El frio viento
solo traía recuerdos amargos para algunos, deshojaba los árboles y estremecía
lo techos cuando rugía con feroz convicción antes de una lluvia depresiva, el
cielo se oscurecía gracias a lanosas nubes que conformaban una frontera lejana
y hermosa, el sol custodiaba e irradiaba su esencia hacia cada rincón que no
fuese custodiado por la sombra, la luna yacía colgada en la bóveda, cubierta
entre momentos y en otros posaba desnuda para admiración de los ojos cansados
de muchos, fungía como guía y guardiana de la noche en el pueblo.
Las tierras
fueron fértiles desde antes que el hombre caminara, los campos eran verdes como
un pimiento fresco y los árboles tan fuertes como la piedra, las montañas eran
cicatrices en la piel del mundo que por auto sacrificio se entregó a los
hombres y sus necesidades, muchos la adoraron y le dieron el nombre de
Pachamama, la representaban como una mujer robusta y alegre, sus cabellos eran
ríos y sus pechos eran montañas, se le ofrendaba y rezaba por el bienestar
social con frecuencia, al pasar los siglos y la llegada de los conquistadores
aquella costumbre fue perdiéndose en el olvido, pocos la ofrendaban y muchos la
explotaban, ensuciaban sus ríos con sangre y basura, minaban sus montañas y
devoraban codiciosamente todo aquel fruto de su piel que genere beneficio
alguno.
En la Alborada y
los pueblos cercanos aún existía la cercanía con la tierra, muchos la
celebraban y rendían sus ofrendas durante dos épocas en el año, los turistas
consideraban aquellas costumbres como primitivas, pero el significado de poder
ofrecer la gratitud a la tierra que los cuida y alimenta era mucho mayor que
nada.
Con el pasar del
tiempo y la caída en desgracia de los pueblos solo Alborada celebraba y aunque
muchas personas habían perdido la fe por considerar que la tierra los dejo
siguieron rindiendo tributos, el alcalde, Vicente Márquez era un amante de la
naturaleza y creía que aquellas señales de hambre en la región se debía hacia
una causa mayor, algo fuera del entendimiento común y ubicado en otro plano
donde las personas poco o casi nada hacen, en sus últimos años había forjado un
lazo con el pueblo tal a poder entregar sus tierras a este y así generar más alimentos,
la hambruna no era algo que sucediera.
En escasas veces
tuvo que lidiar con disputas de tierras o ladrones en sus años, su propio
sueldo lo entregaba para los fondos del pueblo y así promover ideas de comercio
o la siembra del maíz que tanto adoraba desde su niñez.
Su hijo Ángel a
su pesar se volvió materialista, creció odiando la naturaleza, deseaba obtener
el cargo de su padre para así poder ganar dinero y marcharse hacia la ciudad
como un empresario, el regreso de Dante lo amargo, desde la infancia le guardo
cierta envidia por su familia, los De la Cruz eran la familia más rica y
poderosa, no se involucraban con la alcaldía, pero sus consejos eran como orden
divina.
Ángel temía que
Dante pudiera desear el cargo de alcalde, muchas personas en el pueblo lo
reconocían no solo por su familia a
Dante, sino como un idealista que decidió participar en la Guerra cuando bien
pudo esconderse en su casa y posteriormente ejerció de comerciante con éxitos,
muy al contrario de Ángel, paso en su casa y acuso de un suicidio voluntario el
acto de participar en la guerra, nunca ejerció ningún trabajo a excepción al
puesto actual de policía que obtuvo por consideración de su padre, aunque su
actitud era áspera al tacto y con arrogancia entre las silabas que pronunciaba,
tenía bondad en su alma que era opacada por su cobardía y complejo de
inferioridad.
— ¿Por qué fuiste
a verlo? —Los celos invadían sus ojos.
—Es un viejo
amigo… de ambos, considero que deberías visitarlo —respondió Belén mientras
cerraba la puerta.
—Si desea verme,
o hablar, que él venga, yo no soy su amigo —espetó con tono despectivo.
—Han pasado años
que no se ven, él nunca te hizo nada y tú solo lo envidias por existir —le reprochó con la mirada—. Eres un
acomplejado.
— ¿¡Acomplejado!?
¿Yo? No me hagas reír, él viene y cree
ser un mesías que puede arreglar todos los problemas de la región con su
llegada.
—Al menos se
propone ayudar, no anda escondiéndose, haciendo el papel de cobarde, como tú.
—Le miró con enojo.
—Sí, claro,
“cobarde”, trabajo en la policía, mientras tú haces de secretaria entre semana.
—Tienes el turno
de noche, nada pasa aquí y lo sabes, son casi obsoletos los policías en este
pueblo.
—No es fácil
estar despierto toda la madrugada y vigilar el pueblo, aparte la
investigación de la policía cansa. —Sacó
su gabardina de un armario y se la puso.
— ¿Qué
investigan? —Belén se detuvo frente a él.
—Sobre los
sucesos de los otros pueblos, lo que pasa en Garzota y la muerte de los padres
de tu amigo.
— ¿Qué tiene la
muerte de sus padres en todo esto? —Sus ojos se tornaron más vivos y curiosos.
—Murieron
repentinamente, de una gripe absurda, creemos que pudieron ser envenenados con
ricino y eso les causó algo parecido a la gripe.
— ¡Qué! ¿Por qué
no le han dicho a Dante o a papá, ellos no saben? —gritó con gran preocupación.
—Iba a decirle
hoy, recién en la madrugada se llegó a esa conclusión, es curioso, ¿no?
— ¿Qué es curioso
en todo esto? —Belén lo miraba como si Ángel tuviese mucha tristeza.
—El ricino fue lo
que mató a Emma, y ahora sus padres, la vida es tan irónica a veces. —Su tono
arrogante se volvió deprimente.
—Sí, vi su tumba,
tenía flores nuevas. Fuiste tú, ¿cierto? —Le puso la mano en el hombro.
—No, yo odio
llevar flores, debió haber sido alguien más.
—De acuerdo,
deberías visitarla, ¿sabes? Y de paso hablar con Dante.
—Iré cuando valga
la pena, no pienso ir a verlo. —Abrió la puerta de la casa de manera brusca.
— ¡Espera!
¿Adónde vas? —Belén lo sujetó bruscamente del brazo.
—Hablaré con papá
acerca del veneno y otros asuntos, no le vayas a chismear a Dante por ahora.
—Entiendo, pero
díganle pronto a Dante.
—Lo haremos
cuando crea conveniente el jefe de policía, David. Él anda a cargo de esto y
como soy su ayudante, quizá me avise.
A lo lejos de la
casa, en los inicios del barrio indio, se pudo notar una turba, muchas personas
se conglomeraban y hablaban unas a otras con apuro, todo el bullicio fue
sosegado por un disparo al aire, enmudeció el gran bulto formado y se
comenzaron a dispersar, quien disparó no era otro que Lucio Piguave, su rostro
con facciones tan fuertes como si hubiese sido tallado en obsidiana miraba a
cada persona pasar, sus ojos estaban rojos de ira y en su mejillas se notaban
lágrimas secas.
Belén y Ángel
caminaron directo hacia él, le conocían de años, pero de vista, como la gran
mayoría, deseaban entender cuál era el percance de todo el asunto y por qué usó
un arma de tal manera. Al llegar notaron un cuerpo cubierto con una sábana,
manchada con sangre. Una muchacha y una mujer le lloraban.
—Señor, ¿qué ha
pasado? —preguntó con miedo Ángel, al ver esos ojos tan furiosos.
—Pasó, que un
idiota, un tipo de algún pueblo, ha matado a mi hijo, eso fue lo que pasó,
joven Márquez. —Su voz era gruesa.
—Lo siento tanto,
le diremos a mi padre para arreglar el asunto. —La voz de Belén era frágil, era
la primera vez que veía un muerto a tan corta distancia, aunque este se
encontrara cubierto con sabana.
—No hay nada que
arreglar, díganle a Vicente que si no tengo al que lo hizo antes del anochecer,
iré con mis hombres de casa en casa para registrar cada rincón. —Su mirada
prepotente, sumada a su fuerte y feroz voz, le daba una apariencia de héroe
cultural.
—No puedes andar
por allí con tus sujetos armados y dar órdenes como si fueras el dueño de todo.
—Ángel lo miró con desagrado, desafiante y buscando una respuesta.
—Nunca vuelvas
hablarme así, también refiérete como señor o con respeto, muchachito, que tu
padre sea el alcalde no te hace más fuerte, estás en mi parte del pueblo, mi
palabra es ley aquí. —Su voz era fuerte, envolvía el ambiente y hacía sentir a
todos nerviosos, su mirada era tan desafiante que obligó a Ángel a inclinar su
cabeza hacia abajo.
—Discúlpelo,
señor, le diremos a mi padre con todos los detalles, esperamos que encuentre a la persona.
—Asintió con la cabeza para disculpar la idiotez del hermano.
—El hecho de que
seas más anciano y que tengas un grupo de personas no te hace mejor, tu palabra
no es más que la de un falso curandero y espiritista barato en este pueblo.
—Alzó la cabeza con tanto orgullo que parecía que podría desnucarse en
cualquier momento.
— ¡PEDAZO DE
IDIOTA! —Golpeó el rostro de aquel muchacho, el cual cayó al piso con la nariz
rota.
Belén se lanzó
hacia delante, sujetando a su hermano para ayudarlo a levantarse, sabía que si
le devolvía el golpe, el hombre podría dispararle sin remordimientos, el miedo
recorría su espina dorsal y la temperatura de sus manos empezó a descender,
sentía como si su tiempo se estuviese comprimiendo y ansiaba ayuda en lo más
profundo de su corazón.
Mientras Belén
moría de miedo, Ángel logró escabullirse de su agarre y cuando propuso lanzar
su golpe fue detenido por un sujeto que apareció de manera fugaz, el tipo le
sostuvo el puño y se lo apretó con tal fuerza que sentía que podían quebrárseles
los dedos.
—No deberías
tratar de golpear a una persona mayor que tu padre. —Sonrió el sujeto que
cargaba una camisa de tela blanca y pantalones oscuros.
— ¿Quién eres y
qué quieres? —Lucio tenía su mano en el revólver, parecía como si estuviese
listo para responder hacia cualquier golpe al instante.
—Soy un turista,
uno que busca alguien que pueda leer su fortuna y me contaron que usted es la
persona adecuada. —Le estiró la mano mientras le sonreía, tenía espejuelos
oscuros y cabello castaño, su piel era de alguien bien blanco que ha estado
mucho tiempo en el sol.
—No tenías por
qué entrometerte en esto, ¿Acaso quieres que te golpee también? —gritó Ángel
mientras secaba la sangre de su nariz y se le acercaba al sujeto.
—Si quieres, yo
mismo te doy un disparo como iba a pasar después del golpe, mejor quédate
quieto que tus asuntos ya terminaron aquí. — Comenzó a hablar con Lucio
mientras le dio la espalda a Ángel con esas últimas palabras.
— ¡No me tomes
por inútil! —Tomó del hombro al sujeto y lo giró hacia él, con fuerza.
Como si fuese una
reacción predestinada el extraño hizo un movimiento, provocado por Ángel, mientras actuaba a favor de la ira que sentía
justo en ese instante, no pudo darle tiempo al muchacho de reaccionar, cuando
el sujeto ubicado frente a él, lo encañonó con un largo y gran revolver, la
cual ingresó en su boca mientras agarraba fuertemente su cuello con una de sus
manos con tal fuerza que logro alzarlo.
Aquella acción,
ocurrió de forma tan veloz, que ni Lucio alcanzó a observar bien el momento en
el que apuntaron a Ángel con un arma de fuego.
— ¡Déjalo por
favor, es un idiota! —Las mejillas de Belén tenían lágrimas.
El hombre lo
soltó de manera brusca, Ángel retrocedió tambaleando y cayó al piso, no podía
haber pensado que le respondería de tal manera y que en menos de una hora había
sido casi baleado dos veces por tipos diferentes, Lucio miraba la escena
sorprendido y algo asustado, se dio cuenta que el tipo que lo buscaba, no debía
ser un turista cualquiera que viene a gastar su dinero en una lectura de
fortuna.
—Tienes una causa
más importante que tu suerte al parecer. —Lucio lo veía de pies a cabeza y
reconoció dichas armas.
—Vine porque
tenemos que hablar sobre algo importante y su ayuda será necesaria. —El hombre
guardó su arma dentro de la funda en su cintura.
En el piso no
quedaba más que la sangre regada del cuerpo inerte que había sido herido horas
antes, aquel suelo tan pobre había sido testigo de discusiones durante años y
siglos por la codicia de las personas.
El turista y el
indio se marcharon, mientras Ángel yacía en el piso atónito y su hermana
trataba de levantarlo, un grupo pequeño de indígenas recogían el cadáver y
llevaban en brazo a las mujeres que sucumbieron de tanta lágrima al desmayo más
profundo.
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