando esos trucos.
—Abre la puerta,
me muero de frio, allá dentro te explicaré todo. —Golpeó la puerta y su rostro
se mostraba enervado del coraje.
—No, vas a buscar
que llame a un policía, lárgate de aquí. —Doña Yolanda le dio la espalda y
caminó hacia la recepción.
Había dejado a un
hombre fuera del hostal y en la madrugada, por prevenciones, así había evitado
muchos robos, o eso creía ella, su desconfianza creció como los años de su
difunto marido y aunque le pesaba en la conciencia, ya que el frio era fuerte,
debía mantenerse firme.
Al cabo de pocos
minutos, un estruendo golpeó como látigo las orejas de la mujer y pudo
comprender en pocos segundos el miedo que le acechaba, un disparo había
impactado contra la puerta y cuando
apenas pudo agacharse debajo del mostrador sintió como otro retumbaba contra el
metal de la entrada, no sabía manejar armas y tampoco tenía una, su hija estaba
en el tercer piso durmiendo y la planta
baja no contenía más habitaciones excepto la suya, los demás cuartos eran de
baño, comedor, sala y cocina.
La ansiedad la
carcomía el alma, quizás si lo hubiese dejado entrar buscaría lo que quería, se
llevaba lo necesario y se largaba.
El golpe de la
puerta contra el suelo fue suficiente para que la certeza de su corazón le
dijera que estaba próxima a ser encontrada, escuchó los pasos lentos y pesados
como un tronco al caer que invadían todo el corredor de la entrada hasta la
recepción, tiraba libros y hojas que estaban sobre el mostrador, cuando vio que
entró a la recepción, sintió como una pesada mano de un golpe rompió el
mostrador y sujetando del vestido a la mujer le gritó.
—Aquí debe de
estar anotado. —Sus ojos eran furiosos e intimidantes esferas llenas de
ferocidad.
—No se… que
dices… déjame ir. —Apenas hablaba del miedo al notar el arma del sujeto en su
mano izquierda.
— ¡AQUÍ ESTÁ JUAN
BATISTA! ¿¡DÓNDE SE ESCONDE!? —Su grito fue tan fuerte, que se oyó como las
puertas de los inquilinos superiores se abrieron.
—No sé de quién
hablas, quizás sea el tipo que vino en el anochecer y olvidaron tomarle el
nombre. —Las lágrimas estaban a punto de brotar de sus ojos.
— ¿En cuál
habitación se alojó? Dime rápido o puedes terminar muerta y no será a causa del
frío. —Le apuntó a la cabeza.
—Está en la
número seis, por favor déjala —le imploró Fernanda que apenas había bajado la
escalera por el ruido que se había disipado en toda la casa.
—Tráelo hacia
acá, la mujer muere donde se atreva hacer algo. —Le apretó la pistola en la
cabeza a la mujer que rompía en llanto, alzó la mano para pegarle con el arma,
pero un estruendo como relámpago le arrebató la acción y los dedos, su mano
parecía un muñón.
El tipo notó que
posterior al estruendo, su arma cayó al suelo al haber sido atravesado en la
mano con un disparo.
Al girar hacia la
escalera pudo notar un hombre de espejuelos sosteniendo un arma, por segundos
pensó haber visto algún tipo de color llameante detrás de aquellas lunas, al
volver en sí mismo su atención, gritó y trato de coger el arma, pero era tarde
un disparo le dio en la pierna justo en la rodilla destrozándole el miembro y
quedando apenas conectada a su cuerpo por unos remiendos de piel y lo hizo
caer, su arma fue tomada por el tipo de los espejuelos que estaba frente suyo
en un pestañar-
— ¡Maldito
desgraciado! La policía estará aquí enseguida y dudo que puedas soltarte tan
rápido. —Se apretaba las heridas que salpicaban sangre.
—Me importa poca
cosa que vengan, ¿Qué quieres conmigo? —Le apuntó en la cabeza.
— ¡Jódete!
—escupió cerca de sus pies.
—Como digas.
—Pisó la herida de su pierna, mientras el tipo gritaba del dolor.
— ¡Ya! ¡Detente!
—aullaba.
—Habla o te disparo
en la otra pierna. —Apuntó enseguida.
—Te seguí desde
Garzota, vi que estuviste allí y pensé que este sería el siguiente lugar donde
vendrías, ¿Qué problemas tienes con nosotros? —Se reía lentamente como si
tratara de opacar el dolor.
—Son asuntos personales
que debo arreglar, ustedes son ovejas y saldrán perjudicados si intervienen.
—Juan… Batista,
nadie pensaría que nos encontraríamos aquí y tú amenazándome de muerte, eres un
sobrante—dijo el hombre sonriente mientras desangraba lentamente.
El rostro de Juan
era sereno, apuntaba directamente hacia el sujeto en el piso, de no ser por la
repentina llegada de la policía con su jefe, David, este hubiese gastado una
bala más.
— ¡Quédate
quieto! —gritó uno de los policías apuntándolo.
—Tranquilos— dijo
Juan mientras puso el arma en el piso y mantenía las manos alzadas.
— ¿Cómo te
llamas? —Se le acercó el hombre con mayor presencia de los policías. —Juan
Batista. —Le miraba desafiante.
—Anda a tu
habitación y espera allí, serás escoltado por un policía que te esperará en la
puerta, coge lo que necesites y no hagas idioteces.
—De acuerdo. —Se
levantó y subió la escalera no sin antes sonreírle a Yolanda.
Un policía
escoltó a Juan mientras uno seguía acompañando a su jefe, otro fue a llamar un
médico para transportar al herido, comenzaron haciendo preguntas a la mujer y a
la muchacha.
Durante los
últimos años la policía del pueblo temía toparse con algún hombre de los
purificadores, creían que arrestar uno atraería al resto y que la situación
sería desbordante para ellos, apenas contaban con pocos policías y ansiaban la
llegada próxima de los refuerzos de la policía sobrante de los otros pueblos.
Consideraban que
los militares estaban corrompidos, habían pedido auxilio y nadie ayudó, algunos
creen que gracias al regionalismo existente en el país los mandos más altos del
gobierno siendo costeños, pensaban dejar a su suerte, La Sierra para así
consolidarse en el poder y subyugar a toda la parte andina.
Aquella teoría
era muy cercana a la realidad, la nación experimentó conflictos y matanzas
hacia sindicatos de trabajadores, de no ser por la guerra del siglo que a la
fuerza, unificó al país que hubiese estallado en un conflicto civil sangriento.
Los pueblos
estaban experimentando problemas graves y los purificadores se volvieron una
plaga en la región de tal fuerza, que muchas personas migraban hacia la costa,
otros preferían jugar a la suerte y permanecer en su pueblo.
El doctor de la
policía había llegado y con él, su ayudante, las mujeres y demás inquilinos
esperaban en la sala, el hecho había conglomerado muchas personas fuera del
hostal y el amanecer era próximo.
Había pasado un
tiempo considerablemente largo y el policía que escoltaba a Juan no bajaba con
él, la preocupación del jefe le obligó a interrogar al herido para saber quién
era la persona que lo había dejado en tan penosas condiciones.
— ¿De dónde lo
conoces? —Se puso en cuclillas para hablarle cerca del rostro.
—Yo que voy a
saber, solo me encargaron matarlo y nada más.
— ¿Quién te
encargo matarlo?
—Mi jefe, cúrenme
rápido y déjenme largar o tendrán graves problemas.
— ¡Idiota! Casi
me matas y te portas desafiante. —gritó la mujer mientras le escupió en el
rostro.
— ¿Qué acaso no
tienes miedo de irte al infierno? —preguntó la muchacha con mucha inocencia.
—Infierno…crecí
en un lugar igual, Lázaro me enseño muy bien que no existe infierno como tal,
solo es un lugar para la persona que va y cambia conforme lo pensemos. —La
determinación en sus ojos era enfermiza, pero ante tal profunda reflexión muchos
dudaron de su concepto del infierno.
— ¿Quién es
Lázaro? —David lo veía con asco, ante él estaba un sujeto totalmente herido,
pero lleno de una voluntad sucia.
—Aunque me
golpees y mates no te diré nada, somos torturados y solo quienes pasan sin
revelar nada, se unen, si acaso quieres conocerlo anda a Juján y averigua.—Una
sonrisa enferma se esbozaba en su rostro mientras comenzaba a botar sangre por
la boca.
— ¿¡Qué demonios
le pasa!? —gritó Fernanda.
—Llegó la hora,
nos vemos del otro costado. —Sonrió mientras comenzó a vomitar sangre, sus ojos
y nariz botaban la sangre como agua en grifo, tiempo después, convulsionó y en
cuestión de pocos segundos dejó de moverse en un charco carmesí.
La escena fue
impresionante y la primera idea que cruzó por la mente de David fue Juan,
porque aún no bajaba, dejó encargado al doctor y junto al otro policía subieron
la escalera con sumo cuidado, habían olvidado que al momento que cargaron al
herido este no cargaba un arma y Juan dejo una en el piso, dedujo que por el testimonio
de la mujer, que el herido tenía su propia arma al igual que Juan y faltaba una
de estas, en el peor caso que su mente pudo imaginar, era que Juan los atacaría
y había sometido al policía que le escoltó.
Al llegar al piso
a la habitación notaron como la escolta estaba inconsciente sobre la cama y no
había rastro de que alguien hubiese estado en la habitación.
—Jefe, hay una
nota encima de Wladimir—dijo el policía que movió a su compañero.
— ¡Dámela
enseguida! —Le arrancó la nota a la fuerza.
La nota había
sido escrita en un papel suave como la seda y era tan elegante como invitación
de boda, su texto era claro y decía:
Debido a mis
asuntos de gran importancia lamento no poder conversar contigo, Fernanda,
espero me disculpes por el alboroto.
Debajo de la nota
deje un dinero extra por los problemas,
y quiero realizarles una dulce pero amarga pregunta a los que lean la
nota, y, espero que logren resolverla rápido, de lo contrario, su valioso
tiempo se acabará.
¿Creen estar
listos para la tormenta que se acerca?
Algo que está
fuera de su alcance está por venir, lárguense del pueblo y vivan lejos de este
lugar, no interfieran en mi camino o en el de Lázaro, solo muerte y sufrimiento
habrá, el anochecer será eterno y la muralla de invierno caerá, la muerte
visitará el pueblo y el viento solo traerá el olor a sangre mientras, en cadena
cada una de sus casas será consumida por el fuego, pero ante este huracán de
locura y muerte he de estar parado con mis dos cañones encarando al demonio que
acecho las montañas, solo les ruego que se protejan y no intenten pelear contra
aquella bestia que doblega voluntades y posee mensajeros de muerte.
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